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La tesis refundacional, aquella que señalaba que se partía de cero en el proceso de reformas democráticas a implementar en la actual administración de Michelle Bachelet, provocó un serio daño no sólo a la definición de sus prioridades, desconociendo la gradualidad de las transformaciones a realizar, sino también generó un grave desprecio a la identidad de las propias fuerzas del bloque de gobierno.
Al igual que en la vida personal, las fuerzas políticas que no valoran ni defienden su identidad, es decir, aquel conjunto de factores sociales, ideológicos y políticos que las definen, en suma, que no rescatan su propia historia de la que surge su carácter, fisonomía y los rasgos distintivos que la hacen diferente y proyectan su personalidad, sin ese necesario aprecio y valoración a lo que han hecho y sin la defensa del patrimonio forjado por aquellas miles de personas que determinaron su continuidad en el tiempo, sin esa apropiación de su propia identidad, no podrán esperar que el país, al que aspiran dirigir o representar pueda entregarles su apoyo y confianza.
En otros términos, la tesis refundacional alimentó el desprecio a la tarea de reimplantación de la democracia, realizada durante un cuarto de siglo por los partidos y fuerzas populares de izquierda y de centro, que unieron sus esfuerzos o que coincidieron en esta decisiva tarea nacional. En variados textos se descalifica la tarea realizada en su momento por la Concertación, como alianza política y fuerza de gobierno.
En dicho afán democratizador se pueden distinguir dos grandes etapas, el Golpe, la etapa de la cruenta represión posterior, la imposición del esquema institucional y del modelo económico hasta la gran crisis de 1983 y desde allí hasta las Protestas nacionales y la derrota dictatorial en el Plebiscito de octubre de 1988. El costo social y la dura experiencia que afectó a los Partidos populares todo ese periodo, del 73 al 90, fue determinante del ciclo posterior.
No cabe duda que los ideólogos refundacionales han tenido un gran aprecio de sí mismos y de sus afanes intelectuales, asunto que puede ser materia de cada cual y no resultar dañino, pero que en este caso, se proyectó en una mirada soberbia y autosuficiente que llevó a conductas sectarias y excluyentes que afectaron la marcha de las reformas en curso, al pretender reducir su conducción a un grupo de iluminados, cuya lógica paradojal es el menoscabo de la política y la sobrestimación de la tecnocracia.
Por muy radicalizada o “izquierdista” que haya sonado o aparecido en las imágenes mediáticas la idea que hacia atrás no había nada que rescatar y que, por tanto, lo que se debía hacer era comenzar desde cero, con esa propuesta se falseó la realidad, y desconoció en el hecho, el largo esfuerzo de lucha y movilización del pueblo y la nación chilena para recuperar la democracia primero, y luego ir sucesivamente consolidando y ensanchando sus límites políticos e institucionales.
La tesis refundacional, en cuanto mirada histórica, favorece a la UDI y a la derecha, ya que omite o desvanece en la memoria la lucha por la reconstrucción democrática y, por tanto, la cerrada y cruenta brega que dieron los que mantuvieron la dictadura, por evitar su derrota política y desplazamiento.
Aunque no sea la intención expresa, en el punto de vista refundacional parece que la dictadura se extinguió por su propio deseo y no porque las condiciones históricas, forjadas por la lucha democrática de los partidos populares y de muy amplias fuerzas sociales, se lo impidieron.
De ese modo, se daña o imposibilita la formación de una memoria histórica fundada en un patrimonio tan esencial, como resulta ser, ni más ni menos, la opción por la libertad para Chile. Muy por el contrario, la derecha siempre ha pretendido, falsamente, que ese alto mérito le pertenece. No fue así, alcanzar la libertad en Chile es un valor que está enraizado en la infatigable lucha de los demócratas chilenos contra la dictadura.
La ciudadania aspira al pluralismo y no a la uniformidad. Tal vez, este aspecto sea lo más delicado en el sector refundacional, cual es haberse dotado de rasgos notorios de un “nuevo”, pero viejo autoritarismo ideológico, sentirse por encima de los demás, verse y considerarse superiores, dejar de lado la idea de que la verdad se construye entre todos, que su presencia y eficacia es el resultado de un esfuerzo colectivo.
Aceptar la diversidad significa convencerse que en cada uno de los protagonistas del proceso social hay una partícula, un grano de la verdad histórica que va brotando, armando y configurando en el esfuerzo creador, que vive y surge de la lucha de los pueblos, de las organizaciones sociales y políticas, y también de figuras individuales sobresalientes, de sus aciertos y errores.
Lo riesgoso del refundacionismo es que retrocede al dogmatismo, a la soberbia intelectual de creerse dueño de la verdad y que la historia se inicia cuando se llega, lo cual es una nociva expresión de arrogancia que resta objetividad y amplitud en la tarea de cambiar la realidad social.
No es extraño que el concepto refundacional surja en los momentos iniciales de un movimiento, cuando aún se transita por las primeras etapas de la propia experiencia, pero no es deseable que ese criterio se eternice en grupos que pueden gravitar y que aspiran a la edificación de una sociedad mejor.
La experiencia ha castigado, una y otra vez, la soberbia arrogante del dogmatismo, que se instala bajo la cubierta intolerante de quién desecha las ideas y valores anteriores a su existencia. Más aún, cuando se ha vivido de ellos y llevado una apacible rutina burocrática durante décadas, gracias a tales espacios de poder.
Además, se sabe que luego de la euforia que generan cálculos sobredimensionados, que se han enquistado en la conciencia por el mesianismo que empapa a quienes se sienten dueños de la historia, frente a las dificultades viene el desengaño, la frustración y no pocas veces este tipo de grupos deviene en minorías sectarias que incuban malas prácticas y conductas amicales, altamente perjudiciales para la transparencia y la rectitud que debe presidir la acción política.
De manera que al arribar, este 29 de diciembre, a un año más desde la reunificación del Partido Socialista, concretada en esos días de fines de 1989 al recuperar la libertad perdida, valoremos la identidad socialista que se ha forjado en décadas de lucha, con el arrojo y sacrificio de sus mártires y el aporte invaluable de sus intelectuales y militantes, los que han luchado toda la vida, haciendo de este Partido un actor clave, histórico, esencial, y no sólo ocasional, de la reconstrucción democrática en Chile.