12 oct 2015

El cardenal Silva y Neruda

Muchas veces pude conversar con mi querido amigo el cardenal Raúl acerca de Pablo Neruda. El cardenal Silva le tenía un especial aprecio por sus enormes capacidades intelectuales y literarias. Fue por ello que en 1969, siendo don Raúl Gran Canciller de la Universidad Católica, aprobó con entusiasmo el otorgarle el doctorado “honoris causa” a propuesta de la FEUC y respaldada por el rector Fernando Castillo Velasco y varios miembros del Consejo Superior. Sin embargo había otros que  lo miraban con recelo, argumentando su militancia activa al Partido Comunista.

Don Raúl argumentó ante el Consejo que Neruda había sido homenajeado por muchas instituciones similares en el exterior y que a nadie le podría parecer extraño que la UC  reconociera los tan evidentes valores de un hijo de esta tierra. Ante tan directa defensa del cardenal, el Consejo aprobó otorgarle la distinción, hecho que ocurrió el 14 de agosto de 1969, oportunidad que Neruda leyó un hermoso discurso a juicio del propio don Raúl. Esta fue la primera vez que tuvieron la oportunidad de tener una conversación directa y personal.

En 1970 Salvador Allende es elegido Presidente. Al año siguiente, en 1971, decide  designar a Pablo Neruda  como embajador de Chile en Francia. Don Raúl, quien acostumbraba viajar a Europa dos veces al año, visita a Neruda en París, acompañado del vicerrector de Asuntos Económicos de la PUC don Domingo Santa María, en momentos que yo era director en esa unidad académica.

Chile estaba viviendo momentos políticos y económicos muy severos. Fue una conversación muy amena y distendida la cual culminó con la confesión de Neruda que se le había diagnosticado un cáncer muy avanzado, por lo que no le quedaba mucha vida. Les dijo que muy pronto retornaría a su patria puesto que deseaba morir en la tierra que lo vio nacer y que presentada su renuncia se iría a vivir a Isla Negra.

Don Raúl interpretó esa confesión como  una sutil necesidad de conversación privada entre un comunista militante y un sacerdote católico. Esta fue la segunda vez que tuvieron la oportunidad de conversar, pero en estas dos oportunidades con terceras personas presentes.

La tercera ocasión la relata el propio don Raúl en sus memorias. “Nunca he podido explicarme por qué misterioso impulso decidí regresar de Punta de Tralca a Santiago el 10 de septiembre de 1973. Había planeado pasar un fin de semana más largo que lo usual, retornando el martes. Incluso me había dado el tiempo para visitar a mi vecino de Isla Negra, el poeta Pablo Neruda, que estaba gravemente enfermo. Fui a pie, solo, y me quedé varias horas con él, en un ambiente inesperado de recogimiento y espiritualidad. Me habló largamente de sus relaciones con Dios, que habían sido tan conflictivas, pero que quería mejorar en esos días, que presentía como los últimos.”

“Fue una mañana hermosa. Cuando me iba, como si quisiera rubricar esta inusual conversación que a la vez había sido un examen de conciencia, me regaló un bellísimo poema sobre una iglesia en una pradera de Francia, que reflejaba exactamente sus sentimientos. Me emocionó este poema como pocas cosas antes en mi vida. Tal vez porque vi en Neruda la cercanía de la muerte. Tal vez porque yo mismo estaba especialmente sensible a este tema.”

Neruda muere en la Clínica Santa María pocos días más tarde. He querido relatar estos hechos ante las dudas que existen en relación con la participación militar en la muerte de nuestro gran poeta.

A los militares de Pinochet los creo capaces de cualquier barbaridad, pero sea como hayan sido los hechos, Pablo Neruda  sabía que su fecunda vida había llegado a su fin.

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