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Un preciado mito chileno sostiene que nuestra canción nacional fue elegida la segunda más bella en un concurso planetario, sólo precedida por la Marsellesa que, como se sabe, es el himno patrio francés. Del mencionado certamen no se dan mayores antecedentes, aunque presumimos que se realizó en Francia.
Por lo tanto, un fallo localista –diría un aficionado al boxeo- nos habría relegado a este segundo y subalterno lugar. Sin embargo, cabe consignar que a pesar de la unanimidad lograda en ese quimérico certamen la melodía gala ha sufrido vicisitudes que no hablan precisamente de universal beneplácito histórico.
Fue escrita por el capitán Claude Joseph Rouget de l´Isle en el año 1792, comenzando la guerra contra Austria cuando ésta amenazaba a Francia por el encarcelamiento del rey Luis XVI y su mujer, María Antonieta. La République necesitaba soldados porque la mayoría de los antiguos militares eran monárquicos; imprescindible era impulsar a los trabajadores a que ingresaran al ejército para defender el país.
El alcalde de Estrasburgo enterado de la situación bélica invitó a cenar a un grupo de oficiales, entre ellos Rouget, al cual, enterado de sus inclinaciones líricas le solicitó un cántico que animara al pueblo a enrolarse y convenciera a las milicias de que podían vencer al enemigo, salvando al Estado y sus principios revolucionarios de libertad, igualdad y fraternidad.
El capitán, sin amilanarse frente a tantas expectativas, escribió Canto de guerra para el ejército del Rin, que el general encargado del reclutamiento de los voluntarios de Marsella presentaría como Canto de guerra para los ejércitos de las fronteras. Rápidamente se difundió entre los infantes y pronto la conoció la milicia entera. Se mandaría a imprimir, y sus vibrantes versos incrementaron el entusiasmo popular por ingresar a las filas.
La tropa lo aprendió animando las marchas con sus compases. Y cuando los batallones marselleses entraron en París lo hicieron cantando la romanza compuesta apenas tres meses atrás. Los entusiasmados parisinos la bautizan de inmediato, y La Marsellesa sería el símbolo de la nación en conflicto.
Sin duda, aquellas célebres estrofas exaltaban el ánimo patriótico, tanto que Napoleón Bonaparte diría en alguna ocasión: “Esta música nos ahorrará muchos cañones”. Y no obstante utilizarla profusamente durante sus campañas, el Corso no tendría inconvenientes para vetarla cuando se autoproclamó emperador. Es que esas trovas arengaban contra el absolutismo.
Para el advenedizo coronado, La Marsellesa resultaba demasiado revolucionaria y fastidiosa.
A la caída de Napoleón vuelven los reyes y sube al trono El deseado o Luis XVIII, hermano del monarca guillotinado; en el ínterin de sus dos reinados continuaría la proscripción de su canto.La restauración borbónica la prohíbe completamente.
Mas la revolución de 1830 hace caer a este soberano, y la canción ya no estará proscrita. Pero tampoco llegaría a ser emblema oficial en el gobierno del Luis Felipe de Orleans y de la II República. Si bien el rey burgués Luis Felipe otorga una pensión a su olvidado autor.
Napoleón III, presidente de la Segunda República y segundo emperador francés, –“la historia se repite como farsa”- continuará censurándola.
En 1870 surgirá una nueva República en Francia y los citoyens vuelven a tararearla, salvo los derechistas que se niegan a hacerlo y ni siquiera quieren oírla. Las desventuras de La Marsellesa continuarán en la II Guerra Mundial porque los nazis, en el tenebroso período de la ocupación reiteran la negativa a interpretarla.
Curiosamente, en los albores del siglo XXI, crece la alarma de las autoridades francesas por la gran ignorancia de ella entre la juventud. Entonces, en marzo del 2005 la ley Fillon reformaría el sistema educacional estableciendo, entre otras disposiciones, la obligatoriedad de su aprendizaje en la instrucción primaria.
El 9 de Termidor, pone fin al Reino del Terror de Robespierre, abre todas las cárceles y liberando a Rouget de l´Isle ahorraría a la revolución el baldón de haber ofrecido a la “Navaja nacional” la cabeza del célebre compositor, condenado a muerte por El Incorruptible .
Pese a todos sus contratiempos, La Marsellesa termina gozando de prestigio universal y su presencia en el arte es evidente. La Obertura 1812 de Chaikovski, incluye algunos de sus pasajes representando a las huestes galas. El compositor hace chocar su música con la del Himno Imperial de Mijail Glinka, y la confrontación entre ambas representa la batalla de Borodino.
También está presente en la obertura de Robert Schumann, Hermann y Dorotea.
Y en el legendario film Casablanca uno de sus personajes, Viktor Lazlo, la entona en el bar de Rick – Humphrey Bogart – para acallar a un grupo de oficiales alemanes que canturreaba una cantinela germana. Sugerente escena pues a la sazón, 1942, el himno estaba proscrito en la Francia de Vichy. Sin duda, un saludo hollywoodense a la Résistance en su lucha contra la ocupación nazi.
Ahora, a causa de los recientes ataques terroristas, La Marsellesa fue coreada en Wembley antes de un juego del Masters de Londres y en el Bernabéu al inicio del clásico español. En Inglaterra Los Beatles ya habían usado sus primeros compases en el comienzo de Todo lo que necesitas es amor, All You Need is Love. Y en América del Sur, dos partidos políticos con reminiscencias socialistas han recurrido a su partitura para iluminar sus coplas oficiales.
Volviendo a nuestros lares, el texto de Eusebio Lillo no ha estado exento de controversia por alusiones a ciertos “valientes soldados”, y, además, podría decirse que sus referencias a cielos puros y azulados tanto como a copias felices del Edén traspasan el umbral de la literatura fantástica.