En los últimos días han salido a la luz varias investigaciones sobre los alcances del desarrollo en Chile, en ellas además de tratar los grados de avance económico y social que experimentamos se hizo especial referencia a la desigualdad en nuestro país.¿Cómo mirar y abordar estos datos?¿El vaso medio lleno o el vaso medio vacío?
Mirar el vaso medio lleno es fundamental, supone reconocer lo ganado, alegrarnos de nuestros logros y sentir la satisfacción de haber avanzado. En materias sociales Chile no es el mismo de hace dos décadas.
Poner el foco en esa parte del vaso nos permite alegrarnos, por ejemplo, de la gran reducción de pobreza y extrema pobreza que ha habido desde 1990 a la fecha, pasando desde un escenario donde casi el 40% de la población vivía en esa situación a otro donde ésta se redujo hasta menos de un 15%.
Mirar el vaso medio lleno también nos permite valorar como un gran logro que en la actualidad más del 41% de los niños en edad pre escolar asistan a algún jardín infantil. También nos sirve para sentirnos contentos de ubicarnos en el listado de países con un puntaje de desarrollo humano muy alto: según el PNUD ocupamos el lugar 40 en el ranking que se elabora a partir del Índice de Desarrollo Humano (IDH), con promedios similares al de varios países desarrollados y encabezando a los latinoamericanos.
Sin embargo, mirar el vaso medio vacío también es fundamental. Para el caso de nuestro país es un acto de justicia dado lo que está en juego allí. Mirar la realidad en su completitud es lo menos que podemos hacer cuando la vida de miles de compatriotas es la que se ve afectada por ese escenario: 2.5 millones de pobres y aún más los que experimentan diariamente situación de vulnerabilidad o exclusión social.
Adentrarnos en los significados de las cifras de desigualdad nos permite comprender lo complejo y enraizado que está este fenómeno en la sociedad chilena.
Según la Encuesta Longitudinal de la Primera Infancia (ELPI 2012), encargada por el ministerio del Trabajo, desde temprana edad las desigualdades sociales empiezan a propiciar diferencias muy significativas en aspectos del desarrollo cognitivo en los niños, las que al correr los años se van ampliando y consolidando. Esto ha repercutido, según sus conclusiones, en que a pesar del aumento de la escolaridad promedio, estas mejoras no se han traducido en una disminución de las desigualdades del sistema en Chile.
Del mismo modo vemos que cuando las cifras del IDH se ajustan por desigualdad nuestras valoraciones disminuyen notablemente. Dentro del grupo de países con desarrollo humano muy alto, Chile ante este ajuste dobla los promedios de pérdida en los indicadores de Salud (-6,6%), Ingresos (-34,1%) y Educación (-13,5%), retrocediendo además 10 lugares en el ranking. Significa esto que los estándares de desarrollo humano están siendo distribuidos de manera desigual, y que –comparado con anteriores versiones- ello se ha mantenido estable con los años, lo cual hablaría de condiciones estructurales de inequidad.
No quedarnos sólo en el gozo de lo avanzado responde a la responsabilidad ética, cívica y cristiana, para quienes lo somos, que tenemos como chilenos de construir una sociedad cada vez más justa, inclusiva y solidaria. Mirar los vacios de nuestro desarrollo, escuchar los silencios de esfuerzos todavía insuficientes es, seguramente, el único camino para no olvidarnos de aquellos rostros de hombres, mujeres y niños que han ido quedando en la orilla del camino… viviendo en el lado vacío del vaso.
Fijarnos en esta parte no es un acto movido por una vocación pesimista, al contrario, permite comprender mejor nuestras tareas pendientes y alentarnos para llevar a cabo los desafíos que éstas nos suponen.