Los cristianos somos, por definición, hijos de la esperanza. A lo largo de la historia hacemos votos para que, cada cierto tiempo, se haga realidad la conversión de los “paganos” a los valores del bien común y de la solidaridad. Y así ha ocurrido, gracias a Dios.
Lo decimos pensando ahora en la obcecada oposición de la UDI a las reformas destinadas a terminar con el sistema binominal y la inequidad que abate a nuestra sociedad.
Estas actitudes cerradas y obtusas de los seguidores de Jaime Guzmán ya tienen una larga trayectoria en la vida de nuestro Chile.
Los primeros antecedentes se remontan a 1962, cuando el maestro de Guzmán, el sacerdote Osvaldo Lira, el movimiento Fiducia y el obispo francés Marcel Lefebvre (luego suspendido a divinis por la Santa Sede) hicieron frente común en contra del Papa Bueno, Juan XXIII, cuando convocó al Concilio Vaticano II.
«El Concilio Vaticano II hay que borrarlo todo de un plumazo. No hay nada que me interprete. Hay cosas que las pudo haber redactado el más pintado de los liberales.»
El autor de esta crítica al Vaticano, el cura Lira, fue nada menos que el formador en el tradicionalismo católico del fundador del gremialismo en Chile.
Luego, en 1967, los gremialistas de la Universidad Católica, casi todos rugbistas, conformaron los famosos “guardias rojos”, que se opusieron ideológica y físicamente a la Reforma Universitaria alentada en esa Casa de Estudios por el movimiento estudiantil de la época.
Contemporáneamente, los mismos ultramontanos resistieron, a veces con violencia de muerte, la acción del Estado de Chile durante la Reforma Agraria que dignificó de acuerdo a los valores humanistas y cristianos la vida de centenares de miles de campesinos chilenos, que habían estado sometidos al régimen del latifundio en una explotación subhumana.
Es justo y oportuno recordar que la Reforma Agraria es un proceso instalado en primer lugar por la mismísima Iglesia Católica, tan resistida por los gremialistas.
Los obispos Manuel Larraín y el Cardenal Raúl Silva Henríquez, grandes artífices de esta obra cristiana, sufrieron el desprecio y, en el caso del segundo príncipe de la Iglesia, la persecución y la marginación de los centros de poder que llegaron a controlar durante la Dictadura, en particular la Pontificia Universidad Católica y el Canal 13 de Televisión.
Como bien nos recordó Genaro Arriagada en una entrevista reciente, el gremialismo “se opuso al fin de los senadores designados, se opuso a cuánta cosa. En el plano del derecho civil se opuso al divorcio, se opuso al reconocimiento de los hijos ilegítimos, esa barbarie que teníamos en Chile”.
“La UDI se ha opuesto a demasiadas cosas, y uno esperaría de la UDI, el partido más grande de Chile, que tuviera una actitud constructiva de decir discutamos las cosas, pero no cerremos la puerta a toda reforma, en el plano social, en el plano político”.
Compartimos la esperanza de Arriagada de que finalmente los irreductibles de calle Suecia, como los peores reyes bárbaros de otras épocas, vivan un proceso de conversión liberadora y abandonen el paganismo autoritario y pinochetista.
Si lo hizo el rey de los francos, Clodoveo, en Reims al convertirse al cristianismo después de haber destruido iglesias y haber asesinado a millares de católicos. El monarca bárbaro y pagano aceptó el llamado de la iglesia “a quemar lo que había adorado y a adorar lo que había quemado.” ¿Qué espera la UDI para sumarse a una nueva cultura política de la colaboración que comienza a establecerse en nuestro Chile?
Recordemos otra vez que los cristianos somos hijos de la esperanza.