29 ene 2012

Di-vagación sureña de verano

El jardín no es muy grande, más bien pequeño, pero con Verónica hemos logrado crear un pequeño rincón “del sur”.

Debido a un microclima lleno de sombras protectoras, que el sol a pesar de su esfuerzo, casi nunca alcanza a calentar directamente, asoman flanqueados por durmientes cubiertos de musgo, algunas variedades de helechos entre la hiedra siempre verde, y una fucsia, (obviamente decolor fucsia),ya bien florida.

Me gusta contemplarlas mientras escribo temprano, en compañía de un viento que ligero, y casi imperceptible, agita las ramas de los árboles, pero siempre con  la fuerza suficiente para arrancar entre el canto de los pájaros de la mañana, sonidos cristalinos a los colgantes de láminas de greda y pequeños tubos metálicos.

Los durmientes antiguos, además de la dureza de su madera de roble, están hechos de recuerdos y melancolía, llenos de sueños, alegrías y amores juveniles, de esos que viven para siempre en  ramales del sur, que hoy ajenos a rentabilidades sólo económicas, agonizan y se quejan para siempre, detenidos en el tiempo de la modernidad.

Bueno, es preciso reconocer, que algunos, como el ramal Antilhue-Valdivia, han resucitado, bajo el nuevo imperio salvador de la rentabilidad turística.

Los que tomaron alguna vez ese “Tren al Sur”, sí, el de Tellier y “Los Prisioneros”, el de la aventura infinita casi al fin del mundo, recordarán haber sido despertados de un polvoriento sueño entre mochilas, bajo los asientos de madera de un carro “de tercera”,con el aviso del “empalme en Antilhue”, necesario para poder llegar a Puerto Montt.

Volviendo de nuevo al rincón  sureño, debo aclarar inmediatamente, que Verónica es quien lo que riega en las mañanas, porque las mujeres crían todo con cariño, plantas, animales, las propias casas, (y a veces los maridos), como si fueran sus hijos.

Les gusta verlos y verlas crecer y desarrollarse en sus ciclos ligados a la vida, la belleza, la vejez, y la muerte. Viven más agudamente el sentido del tiempo. (De ahí la costumbre de sólo cumplir hasta los cuarenta años, y poner una vela con signo de interrogación, en los festejos que siguen).

Quizá la magia del sur yace en el misterio de sus alerces milenarios, en la fuerza vital de sus ríos, y en el reflejo esmeralda de sus lagos.

Yace en la fascinación del hombre por re-descubrir los dioses del origen que habitan en tormentasy el estruendo ensordecedor de los volcanes y elviento, que amenazan con llevarse hasta una tierra que es siempre verde.

Yace en el sonido arrullador y eterno de la lluvia, sobre casas amarillentas, con viejas tejuelas cubiertas de alquitrán.

Su magia yace en sus mujeres hechas de agua, y del hombre hecho del espíritu de la tierra, y los árboles de hoja permanente.

En el sur, la vida como creación amorosa y eterna, se ofrece plena, para amarla y sonreírle, (y así que nos ame y nos sonría).

Sí, la magia del sur y las mujeres, están hechas de lo mismo.

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  • Anónimo

    Don Sergio, su artículo me devolvió a los tiempos de la adolescencia y juventud en los que dos veces al año, para las vacaciones, viajaba en tercera de Valparaíso a casi Puerto Montt para reencontrarme con mi familia, mis amigos y conmigo mismo.
    Después del café con malicia a medianoche en Chillán, era obligatorio despertar en Antilhue para desayunar en los puestos de la estación con las inefables empanadas “de tiuque” (otros decían que eran de jote) y un café bien negro, pero el empalme y su consiguiente cambio de tren (pero no de carro, si es que el viajero había atinado a embarcarse en el llamado “el valdiviano”, ese que sacaban del tren y lo cambiaban a la otra línea) era para llegar a Valdivia. El resto del tren seguía directo a Puerto Montt.

  • ClaudioPS

    Don Sergio, su artículo me devolvió a los tiempos de la adolescencia y juventud en los que dos veces al año, para las vacaciones, viajaba en tercera de Valparaíso a casi Puerto Montt para reencontrarme con mi familia, mis amigos y conmigo mismo.
    Después del café con malicia a medianoche en Chillán, era obligatorio despertar en Antilhue para desayunar en los puestos de la estación con las inefables empanadas “de tiuque” (otros decían que eran de jote) y un café bien negro, pero el empalme y su consiguiente cambio de tren (pero no de carro, si es que el viajero había atinado a embarcarse en el llamado “el valdiviano”, ese que sacaban del tren y lo cambiaban a la otra línea) era para llegar a Valdivia. El resto del tren seguía directo a Puerto Montt.