El se murió en un día como hoy, en silencio, en tierra extraña que lo acogió cuando con otros cientos de españoles, subió al barco Winnipeg de la mano de Neruda, intentando encontrar la libertad, luego de una guerra civil en que todos perdieron bajo el influjo de Franco.
Esta tierra lo acogió; en ella sembró semillas, que germinaron pese a su tristeza, al dolor de no poder regresar a su amada Málaga y ayudar a los suyos a salir del infierno.
Me enseñó lo que he intentado ser y jamás claudicó de sus ideas. Por él amo la poesía, el flamenco, la lectura, el mar y la gente.
Fuí a Málaga a buscar las tumbas de mi familia y no las encontré. Me acompañó Carlos al Cementerio de la Campanilla y ya me había lanzado a la feroz idea de recorrer tumba por tumba, panteón por panteón, cuando me di cuenta que era inútil y a nadie le importaba.Después supe que a todos los han cremado. No hay donde poner una flor.
El flamenco es considerado un divertimento para turistas, la poesía para los inferiores, la pasión para la grosería política,los inmigrantes, una molestia.
Volví a perder a mi padre. No encontré sus huellas. No supe dónde buscar su nacimiento y tampoco saber en qué distrito de Málaga nació… tantas preguntas sin respuestas, que ya nadie me dará. Porque los que pueden no tienen ganas. Eso, a nadie le importa. España que era mi norte, mi sueño, no es la misma. Cuando me marché lo hice sin dolor, tal vez añorando el transporte público y la salud.
Construí un estereotipo de lo que era España que no se correspondió con la realidad… tanta pobreza encubierta hoy, pero la pobreza no se olvida, ni se tapa y eso hace que todo sea más dramático… el hambre pasada se confiesa sólo como un dato, pero el hambre, el miedo, la pobreza, los piojos, la persecución, la indefensión, no es posible taparla con un dedo… deja huella, deja marca, permanece. Hoy es el pasado de la pos guerra que duró décadas. Nosotros en Chile también llevamos esas cicatrices, todos, “moros y cristianos”.
Pero él no lo supo, murió en tierra extraña y propia, donde fue padre, tuvo amigos, fue reconocido y no alcanzó a ser abuelo.
Por eso hoy, lo recuerdo con admiración, como a tantos padres y abuelos que han sido consecuentes, que sembraron y cosecharon, que no claudicaron, que trabajan en lo que pueden y como se les permite hacerlo. A ellos que han creído y creen en un mundo mejor para los suyos y para todos… en que el derecho a la salud, la educación, la vivienda, incluso el pasarlo bien debe ser una realidad, para los propios y ajenos.
A esos hombres, como el joven que vi en la tele sosteniendo a su bebé enfermo , esperando que lo atiendan y declarando… “qué daría yo por tener plata y poder llevarlo donde lo atendieran al tiro”…mi reconocimiento y admiración a ellos que se tragan las lágrimas y apechugan, sobre todo en las malas, como lo hizo mi padre.
A esos que también saben reír, cantar, abrazar a los que aman.
Viejos, nuestros queridos viejos.