A los gobernantes, jueces y parlamentarios les convendría andar en Metro. Éste nos ofrece una suerte de radiografía santiaguina, un interesante paisaje social, que no sale en la tele ni en ningún medio “porque no es noticia”. La normalidad no sale en los noticiarios, pero suele informarnos más que las portadas o los editoriales si se toma conocimiento de ella.
Una cosa es viajar en “hora punta” y otra en horario “valle”. La temperatura ambiente, por ejemplo, varía fácil unos 6 grados, al alza según la aglomeración, incluso ahora en otoño. Cuando se viaja en ambiente tarro de sardinas, suben de tono los reclamos de las señoras y señoritas “pasadas a llevar” como que no quiere la cosa, por frescolines manilargos que se hacen los locos.
Los mexicanos terminaron por segregar los carros en horas punta. Aquí las autoridades aún no se deciden a ello. Sería bueno que algunas ministras hagan la prueba de viajar en la línea 4A en hora punta para que sientan la humillación en carne propia y convenzan a quien corresponda para que se tomen medidas.
En las horas de menor demanda, el Metro recupera la fama que tuvo en sus comienzos, de ser un medio de transporte grato, rápido, donde se puede leer un libro o la prensa del día, escuchar música de MP3 o escribir, leer y jugar deslizando dedos en una pantalla de esos aparatos electrónicos sensibles que, dicen, también sirven para hablar por teléfono.
Los que leen en “soporte papel” son los mayores. Los jóvenes lo hacen en esos artilugios de manejo imposible y que, para ellos, resultan de una sencillez total. Los adultos sienten que tienen sus dedos “crespos” cada vez que cogen uno en sus manos y declinan operarlos.
En cuanto a conducta, cada vez son menos los jóvenes que se sientan en el suelo incomodando a los demás pasajeros. Tampoco escasean los que dan el asiento a personas de la tercera edad o a madres con guagua en brazos. Los mayores, más lentos en sus desplazamientos, de a poco van aprendiendo a “tomar su derecha” en pasillos y escaleras mecánicas, para no hacer taco. El personal de los andenes también colabora a hacer más amable el tránsito en Metro.
Si no fuera por las aglomeraciones en horas punta, el abuso de los acosadores, la falta de ascensores y escaleras mecánicas y la mala conducta de los barristas cuando el Metro pasa cerca de los estadios de fútbol en días de partido, andar en ese medio sería un agrado. La ciudad sería más acogedora, los chilenos miraríamos el presente con mejor cara y las autoridades podrían hacer su pega con mayor respaldo.
No está de más el consejo: súbanse al Metro en horas punta y en horas valle, para que comparen.