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¿Cuándo comenzó esta historia? Yo diría que en el día de Thanksgiving, este último otoño sospechosamente tibio de 2015, el día de gracias sagrado de la cultura gringa, el espasmo de las familias que se reencuentran al ritmo de millones de pavos sacrificados para la rica cena ritual.
Y el otro ritual del desfile de Macy’s en New York: el trauma de ver a niñitas impúberes disfrazadas de cheer leaders blandiendo en sus brazos gráciles, unos fusiles enormes pintados de blanco. Dos minutos más tarde, otras niñas de esta tierra hacen ingreso con cascos estilo nazi, con esos abrigos de inspiración de las SS verde oscuro, en una danza de celebración del militarismo más cruel del que un alma humanista tenga memoria.
Otras bandas musicales de estudiantes de escuela lucen el casco prusiano con penacho. Las bandas musicales de las secundarias de Estados Unidos celebran el militarismo del país desde esa tierna adolescencia. Es un golpe al alma de los sensibles ver la danza de armas en sus manos tan pequeñas.
Los marines compran a millones de dólares cada minuto antes de las películas de acción en los teatros del país, la infantería paga en oro los avisos publicitarios antes o después de la publicidad de video juegos de guerra para los niños y los jóvenes, engatusándolos con que se unan a las Fuerzas Armadas, mostrando a enfermeras militares, ingenieros militares, científicos militares, pero se olvidan criminalmente, como de pasada, de mostrar las mutilaciones monstruosas de las bombas hechizas preparadas en Iraq para expulsar a los invasores blancos que llegan de tan lejos a sacar la carne de los huesos, los ojos de sus órbitas, la esperanza de la garganta de los niños árabes.
Miles de jóvenes de este país se dejan adormecer con tanto estímulo de la sangría de armas que se inyecta en cada corazón arrebatado de juventud. La sociedad, en medio de esa vorágine de violencia de mentirita en las pantallas, pasa pronto desde el hechizo de la proyección de 10 metros de ancho, a un desquiciado que se levanta en el teatro de Aurora en Colorado, grita contra el gobierno de Estados Unidos, tira una granada de humo, saca una metralleta militar AR-15 con cargador enorme y eterno de balas calibre .223, y comienza un abanico de muerte que exalta las almas de cada uno de los asistentes, que antes de ver salir a Batman huyendo de una orgía de balas de jolivud que buscan hacer sucumbir su heroísmo, se confunden por un segundo, espectadores que pasan de la pesadilla de utilería de la pantalla al dolor gatillante de las balas que les hacen reventar los pulmones, mientras el masacrador disfrazado de Guazón vacía uno, y luego otro, y otro cartucho en la humanidad del cine ahora con hedor a sangre inocente. Luego, viene el vacío, el sonido gutural de la sorpresa.
Los medios analizan, el presidente Obama totalmente ingenuo y totalmente impotente de fuerza política pide mayor control de armas, los republicanos culpan a los locos, mientras el aviso de Walmart que me llega sin ser solicitado en el correo y en el diario dominical me anuncian los “fusiles de asalto”, versiones civiles de bestias militares, a 200 dólares, las municiones a un precio de fracción en número de miles, los chalecos anti-balas, los binoculares con mirada nocturna, los revólveres Glock (el favorito de las masacres de Estados Unidos) a oferta rabiosamente barata, con la opción de cargadores enormes que los transforman, gracias a su capacidad automática, en una pequeña metralleta sedienta de muerte fácil bajo la chaqueta.
Estados Unidos está enfermo.
El trompeteo de trump, así con minúscula, solo viene a coronar una decadencia basada en la muerte que no tiene parangón en la historia de Estados Unidos.
Más de dos millones de indocumentados deportados por Obama, récord histórico del orgullo negro demócrata, dos millones de suspiros de familiares destruidos en un segundo. Unido a eso, la campaña cercana al paroxismo moral de trump va destruyendo como un bólido algunos símbolos sagrados del “deber ser” estadounidense, que hasta los conservadores de ultra-derecha consideraban intocables.
Primero, inició y financió el mito mediático que Obama era keniano, por tanto, que no podría ser presidente. Ante el certificado de nacimiento irrefutable que lo aseguraba estadounidense de nacimiento, trump siguió aun el trompeteo desafinado de la mentira.
Luego, ofendió el ciclo menstrual de las mujeres, en la persona de la periodista Megyn Kelly, asfixiado por las preguntas profesionales que cuestionaban el gran abanico de fugas de su discurso de campaña.
Pasamos luego a sus ideas delirantes sobre un muro que cierre la frontera sur para evitar la entrada de mexicanos e inmigrantes en general, como si los terroristas del 911 no hubieran gozado de las conveniencias de cómodos pasajes aéreos y visas de estudiante al alcance de los bolsillos siempre repletos de los extremistas de Al Qaeda.
Como si los campos de Golf de trump, sus torres chulas, sus resorts tan kitch como su pelo de oleaje chapoteando en gel, no gozaran constantemente del trabajo barato de los inmigrantes morenos que llegan a USA bajo la premisa, ¡oh gran ironía!, de estar simplemente usando la libertad de flujo laboral que las normas capitalistas se supone defienden.
El trompeteo desafinado de trump recientemente ha ofendido a las personas con discapacidad física, ha agraviado a los veteranos de guerra (se echó al pecho al mítico senador de su propio Partido Republicano John McCain, héroe militar que sobrevivió herido a campos de concentración en Vietnam, y que casi llega a la Presidencia de EEUU), despreció a los refugiados sirios, ofendió a los negros de USA adjudicándoles fantásticas cifras de homicidios contra los blancos…El trompeteo de trump ha logrado ofender en unos pocos meses de campaña el alma de casi todas las minorías y mayorías de este país.
Pero lo que rebasó el vaso de los republicanos conservadores, se supone su séquito cómplice, fue su más reciente exabrupto: cerrar las fronteras para los musulmanes que quieran entrar a Estados Unidos.
Por un minuto de magia política que difícilmente podremos volver a ver, pudimos apreciar a líderes de la derecha estadounidense, a líderes de los países aliados conservadores de Estados Unidos, a líderes árabes aliados de este país, repudiar con asco un quiebre tan descarado a la esencia de este país. Imperio militarista y todo, USA no acepta, por lo menos en el papel, las discriminaciones de ningún tipo basado en raza, religión, clase social, origen nacional y más recientemente, género.
El ultra-republicano Paul Ryan (quien acompañó a Romney en su aventura millonaria presidencial), actual presidente de la Cámara de Representantes (diputados), repudió de una forma sorpresivamente intensa la posición de trump sobre el bloqueo a los musulmanes.
Lo mismo Cameron en Inglaterra, lo mismo los líderes de Escocia, origen familiar de trump, país que le quitó inmediatamente su título de “embajador de negocios” (la madre de trump, ¡oh nueva ironía del destino!, ¡llegó de emigrante a Estados Unidos desde la isla escocesa de Lewis!). En Arabia Saudita están sacando bajo grandes trompetadas el nombre de trump de sus instalaciones de golf y condominios de lujo, so temor de quedarse sin compradores.
La verdadera crisis moral made in USA no es trump y sus trompadas a lo loco fascista. La historia nos muestra que las sociedades muchas veces generan engendros monstruosos, pero cuyo único pecado original es, aparte de existir, ser apoyados (he ahí el castigo), por las masas.
El verdadero clamor de las conciencias surge de ese 30% o 40% de los republicanos de las primarias, y del más de 40 por ciento de intención de voto también a nivel nacional que desean elegir a trump como presidente. Frente al descalabro ético y moral, y el grosero desprecio por el prójimo y por los derechos constitucionales de ciudadanos y no ciudadanos de este país, esos porcentajes de estadounidenses aún guardan en el secreto de las encuestas su voluntad incomprensible de apoyo al magnate de pelo al viento permanente.
La crisis moral made in USA hermana a trump y la insensibilidad social que emana tras cada masacre a manos de civiles, donde los republicanos y los desalmados lobistas de la poderosa NRA, la Asociación Nacional del Rifle ¡sugieren armar incluso más a los ciudadanos para parar la violencia!
Ninguna de las grandes masacres de estos años, ni Virginia Tech y sus decenas de muertos, ni la escuelita Sandy Hook en Connecticut y la veintena de niñitas y niñitos reventados a fusil militar, ni las víctimas de San Bernardino en California, ni las del teatro de Aurora en Colorado fueron detenidos por el uso de armas en manos civiles.
En todos ellos el perpetrador se entregó, se suicidó o fue neutralizado (tarde) por la fuerza policial. En casi todos los casos, fueron enfermos mentales que pudieron comprar armas sin problemas, o asesinos resueltos que se transformaron en dioses de la muerte con unos cuantos dólares y una visita al supermercado.
Para “remediar” la crisis, el presidente de la Universidad Liberty, Jerry Falwell, no encontró otra forma de enfrentar el tema que sugerir a sus alumnos adquirir cada uno un arma para enfrentar la violencia. Es lo que desea la Asociación Nacional del Rifle: hacer crecer el miedo, hacer crecer el terror, hacer crecer el odio entre los ciudadanos, y vender más armas al ritmo de la histeria colectiva, hasta que las balas salten de emoción en las cuentas de los fabricantes del mercado de revólveres más grande del planeta.
Pero al mismo tiempo, los sospechosos de terrorismo que no pueden volar en los aviones de Estados Unidos, sí pueden comprar armas, hasta de corte militar, en la tienda de la esquina. Los enfermos mentales, los locos del alma, los enojados con la conspiración de turno (del gobierno, de la iglesia, de los abortistas, de los negros, de los judíos, de los musulmanes) pueden ungir sagradamente sus demonios internos y liberarlos con miles de balas compradas con impunidad en el mercado capitalista más grande y liberal del planeta.
¡Oh, Walt Whitman, estimado poeta obrero! ¡Cuánta falta nos haces con tu voz profundamente ética tan estadounidense, tan de la tierra! ¿Cómo enfrentaría el trompeteo mental y moral de trump a tus versos sagrados? ¡Qué lejos se imagina uno atrump de tu canto, vate del pueblo!
Me encantaría observar el rostro de trump enfrentado a uno de tus versos: “Por sobre la matanza se elevó profética una voz/“No estés descorazonado, el cariño ya resolverá los problemas de la libertad” / Aquellos que se amen unos a otros, serán invencibles: harán victoriosa a Columbia”, es decir, al Estados Unidos noble de tus sueños, estimado Whitman.
Nuestro trump seguramente miraría burlón el texto, elevaría la mirada confundido a nosotros, los interlocutores. Sonreiría con esa mueca de labios de medio lado con los ojos un poco cerrados, las cejas un poco dobladas de ironía.
Simplemente se encogería de hombros, agarraría nuevamente el micrófono a su lado, se arreglaría el saco, respiraría hondo frente a la muchedumbre de campaña, y lanzaría rabioso su perorata de hombre blanco contra el mundo al que lo llama, infame, el destino. El eterno trompeteo hacia el vacío.