Aun cuando se percibe que la influencia de la Iglesia Católica en Chile y en el resto del mundo se ha visto claramente disminuida como fuerza moral en el ánimo de católicos y no católicos, como consecuencia principalmente del divorcio que se observa entre el mensaje de Cristo y el comportamiento de algunas instancias eclesiales, sumado lo anterior a los escándalos sexuales de algunos emblemáticos e influyentes sacerdotes, la renuncia de Benedicto XVI impactó en la conciencia de los católicos y sorprendió al mundo entero.
¿Qué explica que un Papa inteligente y en plena posesión de sus facultades intelectuales, por todos reconocidas, decida dimitir tan abruptamente?
Probablemente la respuesta no se encuentra en el anuncio oficial de su renuncia en donde el propio Papa aduce razones de “falta de fuerza física”, sino que en su homilía del miércoles de Ceniza en donde insta a la Iglesia Católica y a sus fieles a volver a Dios con todo el corazón.
¡Volver a Dios! nos pide el Papa, para a renglón seguido denunciar con inusitada claridad la “hipocresía religiosa”, como aquel comportamiento que quiere aparentar, las actitudes que buscan el aplauso y la aprobación de los feligreses.
Sin embargo, el Papa es aun más claro cuando en esa misma homilía señaló: “en nuestros días muchos están listos para rasgarse las vestiduras ante los escándalos y las injusticias, naturalmente cometidos por otros, pero pocos parecen disponibles a actuar sobre el propio corazón, sobre la propia conciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta”. “Hay que rasgar el corazón y no las vestiduras”, nos expresa con vehemencia el Papa.
Para que no quede duda alguna acerca del fundamento de su mensaje señaló: “El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al público, sino que a su Señor en la simpleza y en la generosidad”. Sin duda que a diario millones de religiosos se entregan con sencillez, humildad, simpleza y generosidad al servicio de los demás en todo el mundo, pero otros no.
Por cierto que un Papa que es y ha sido capaz de expresar con una claridad e inteligencia tan notables estos pensamientos, dirigidos a los corazones de los sacerdotes y de los fieles, dispone de una fuerza moral inmensa que la utiliza en pro de una Iglesia abierta al mundo de hoy y a la vez consecuente con el mensaje de Jesús.
Las fuerzas físicas no son tan necesarias en el pastor universal de la Iglesia Católica.
Probablemente las fuerzas físicas de Benedicto XVI se fueron agotando al no lograr consenso para que el testimonio de fe y de vida cristiana de los católicos, y en especial de aquellos que se comprometieron ante Dios de ser fieles a su mensaje, traicionaron a Jesús desfigurando su rostro y el de la Iglesia.
En Chile y en tantos otros lugares del planeta, sacerdotes y obispos muchos de ellos emblemáticos en sus respectivos lugares han demostrado en su testimonio de vida “hipocresía eclesiástica“. Hipocresía que también salpica a los encubridores, a aquellos que intentaron ocultar o minimizar hechos tan despreciables, fingieron, omitieron o mintieron.
Por cierto que esta actitud de consecuencia demostrada por Benedicto XVI, ha mermado sus fuerzas pero no su alma.
Ella ha generado posiciones divergentes al interior de los poderes en la Iglesia y es por ello que el Papa, utilizando la solemnidad del rito del miércoles de Ceniza, al inicio de la Cuaresma y dos días después del anuncio de su renuncia, expresara ante una gran multitud de fieles, entre los que se encontraban varios cardenales y cientos de sacerdotes, la necesidad de la unidad, la superación de las rivalidades y el individualismo.
Son precisamente estos pecados de la Iglesia y de nosotros los católicos en donde se debe encontrar la verdadera explicación a una renuncia inesperada.