Chile ha sido invitado como acompañante a uno de los procesos que podrían marcar la historia de América Latina de esta década. El proceso de negociación de la paz en Colombia marca un hito en un país marcado por más de cuatro décadas de violencia guerrillera, pero también es un hecho significativo para nuestro continente.
La letra chica del proceso esta aún por descifrarse. No hay mucha claridad sobre lo que implica el rol de acompañante en un proceso que tendrá turbulencias y posiblemente larga duración. Más allá de los detalles que deberán ser aclarados, la invitación que hace el gobierno colombiano debe ser entendida en Chile como un reconocimiento de su liderazgo regional.
En política internacional los equilibrios son siempre el mejor escenario. Es por esto tal vez que se buscó un país que está lejos de apoyar el proceso revolucionario o las reivindicaciones iniciales de las fuerzas guerrilleras colombianas.
Muy por el contrario, Chile ha demostrado su distancia frente a estas acciones no sólo en el actual gobierno de centro derecha sino que a lo largo de las dos décadas de gobierno concertacionista.
La negociación por la paz, es una conversación entre dos que requieren llegar a acuerdos donde las declaraciones insultantes, la creatividad en la reflexión y la falta de información no tienen cabida. Chile tiene la oportunidad de mostrar al mundo que más allá de sus declaraciones internas, puede levantarse a la altura de un hecho histórico para aportar en la solución de un conflicto que desangra a un país hermano.
Venezuela, en medio de un escenario electoral complejo, jugará su rol de acompañante de formas posiblemente variantes. Ya salieron los anuncios del candidato Capriles diciendo que si gana no aceptará guerrilleros en su territorio. Así, es posible que su participación se politice y genere algunas fricciones en el camino.
Chile debe mostrar su liderazgo haciendo lo contrario. Mostrando que la convicción de la paz está presente en todos los sectores políticos y que en ningún caso se apelará a esta participación para tratar de generar ganancias electorales.
El proceso será largo y tendrá retrocesos esporádicos. Eso es lo único claro y evidente. Las expectativas deben ser mesuradas y las posibilidades de un cese al fuego completo, una desmovilización total y el ingreso de las FARC a la arena electoral no pueden estar en la agenda del corto o incluso mediano plazo.
Sin embargo, el Presidente Santos ha demostrado con certeza que como en la mayoría de casos similares en el mundo, terminar con la violencia no se logra con enfrentamiento y violencia. Ha mostrado que el camino de la conversación y la negociación es importante incluso cuando uno enfrenta un ejército que se logra rearmar constantemente.
Santos ha reconocido que la fuerza de los acuerdos podrían permitir que Colombia siga en su ruta de crecimiento económico y desarrollo de políticas sociales. El Presidente ha puesto en claro que para luchar contra la injusticia, la desigualdad y la pobreza se debe terminar con el conflicto.
Acompañar este proceso podrá generar en la élite política chilena una reflexión sobre estos últimos puntos, que bien vendrían para mirar hacia adentro y definir cuales son los mejores mecanismos para integrar, validar, reconocer y construir un país integrador.
Así, la invitación de Colombia no sólo permitirá reconocer el liderazgo regional y las fortalezas institucionales de Chile en América Latina, tal vez aún más importante permitirá que Chile reconozca que los caminos del diálogo son los más productivos cuando se enfrentan procesos de desencuentro nacional. Las lecciones por tanto pueden ser muy valiosas.