Una despiadada conducta humana se ha hecho pública en días recientes. En efecto, la Presidenta del Colegio de Matronas de Chile, Anita Román, señalo que en los años 80, “había contrabando de recién nacidos”, explicando o tratando de explicarse el procedimiento de inscripción irregular de tales criaturas, para realizar un increíble comercio humano que iba desde la venta directa por una cantidad de dinero hasta el brutal despojo de las madres, pretextando “mal formaciones” o simplemente el fallecimiento de los neonatos por causas indefinidas.
En todo caso, lo que se repetía era la condición humilde y frágil de la parturienta, debidamente seleccionada en su precariedad social para que su eventual resistencia fuese nula o fácilmente doblegable por las manos ocultas que les usurpaban esos pequeños seres en sus primeros días de vida.
Esto tenía lugar en dictadura.
Esta situación, tan dramática y funesta, confirma que mientras más derechos sociales sean conculcados y negados mayor será la desigualdad entre las personas. Así ocurre cuando se entroniza una dictadura, por cuanto en ese régimen de privación absoluta de derechos se imponen los más fuertes, los más inescrupulosos, los poderosos sin dios ni ley.
En una dictadura la desigualdad está institucionalizada. Unos mandan los demás obedecen. En democracia se debe burlar el Estado de Derecho para que estas acciones delictuales puedan llevarse a cabo.
O alguien podría pensar seriamente en que la policía uniformada en aquel periodo, encabezada por “Mendocita” iba a cumplir debidamente sus funciones profesionales?
No es mi intención menoscabar a tantas personas que honestamente hacen de ser Carabinero una profunda vocación; pero, no nos equivoquemos, esa delicada misión en bien del más débil sólo es fértil y genuina cuando se garantiza que no habrá abusos y atropellos a las personas que precisamente se tiene la tarea de proteger.
En este cruel delito, realizable por mafias altamente organizadas e influyentes se revela la paradoja de las dictaduras, dicen que son un gobierno fuerte y, al final, no son más que dóciles instrumentos de siniestros y espúreos grupos de poder, enquistados en esos regímenes que tratan de perpetuarse a cualquier precio.