14 jun 2014

La cultura, la política y la guerra

La lucha en Ucrania se agrava. Los separatistas pro rusos acaban de derribar un avión con más de 40 militares. En Irak avanza la ola islamista sunita: sueñan con crear un nuevo Califato. Irán propone a EE.UU. actuar en conjunto contra el peligro.¿Se acuerdan de las disputas pasadas por la energía nuclear? Para no hablar de la guerra en Siria.Y no es necesario traer a colación los conflictos étnicos y religiosos en África y Asia.

Cualquiera que se interese por entender el mundo en que vive, se pregunta por la causa de estos conflictos y guerras. ¿No se vaticinaba que luego del fin de la Guerra Fría, el mundo viviría una suerte de tranquilidad gracias a la expansión del mercado y la democracia?

En un reciente artículo en el Wall Street Journal, Fukujama – el más renombrado autor de la hipótesis del fin de la historia – afirmaba a propósito de los 25 años de la aparición de su libro, que su planteamiento sólo puede ser verificado a largo plazo, o sea, cuando nadie se acuerde de sus dichos. El ha reconocido reiteradamente que el escenario resultó mucho más complejo de lo previsto.

Obviamente todos estos conflictos tienen muchos ingredientes. Pero si hay un factor desencadenante, ese parece ser de índole cultural.

La modernidad había postulado el fin de la religión gracias a un proceso creciente de secularización.El avance de la ciencia y la tecnología disiparía la ignorancia y sus alienaciones. Han pasado más de dos siglos desde esos postulados, y hoy vemos que las nuevas guerras hunden sus raíces en el nacionalismo, en la identidad étnica y en la religión, más que en la política o la economía. Frente a una globalización invasora, los pueblos vuelven su mirada hacia sus tradiciones más sentidas.

El terrorismo de nuestro tiempo ha perdido sus motivaciones ideológicas. Sus protagonistas ya no recurren al anarquismo o al fascismo para justificar su violencia.Se inspiran en motivaciones nacionalistas o religiosas.

¿Quién previó hace algunas décadas atrás que uno de los factores más graves de desestabilización iba a ser el surgimiento y expansión del islamismo extremo? Los yihadistas traducen en términos militares el esfuerzo que el Corán exige para expandir el imperio de la ley de Dios en cada creyente y en el mundo.Muchos son jóvenes que no encuentran trabajo en sus sociedades o que se sienten discriminados en los países de emigración y que recurren a la religión como un instrumento de militancia y razón de ser.

Yugoslavia dejó de existir y en sus fronteras surgieron diversas naciones con características culturales bien definidas, luego de sangrientas guerras.

Algo similar sucedió en la URSS habitada por pueblos que se negaron a asumir una identidad impuesta desde el poder soviético. Ahora parece ser el turno de Irak, donde se enfrentan – como en gran parte del Medio Oriente – sunitas y chitas, mientras los kurdos apuestan por una autonomía que pueda transformarse en un Estado.

El nuevo escenario de los conflictos pareciera dar la razón a S. P. Huntington con su famoso libro “El choque de civilizaciones”, que sería del caso volver a leer.Sostenía que aquello que el Occidente define como valores universales, el resto del mundo lo percibe como imposición imperialista y que las zonas de mayor conflicto se darían en las fronteras entre las grandes civilizaciones (y de las corrientes internas de cada una), que muchas veces atraviesan a las naciones. Ya no resulta tan sencillo distinguir los conflictos entre los Estados de las luchas internas.

Irak es un caso emblemático. EE.UU. y Gran Bretaña invadieron el territorio iraquí so pretexto de la existencia de armas de destrucción masiva en poder del régimen de Saddam Hussein. Derrotado el dictador, G. Bush declaró “el triunfo de la democracia”.

En cambio, hoy tenemos un país devastado por los conflictos religiosos y étnicos, cuya subsistencia está en peligro. Faltan los presupuestos elementales para la existencia de un régimen democrático, aunque su gobierno haya surgido de las urnas.

¿Quién habría pensado que Ucrania se iba a transformar en un polvorín, cruzada como está por la tensión entre una cultura más europea y otra que mira a Moscú? Crimea ya cambió de ubicación en el mapa. ¿Qué sucederá con las otras regiones fronterizas a Rusia? ¿Y qué pasará en Afganistán con el retiro de las tropas de la OTAN, donde el movimiento talibán se ha ido reforzando día a día con fuerte influencia en ciertas zonas fronterizas de Pakistán?

Tampoco sabemos qué desarrollo tendrán los movimientos separatistas que existen con fuerza en varios países de Europa. Ahí están los casos de Escocia y Cataluña, de flamencos y valones en Bélgica, por citar los más significativos.

Vivimos en un proceso de rápidos cambios, que no es fácil ni entender ni menos orientar o conducir. En América Latina, forjada con elementos culturales compartidos, estos temas parecen distantes. Pero también entre nosotros se asoman a la vida pública las reivindicaciones étnicas de pueblos postergados o simplemente ignorados.

Una cosa es cierta: allí donde termina la política, comienza la guerra.

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