Hace un par de meses Res Pública Chile, grupo financiado por Andrónico Luksic, dio a conocer un estudio titulado “95 propuestas para un Chile Mejor”. La iniciativa reunió un grupo transversal –dentro de ciertos límites ideológicos- representativo de lo mejor de la elite tecnocrática local, es decir, fundamentalmente economistas, con algunos injertos humanistas; principalmente de las Universidades Pontificia Católica de Chile y de Chile, y prácticamente todos con estudios de pos grado en reconocidas universidades del primer mundo. La nata misma.
Su objetivo, “aportar a pensar en nuestro país. Identificar esas brechas y falencias a la luz de un objetivo técnico y político, y sobre todo presentar propuestas de reformas y cambios para un Chile Mejor”.
Su pretensión “enriquecer la discusión pública necesaria para impulsar las reformas que el país requiere para ser más desarrollado integralmente, socialmente más inclusivo, políticamente más estable y representativo, y con habitantes y comunidades más felices”.
La profunda reflexión del connotado grupo los llevó a generar esas 95 propuestas agrupadas en cuatro secciones: Sistema político, regiones y Estado; Desarrollo económico, mercados y medio ambiente; Desarrollo social y equidad y Delincuencia y drogas.
En su resumen inicial señalan la necesidad de asumir las complejidades y cambios de la sociedad actual, que además de sus progresos, “se muestra más exigente, expresa nuevas aspiraciones y revela retrasos, desigualdades, contradicciones y motivos para la perplejidad”. Entendemos entonces que las 4 secciones y 95 medidas representan aquellas urgencias que, al menos esta parte de nuestra elite, identifica como indispensables de intervenir por medio de reformas y políticas públicas.
No entraré al análisis de las propuestas que están contenidas en el documento, algunas de las cuales podría perfectamente suscribir, me preocupan más bien las propuestas y temas ausentes, en particular la cultura, término que no logramos encontrar en ninguna de las cuatro secciones, ni de las 95 medidas.
Solo logramos encontrar la palabra cultura al final de la introducción del libro, donde señalan algunas “importantes omisiones temáticas”, destacando el “conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche” y “políticas de promoción cultural”. Argumentan dicha ausencia en la “falta de conocimientos específicos del grupo para abordar materias especialmente complejas, y no a un desconocimiento de su importancia para el futuro del país”.
Efectivamente la denominación que dan a ambos temas confirma lo que declaran.Hablar de “conflicto entre el Estado y el pueblo mapuche” y de “promoción cultural” es por cierto no entender mucho el desafío que tenemos como país respecto de la interculturalidad y de nuestros pueblos indígenas (no solo el mapuche) y tampoco de arte, políticas culturales y patrimonio.
Sin embargo, lo que parece ser un acto de humildad queda en duda cuando se constata la cantidad y diversidad de temas que sí son capaces de abordar, por cuanto el grupo compuesto por 9 economistas, 1 abogado, 1 sacerdote-ingeniero comercial-teólogo, 2 sociólogos y una ingeniera industrial, sí asume tener “conocimientos específicos” para generar 95 propuestas destinados nada menos que a: régimen de gobierno, partidos políticos, descentralización, modernización del estado, sistema previsional, políticas de inmigración, infraestructura, innovación y emprendimiento, energía, medio ambiento, libre competencia y consumidores, sistema tributario, participación ciudadana, transporte, educación, salud, pobreza, sistema laboral, vivienda, delincuencia y drogas.
Por cierto cuando sus propios “conocimientos específicos” eran insuficientes para el adecuado tratamiento de alguno de los temas que consideraron importantes, se aseguraron de complementarlos con el de alguno de sus 86 invitados, que clasificaron como autores de estudios de trasfondo, expertos consultados, invitados a exponer y ayudantes de estudios de trasfondo.
Lo que señalan en la introducción parece entonces no ser más que la excusa políticamente correcta para esconder la verdadera razón de la ausencia cultural de la publicación, que no es otra que la importancia y relación que tiene la elite tecnocrática de nuestro país con ella y que podemos identificar de las siguientes tres maneras.
La primera es que para esta elite existen urgencias mayores, por lo que los esfuerzos de políticas públicas deben orientarse a esas urgencias. Desarrollo artístico, cultura y patrimonio, pueden esperar, pues no son variables críticas para el desarrollo del país.
La segunda es que en opinión de esta elite, la cultura derechamente no es importante para “tener un mejor país” como titula la publicación. Es decir, no se requiere de más y mejor arte y cultura para tener un país “desarrollado integralmente, socialmente más inclusivo, políticamente más estable y representativo, y con habitantes y comunidades más felices”.
La tercera es que esta elite simplemente no sabe lo que pasa con el arte, la cultura y el patrimonio en Chile, porque vive en otro país. Vive en el país donde sus habitantes poseen capitales social y cultural importantes, donde la creación se puede desarrollar adecuadamente, con buenos circuitos de distribución y donde no existen barreras de acceso. El país del 5%.
Los habitantes de esta elite van frecuentemente al cine, al teatro, asisten a exposiciones y museos, manejan los lenguajes del arte y la cultura, sus hijos son bilingües y el precio de los libros no los afecta.
Y los pueblos indígenas son para esta elite, más un problema de seguridad pública que una realidad cultural.