Escuchar y ver en vivo a Ennio Morricone me hizo sentirme con los mismos privilegios de un alemán del siglo XVII presenciando un concierto de Juan Sebastián Bach…con Bach en persona. O un austríaco del XVIII viendo a Mozart dirigir sus sinfonías. O un milanés asistiendo a la presentación de Nabucco en La Scala bajo la dirección del mismísimo Giuseppe Verdi.
Ver y escuchar a Morricone en vivo es un encuentro único en nuestras vidas contemporáneas.
En este mundo tan lleno de “pop” y de recursos técnicos que facilitan prodigiosas interpretaciones, asistir a un concierto de un maestro que dirige sus propias creaciones, todas ellas magníficas y perfectamente accesibles a todo público, es un momento francamente histórico.
Una sensación así de maravillosa sólo la había experimentado con anterioridad cuando en 1997 tuve el privilegio de presenciar la Ópera Rock Jesus Christ Superstar en el Teatro Lyceum de Londres.
Se dirá que la obra de Morricone es música de películas, tratando de repetir la “siutiquería” histórica de algunos “doctos” criollos de la música selecta, que hace más de un siglo pretendieron estigmatizar a la ópera como una disciplina populachera y de poco valor artístico.
El gran valor de la música de Morricone es su asociación a grandes eventos de alto interés humano que han sido recreados en el séptimo arte.
Notable es el caso de La Misión, retrato de una utopía radicalmente cristiana ensayada en el actual territorio paraguayo.
O la trágica injusticia, hoy reconocida oficialmente en los Estados Unidos, cometida en contra de Sacco y Vanzetti.
O el temple impenetrable de Clin Eastwood o Franco Nero, héroes del lejano Oeste norteamericano que desplazaron del imaginario aventurero a los films tradicionales de John Wayne o Alan Ladd.
Morricone describe musicalmente estas epopeyas humanas con la maestría con que Verdi recrea los sufrimientos del pueblo judío en su Va Pensiero, considerado como el segundo himno nacional italiano.
Estar ahí, con miles de personas, frente a un creador y su obra, interpretada magistralmente por la Orquesta Sinfónica de Chile, el Coro Sinfónico de la Universidad de Chile y los maestros italianos que lo acompañan en esta gira, representa una experiencia excepcional que me lleva a afirmar que gracias a Ennio Morricone, los seres humanos de los siglos XX y XXI “habemus” música.