Me pasó este año en Valparaíso que llegué cautelosa. Puerto de Ideas tenía tremendo programa, casi imposible dilucidar qué elegir. Me pregunté varias veces cómo iban a lograr superar al joven italiano Paolo Giordano (La soledad de losnúmeros primos), quien el año pasado nos logró traspasar su propia soledad, y al cineasta y literato francés Philippe Claudel (La nieta del señor Lihn), con su grandeza intelectual.
Imposible, me dije, pero ahí me planté, en el edificio José Ignacio Molina, justo detrás de la Iglesia de la Matriz, desde el día uno. Además el lugar convoca, con su toque de ruina antigua, de cielos armados con cintas de colores, de personas que lo repletan y de emoción previa peligrosísima. Porque si el personaje no da el ancho…
Pero Roberto Llinás, el neuro científico colombiano-neoyorquino lo dio de sobra. Habló del arte como un producto que tiene que ver con la emoción y de cómo nuestro cerebro emocional es pequeño pero uno puede entusiasmarlo por el lenguaje, los sonidos, la visión. Se fue el sol, oscureció, no volaba una mosca. Entonces me pregunté, ¿y ahora qué?
Y en el mismo lugar, a la mañana siguiente, la escritora y periodista Alejandra Guerriero resultó demasiado entretenida con su conferencia Detrás de la escena. Sus cuentos con Jorge Lanata, Página 12, una médium que la convoca para entrevistar a un escritor muerto, genial personaje.Casi lleno. A la misma hora estaba en otro lugar el geógrafo británico David Harvey con El poder de lo urbano en un mundo desigual. Lleno.
Más tarde, ese mismo día, en el teatro del Parque Cultural de Valparaíso (cerro Cárcel), donde caben más de mil personas, habló el bioquímico chileno Pablo Valenzuela: La curiosidad como agente transformador. Repleto. Y dónde ya no cabía un alfiler fue en la noche con el escritor israelí David Grossman y el relato sobre la muerte de su hijo en esta “guerra sinsentido con Palestina”, descrito desde la vivencia de la madre.
Estas son sólo algunas pinceladas de lo que pasó este año en Puerto de Ideas. Cinco de 25 conferencias, sin contar a las otras actividades aledañas. Entonces, ¿la gente quiere cultura o no?Ahí no había distinción de sexo, edades ni clases sociales.
La entrada vale $1.500. Buena nota, tanto que hay que avivarse. Hay muchas charlas que se agotan. A mí me parece que Chantal Signorio, Alejandra Kantor y el grupo que acompaña a estas “inventoras de ideas” le han dado el palo al gato. Por supuesto ya no están sólo en Valparaíso.También en Antofagasta y veremos por dónde siguen.
O sea, que lo que la tele dice que no va, aquí va. Que no es masivo, es. Que no habría interés, sobra. La gente aparecía por todos lados en bus, colectivo, metro desde Viña y a pie desde los cerros.
Llinás tiene razón: “Al cerebro lo que más le importa es que las cosas que uno experimenta generen un estado interno emocional positivo”.