El Día Nacional de las Iglesias Evangélicas es un avance del país, del reconocimiento que se ha hecho en democracia al protestantismo por su contribución a la libertad en el ejercicio de la fe que se debe garantizar a todo creyente, así como, de su labor abnegada y tesonera para rescatar a muchas personas de la delincuencia, la drogadicción o el alcoholismo. Así el país lo ha dejado de manifiesto en muchas ceremonias este último 31 de octubre.
Sin embargo, en el marco de esta festividad se ha desbordado, una vez más, la intolerancia de expresiones de un extremo conservadurismo que protagonizadas por el vocero de estos sectores, Hedito Espinoza, ha dado rienda suelta a su homofobia, recurriendo por enésima ocasión a la amenaza de que se va a “destruir la familia” si se avanza en legislar en el Acuerdo de Vida en Pareja que apunta a resolver problemas insolubles que convivientes, sean o no del mismo sexo, que luego de una larga vida en común sufren graves daños patrimoniales en el caso de no estar formalmente casados.
Sus dichos no son sorpresivos ni casuales; no cabe duda que siguen una conducta y un estilo de expresión ya usado muchas veces.
Se podría hacer un larguísimo recuento de sus salidas de madre y, sin embargo, continúa diciendo lo que realmente se le viene en gana; en especial, en el tema tan delicado de la opción sexual de cada persona que, después de muchos años de discriminación y abuso hacia los homosexuales , ha comenzado a ser tratado en nuestro país con altura de miras y madurez.
Una vez restablecida la democracia, siendo diputado participé activamente, en un esfuerzo por la tolerancia y la no discriminacion, presentando uno de los primeros proyectos de ley utilizados en el trabajo legislativo que concluyó con la aprobación del texto legal sobre libertad de culto en nuestro país.
Pude tomar nota de la discriminación sufrida por tantos obispos y pastores evangélicos, que con sus familias, padecieron fuertes expresiones de abusos discriminatorios durante muchos años.Ellos dieron una lucha muy dura contra la intolerancia, con su coraje se ganaron mi admiración y la de muchas personas, que valoramos su firme conducta, su devoción religiosa y su amor al prójimo.
Por eso que viene a resultar profundamente decepcionante que en un Acto de Fe, como es el Día de los evangélicos, se vuelven a reiterar estereotipos y afirmaciones que rayan en la caricatura y, en desbordes verbales, que indican la presencia de un encono persistente y arraigado hacia una parte de nuestros semejantes. No es lo que debiera caracterizar el ánimo de personas que sufrieron en carne propia tales odiosidades.
En la sociedad global estas expresiones son inaceptables, se está cayendo en un periodo que a la postre puede resultar funesto para la humanidad, en que el integrismo de diverso signo y el fanatismo religioso, están provocando enfrentamientos de alcances inimaginables para muchos pueblos en el planeta.
Es cosa de mirar lo que ocurre con el terrorismo militarizado del llamado Estado Islámico, para que reflexionemos seriamente acerca del oscuro sendero al que conduce un ejercicio enceguecido de las creencias en el mundo de hoy.
La clave de la civilización humana del próximo tiempo depende directamente de la capacidad que tengamos de tolerarnos unos a otros, de aceptar profundamente que la diversidad es consustancial al ser humano y que jamás seremos todos y todas exactamente iguales; hay que saber asumir la identidad y la fisonomía de cada cual y abandonar las huellas de siglos de ofensas mutuas, de soberbia y engreimiento, que no hacen más que retardar y obstruir el avance en que la libertad no sufra de las amenazas que siembran las convicciones fanáticas que aún nublan la sociedad en el planeta.
Esperemos que pronto sea el día que estos enconos no sean entregados desde tribunas desde las que se añora fraternidad y no soberbia, unidad y no división, en bien de Chile.