Existiendo tantos y tan buenos, convertirme en un “opinólogo” más, sería un despropósito de mi parte. En especial, si mi intención es comentar las políticas públicas que el gobierno de la Presidenta M. Bachelet deberá implementar durante su corto periodo de cuatro años, según el programa presidencial que le ofreció a la ciudadanía.
Permítanme entonces otorgarle el reconocimiento público por la actitud consecuente al honrar su palabra en el rechazo del Comité de Ministros a la construcción de la represa denominada “HidroAysén”, ya que ésta presenta variadas objeciones de forma y de fondo.
Fue una decisión no menor, sobre todo por las presiones de los grandes capitales en juego por una parte y también por la compleja situación que el país enfrenta respecto a la necesidad objetiva de crear una nueva matriz energética que resuelva el déficit que ternemos, en infraestructura, de energía eléctrica para los próximos años.
Éxito de todos y todas, las personas e instituciones que dieron la pelea, aún cuando enfrentarse a Goliat, parecía inútil. El poder del dinero no fue suficiente en esta oportunidad. Las causas nobles tienen un mayoritario respaldo ciudadano, sin importar ideología o posición social, cuando se trata de conservar el medio ambiente del vasto territorio al sur de Chile.
Por otra parte, la complejidad de resolver la demanda de electricidad que requiere el país para su desarrollo y crecimiento industrial, es tarea acuciante del Ministro Pacheco, el que declaró que durante el actual gobierno NO se optaría por la energía atómica en ninguna de sus formas como alternativa al desahuciado proyecto.
Esto significa, en definitiva, alejar el fatal fantasma de instalar letales plantas alrededor de las principales ciudades cercanas a nuestro litoral.
Dos puntos buenos, ganados olímpicamente, cuyos resultados las futuras generaciones sabrán agradecer y reconocer en su debida oportunidad. Defender el patrimonio ecológico es obligación constitucional. Preservar la salud de la población nacional es un deber moral al que ningún gobernante puede substraerse, aún ante el evidente negocio trasnacional que conllevan estos mega proyectos.
Chernobyl y Fukushima son dos claros ejemplos de las consecuencias irreversibles que se producen cuando fallan estas generadoras de electricidad.La secuela de muertes y contaminación en la población son dramáticas; el daño producido perdura por décadas, afectando principalmente a los niños y niñas por nacer, con variadas malformaciones congénitas.
Irresponsablemente las autoridades de ambos países negaron, tozudamente, los efectos que causaron dichas explosiones, ocultando su negligencia desde el mismo momento de la catástrofe, como si el resto de la comunidad internacional fuera una manga de ignorantes.
Chile es un país con tradición telúrica; ese solo argumento basta para alejar cualquier intento de recurrir a la energía atómica. Nuestra debilidad es evidente, nos obliga a buscar otras alternativas, más seguras y sanas, que eliminen el riesgo de vivir con la espada de Damocles sobre nuestras conciencias.
Es un gran avance que el tema energético sea un objetivo en el ADN del actual gobierno, el que debe abordar con seriedad y prontitud. Enfocar su esfuerzo productivo en utilizar las fuentes energéticas que en el Norte Grande tenemos de sobra: solar, geotérmica, eólica o mareomotriz. Todas estas están al alcance de nuevos emprendimientos, voluntad política y apoyo estatal.
En los próximos diez años el 45% de los proyectos energéticos que se desarrollen en el país deberán ser energías renovables. Es impensable pretender descartar a priori la utilización hídrica de nuestros ríos, los que tienen un potencial gigantesco para generar electricidad, siempre y cuando esto no afecte la sana convivencia de las personas y su entorno.
La señal emanada por la resolución del Comité de Ministros fue contundente. Proyectos que no respeten y protejan el medio ambiente, en primer lugar, o no presenten medidas de mitigación, reparación y compensación a los afectados, no pasarán.
La gente, los ambientalistas, los conservadores de la flora y fauna, impusieron el sagrado derecho al cuidado del medio ambiente local, sobre la ambición desmedida de unos pocos poderosos que respaldados por el señor dinero, pretendían conseguir sus mezquinos intereses.
Patagonia sin Represa fue una lección y un llamado de atención. La fuerza de la unidad de propósitos y objetivos claros conmovieron a un país entero. La lucha dada por una juventud y una comunidad mucho más empoderada es un ejemplo evidente que se puede discrepar en democracia, sin que por ello, la estabilidad económica y social resulte debilitada.
Ahora la palabra y acción la tiene el ministro Máximo Pacheco. Con su astucia y manejo político, heredado de su señor padre, sabrá responder a la confianza depositada en él como un hábil empresario.Lo avalan en esta empresa su dilatada experiencia en el mundo de los negocios y, sin lugar a dudas, sabrá salir adelante con la tarea país que le fue encomendada.