Hasta hace poco, la Democracia Cristiana no tenía amenazas en su espacio político. Es cierto que ha perdido votación, pero hasta el momento no había tenido una amenaza articulada como partido o movimiento político real.
Pese a sus intentos y su evidente crecimiento en los últimos años, pese a entelequias como la del centro social, la UDI sigue siendo una colectividad de ultraderecha. RN no encuentra espacios de crecimiento hacia el centro, aunque lo pregone en cada elección,y continúa jibarizándose.
Pero las primarias demostraron que el monopolio del espacio de centro por parte de la DC llegó a su fin, tanto que un independiente como Andrés Velasco nos ganó con claridad, apelando, justamente, al electorado que no se siente cómodo ni en la Izquierda ni en la Derecha.
Hoy la DC tiene compañía. No sólo está Velasco en el centro. También está Revolución Democrática que construye una opción de cambio y transformación potente. Y así muchos otros movimientos que buscan articular una opción política que sintonice con un Chile que cambió.
¿Qué hacer? Primero, necesitamos un autoanálisis descarnado, sincero sobre cómo nos ve la ciudadanía. Tengo la impresión de que los chilenos y chilenas nos ven cada vez más lejos de sus intereses, de sus anhelos y más cerca de la política que no les gusta, que pudo servir en un momento de la historia reciente de nuestro país, pero que ahora en pleno siglo XXI no parece dar cuenta de una indignación ciudadana que si no es canalizada adecuadamente, puede tener consecuencias insospechadas.
Lamentablemente, creo que hoy no estamos escuchando a la gente; no respondemos las preguntas que debemos hacernos para dar el tono con el Chile de hoy. Siempre hay excusas para no entrar en un debate necesario, profundo y doloroso. Cuando estamos en campaña, la respuesta es no, porque tenemos que movilizar; cuando perdemos, la respuesta es no, porque necesitamos unidad y cuando ganamos, menos, porque no vamos a empañar un triunfo con preguntas complejas.
Me temo que nos acostumbramos a las buenas razones para no preguntarnos y de poco, casi sin que se note, vamos aceptando el estado de las cosas
¿Cuál es ese? Serán 18 años en que ninguno de los nuestros presidirá Chile. Nuestra representación parlamentaria no es la más significativa. Si bien nuestra votación es importante, ella no está en los principales núcleos urbanos, en las comunas que dan forma a este Chile que algunos llaman emergente. Nos vamos acostumbrando. Ya no sólo no nos cuestionamos que no tengamos un presidente DC, sino que la validez de competir ¿Para qué? Si corremos el riesgo de no salir en la foto de la candidata.
En este escenario, el PDC debe ser capaz de mirar su historia y sacar las lecciones suficientes para salir de este mal momento. No podemos seguir en el relativismo, en contentarnos con todas las cosas que hicimos bien, sin abordar ni cuestionarnos aquello en que fallamos. Debemos sincerarnos, reconocer que no tuvimos la fuerza para enfrentar la larga estela de abusos que hoy nadie está dispuesto a seguir tolerando.
Hay que escavar, cuestionarse. En este momento crucial se expande entre nosotros la idea de redefinir el espacio de lo público y lo privado, de lo social y lo individual. Estamos ad portas del desarrollo, pero ha quedado en evidencia que esto requiere no de un giro a la izquierda ni a la derecha, sino que de nuestra mirada puesta en las personas. Una política entendida como acción colectiva que pone al centro a las personas como protagonistas de transformación.
Enfrentamos un momento expectante: aspiramos a un Estado Social y Democrático de Derecho, en donde los ciudadanos son sujetos de derechos que les garantizan su dignidad como personas.Pero también de un estado de obligaciones para todos y para todas.
Ciertamente veo con inquietud el futuro de nuestro partido, pero también creo que tenemos las herramientas, ideas y propuestas para reencantar a nuestros compatriotas.
Para ello, más que preocuparnos de la contienda electoral, debemos seguir trabajando y convocando a un proyecto humanista cristiano con el coraje suficiente para poner a las personas y el mercado en el lugar que les corresponde en la escala de valores.
No nos mueve una inspiración tecnocrática, sino que entendemos la política en su dimensión cultural, basada en los valores de la solidaridad y la co-responsabilidad. Esa es nuestra diferencia hoy con otras opciones en el escenario político.
No estamos solos. Nuestra tarea es salir a descubrir quién nos quiere acompañar en esta tarea.Un gran desafío