Tras la renuncia de la ex Presidenta Michelle Bachelet a ONU Mujer el viernes pasado hemos escuchado las más insólitas declaraciones: desde algunos que tiran pachotadas dando por sentado que la elección está ganada y dicen que la derecha da vueltas en círculo por la Moneda, otros que señalan que no hablaran hasta que lo haga la candidata por respeto a su partido hasta los que insisten en pasarle las cuentas del infierno.
Los medios de comunicación frente al secretismo que rodea a la ex mandataria repiten lo mismo mil veces hablando del “entorno” sin aportar ningún dato nuevo y buscan descubrir quién es el “elegido” que está haciendo el programa.
Creo que un punto no abordado y necesario de situar en el escenario actual es discutir cómo construimos el programa y qué hacemos para poder cumplirlo.
El desprestigio del sistema político chileno se encuentra en niveles peligrosos, así lo muestran todos los estudios que se han realizado en los últimos 10 años y, con inscripción automática y voto voluntario, más que preguntarse el mecanismo para definir la primaria (ley corta de primarias) sería bueno saber cuánta gente quiere ir a votar a una.
Tengo la percepción que si bien las primarias legitiman la selección de un candidato la temática hoy está situada más como un tema relevante de la clase política que de la ciudadanía. Y eso debido al nulo despliegue de ideas de futuro de país que se observa en el debate. Cuáles son las ideas que movilizarán a la ciudadanía a inclinarse por un candidato y no por otro en una primaria y luego en una elección es algo ausente.
En la primaria desarrollada en la comuna de Providencia en la elección municipal pasada se optó por desarrollar un programa común en forma participativa y se votaba en la primaria por el candidato o candidata que se creía podía llevar adelante de mejor forma ese ideario y ser electoralmente más competitivo para derrotar a Labbé. Había un programa común y la forma en que se construyó fue abierta y amplia.
En las primarias presidenciales de junio desde la oposición parece existir un relativo consenso con respecto a quien es la candidata más competitiva. Por tanto, la justificación de su desarrollo es que efectivamente existan matices programáticos distintos entre los diversos candidatos que se puedan poner en el debate y movilizar al electorado a participar de la primaria y luego de la elección.
Para ello es clave que el proceso de discusión y construcción del o de los programas sea amplio y participativo. Que salga del típico trabajo en comisiones de expertos y diálogos ciudadanos e incluya una serie de mecanismos de democracia directa como consultas ciudadanas, encuestas de opinión, cabildos territoriales y temáticos, que se ocupen las nuevas tecnologías de información, entre otras formas. Donde efectivamente se recojan las opiniones diversas, se busquen consensos, se muestren disensos y se viabilicen las propuestas –qué se puede hacer, qué no, por qué, con qué, cuándo y cómo- en un diálogo amplio que vaya construyendo masa crítica capaz de ejercer su ciudadanía en forma coherente y desarrollar un activo control ciudadano en la implementación posterior de este programa.
La carrera no está ganada, la campaña se vislumbra dura, necesitamos hacer las cosas en forma distinta, para lograr resultados distintos y poder desarrollar los cambios y transformaciones que este país requiere construyendo una nueva mayoría social.
Algunos privilegian la gobernabilidad desde el statu quo y viven desde el temor, prefiriendo bajar expectativas, este país merece una gobernanza distinta y una oportunidad para volver a soñar.