Tuve la posibilidad de ser anfitrión, el domingo 27 de mayo, de numerosos visitantes al edificio del Congreso Nacional hasta el 11 de Septiembre y que ahora es su sede en Santiago.
Conocí su interés por aquellos salones donde ocurrió parte de nuestra historia, como lo fuera la sesión del Congreso Pleno en octubre de 1970 que resolvió si Salvador Allende o Jorge Alessandri (primera y segunda mayoría relativas respectivamente) iba a ser definitivamente nombrado Presidente de la República, de acuerdo al mandato constitucional vigente, establecido en la Carta Fundamental de 1925.
Eran personas de todas las edades, condiciones y características.Pude captar su interés y preocupación por el valor cultural como institucional del Parlamento, por la importancia de las decisiones allí adoptadas y su impacto en la vida de nuestro país.
Sentí, además su inquietud y deseos de participar, de conocer, saber y dar su opinión para que Chile sea mejor. De su actitud fluía un nítido interés hacia la gravitación de la política que se expresa y realiza en las votaciones del Congreso Nacional.
Por ello no puedo sino reiterar mi interpelación al espíritu republicano de los diversos protagonistas del acontecer nacional tras el objetivo de reconstituir un debate y un actuar político a la altura de la sociedad que es el Chile de hoy.
Se trata de un país con graves desigualdades, tan anchas que es urgente encararlas para que no fracturen la paz social del país.
Sin embargo, su existencia no elimina otras realidades, como que constituimos una sociedad evolucionada, con un alto acceso a la información, ampliada enormemente por las nuevas tecnologías, que exige y requiere de quienes se asignan el rol de dirigentes políticos, es decir, personas con responsabilidad sobre la marcha del país, de una rectificación profunda, que cese la pugna virulenta y se proyecte una nueva visión en correspondencia con el desafío de hoy, que por las turbulencias del mundo global se transforma día a día en una verdadera encrucijada civilizacional, que así como estamos superará muy ampliamente las capacidades del actual sistema político.
Tengo el convencimiento que el país repudia una conducta en que la sana lucha de corrientes de opinión por legítimas opciones, se confunda con el descontrol y el uso de una retórica destemplada por afanes de corto alcance.
Una nueva mirada, que abra una etapa, de debate fundado y crítica política, pero también de acuerdos en todas aquellas áreas que sea posible y el interés nacional así lo aconseje.
La tarea de dignificar la política es difícil, pero no imposible. Vale la pena hacer el esfuerzo.