16 feb 2015

Un vagón para mujeres y un pelado odioso, en el Metro de Santiago

Una de las cosas que no se extrañan en vacaciones es viajar en el Metro de Santiago, en sus horas punta o peak. El acceder a sus vagones, moverse en su interior y salir de estos es una tarea titánica y cotidiana, para sus más de dos millones y medio de usuarios por día.

Uno de sus principales problemas es el hacinamiento, el cual provoca una sensación de angustia y franca desesperación cuando se es empujado, aplastado o “comprimido” contra otro pasajero, producto del ingreso y/o salida incesante de estos. Quienes más sufren son los discapacitados, las personas mayores y las mujeres, entre otras víctimas.  

En el caso de estas últimas, en algunas ocasiones su situación es vergonzosa, ya que están expuestas a todo tipo de incidentes. Una solución podría ser asignar un vagón exclusivo para mujeres. Es alternativa la observé y practiqué obligado en Egipto, por lo que puedo dar fe de su estricto cumplimiento.

En un viaje de regreso a El Cairo, le sugerí a mi señora cambiarnos de vagón. Sin embargo, mis intentos fueron frustrados cuando en dicho trance, fui interceptado y detenido ipso facto por una serie de gritos y gesticulaciones de numerosas mujeres en mi contra. Me percaté rápidamente del error, pues estaba sin saberlo ingresando al vagón de ellas.

Derivado de lo anterior, cual galán rural, – perdón, urbano – le dije adiós a mi señora, deseándole mucha suerte, para regresar al vagón que dio origen a esta breve anécdota.No volvería a verla hasta llegar a la capital egipcia.

No obstante lo anterior, otro es el relato que deseo contarles. Se refiere a una anécdota que le ocurriera a mi amigo Cristaldo, en el citado Metro S.A.

Venía nuestro protagonista de regreso de una destinación de 5 años en el extranjero. Sus familiares y amigos le habían advertido que Chile no era el mismo de antes y que había cambiado para peor, pues la falta de cultura cívica de su gente, en especial, en el transporte público, campeaba. Sin embargo, dichos comentarios los consideró a priori como una exageración propia del ser nacional.

Pero la realidad lo despertaría de su letargo mental, lo sacudiría con fuerza.

Una tarde cualquiera, en compañía de su Jefe y de una amiga, se subieron al ya atiborrado Metro S.A. rumbo a sus respectivos domicilios.

Para consternación de Cristaldo, dos jóvenes estudiantes yacían, literalmente, en el suelo del vagón, sin intenciones o ánimo de moverse, pese a que era palpable la incomodidad y peligro que originaban. Nuestro protagonista los miró con notoria molestia, sin decir palabra.

Sin embargo, cuando el Metro llegó a la siguiente estación, Cristaldo no aguantó más y les pidió que se levantaran.

Los aludidos estudiantes, se levantaron desafiantes, expresándole algo así como ¿y qué te metes tú ?  Si nos paramos, es una decisión nuestra, no tuya , afirmaron con convicción. Además, hemos estado preparando exámenes en la Universidad y no hemos dormido nada. Estamos muy cansados.

Cristaldo, apelando a una flema británica que desconocía, les preguntó si sabían leer, indicándoles con su moreno dedo, el visible logo que se exhibía en el piso “prohibido sentarse”.

Confesaría después nuestro héroe, que quizás esa fina ironía, sumada a un esbozo de sonrisa, habrían provocado la furiosa reacción de uno de los estudiantes, quien lo encaró y le gritó amenazante:“¡Eres realmente un pelado odioso!”

Tan enérgica e intempestiva fue esa reacción, que no sólo sorprendió a Cristaldo sino que al resto de los espectadores del vagón, quienes fieles a la idiosincrasia local, se alejaron rápidamente de este trío, como si hubiesen olido sangre.

Cristaldo estaba en una encrucijada, pues frente a él tenía a dos jóvenes universitarios dispuestos a vengar la afrenta y por la otra, a su Jefe y su amiga, quienes miraban con atención lo sucedido.

Y no precisamente para calmar las aguas, su amiga dijo a viva voz: “Cristaldo, no te metas con estos tipos mal educados”.

No me ayudes tanto, pensó para sí y sin dar tiempo para reaccionar, el estudiante más agresivo respondió: Oye pelado odioso, la verdad es que lamento que tengas una mujer como esa, señalándola con su nariz.

Al igual que en Hamlet, nuestro héroe meditó: “To be or not to be”.

En este caso el dilema era enfrentarse o no enfrentarse; pelear o no pelear, en buen chileno. ¿Salvaría su honor y el de su amiga?

Finalmente, Cristaldo, meditó y observó la escena que tenía frente a sus ojos, deduciendo que debía evitar el conflicto y por lo tanto sólo cabía negociar con el otro actor en disputa, por lo que en forma sorpresiva e ignorando al estudiante bravucón, le preguntó al otro estudiante,oye, ¿y qué están estudiando? ¿por qué se quedaron hasta tan tarde?

Las respuestas a éstas y otras preguntas permitieron que el ambiente se distendiera un poco y de la confrontación se pasó al diálogo. Incluso, aunque parezca insólito, el pelado odioso, perdón, Cristaldo,  se despidió de ambos jóvenes cuando llegó a la estación dónde debía bajarse, en compañía de su Jefe y su amiga.

¿ Qué habría hecho usted, señor lector/a  si hubiese estado en el lugar de Cristaldo?

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  • Paoloski

    El vagón “exclusivo” para féminas también lo vi en Río de Janeiro… y muy por el contrario de lo expresado por el autor de la columna, consideró, después de una conversación del tema con brasileños, que implementar una “solución” como ésta, es lisa y llanamente asumir la derrota frente a los desadaptados sociales y la profundización en la discriminación por género. Un coche “especial” sólo es una solución parche, no la de fondo dentro de la decadencia social que es apremiante revertir

  • RaulFernandoAceitonAguilar

    Me tinca que el “PELAO” era Ud.
    Cordialmente.

  • Lucho

    Dentro de todo fue de lo más civilizado el incidente. Si en vez de estudiantes hubieran sido de la barra brava, no la cuenta.