En agosto del 2013 visitó Santiago mi amigo peruano José Pedraza. Lo conocí en Lima el año 2000 y ya en ese tiempo tenía un proyecto de impulsar el turismo de chilenos al Perú y viceversa, como también, exportar “la cocina y sabores del Perú” al mundo, especialmente a Chile. Creo recordar haberle respondido que su idea era excelente, aunque un poquito soñadora, casi ingenua.
Conversamos como si los años no hubieran pasado, porque las amistades genuinas no requieren presentaciones. Mientras comíamos, coincidimos en el notorio progreso y desarrollo de nuestros países, como también, en la necesidad de superar las diferencias históricas que los separan, para lo cual se requerían nuevos textos, con una visión más integradora y común.
Recordamos también a su padre (Q.E.P.D) y a mi suegro, quien en ese momento estaba “poniendo proa al infinito”, como le gustaba a este último afirmar.
Terminamos brindando por nuestras familias, amigos y por una mejor relación bilateral chileno-peruana.
Mientras acompañaba a José a su Aparhotel, vimos en una de las esquinas de Av. Providencia con Ricardo Lyon a un hombre tirado en la calle junto a su moto.
Estaba prácticamente inmóvil y era rodeado por cuatro mujeres, quienes intentaban prestarle auxilio.
Oye negro, ¿qué pasó aquí?
Nada José, es un accidente, pero ya están ayudando al herido.
En ese instante José se detiene y me dice,pero negro, son sólo mujeres las que lo están ayudando y es de noche.
Ante tan perentoria afirmación, me detengo también y observo que mi amigo tenía toda la razón. Las cuatro samaritanas estaban haciendo un gran trabajo confortando al herido, pero se exponían innecesariamente. Los buses y autos pasaban muy cerca de ellas y eso era muy peligroso.
En consecuencia, acordamos rápidamente que yo pararía y desviaría el tráfico a menos de diez metros del accidente, cuál carabinero de Tránsito, para lo cual debía levantar mi mano como si efectivamente lo fuese.
Por su parte, José se puso al lado del herido, y además de darle ánimo, evitaba que los autos de la primera pista se aproximaran a éste. A su vez, las mujeres intentaban comunicarse con Carabineros y el SAMU.
Luego de una hora de espera y de provocar un “taco fenomenal” para ser un día de semana, llegó Carabineros y luego una ambulancia. Cabe consignar que algunos automovilistas se detuvieron y ofrecieron su ayuda.
Otros, pasaban cual espectadores e intentaban acercarse para observar con más detalle, pero hubo dos o tres casos que nos miraron en forma desafiante y con cara de muy pocos amigos. De todo hay en la viña del señor, me decía mi querida abuela Chela.
Recuerdo que el herido, quien apenas podía hablar y moverse, sin embargo, antes que lo subieran a la camilla, hizo un esfuerzo y estiró su mano a José para darle las gracias.Ese solo gesto valió mil palabras.
Finalmente, nos despedimos de las samaritanas y mientras caminábamos con José, nos dimos cuenta que un gesto de humanidad y caballerosidad hacia un desconocido no tiene fronteras.