El próximo mes de septiembre se cumplirá un nuevo aniversario (el septuagésimo cuarto) de la llegada a Chile de un numeroso contingente de exiliados españoles, aproximadamente unos 2.500 hombres, mujeres, niños y ancianos.
Su ingreso al país fue autorizado, sin trabas de ninguna especie, por el gobierno de la época que encabezaba el ilustre profesor Pedro Aguirre Cerda, quien contó con la iniciativa y dedicación de Pablo Neruda para rescatarlos desde los campos de concentración franceses, donde habían sido hacinados, luego de que lograron escapar de su país, cruzando a pie los Pirineos nevados como única forma de salvar la vida y no aumentar el número de víctimas de la guerra civil española.
Esa fue una gran empresa humanitaria que llevó a la práctica las palabras de nuestro himno nacional, “o el asilo contra la opresión”. El aporte que realizó esta inmigración de españoles, fue considerable en todos los campos de la cultura y de la economía de Chile: industrias, puertos, labor docente, arte, educación, ciencia, periodismo… No hubo campo del quehacer humano que no se viera fortalecido por la llegada de esos españoles.
Por motivos muy diversos, hoy continúan llegando a Chile más españoles en busca del trabajo que no tienen en su patria. Ahora son profesionales o técnicos calificados, especialmente médicos e ingenieros. Los empresarios chilenos los cotizan y les brindan oportunidades.
Ni a los anteriores exiliados de tipo político ni a estos recientes de corte económico se les han puesto dificultades para el ingreso a nuestro país. Los primeros entraron con un pasaporte colectivo, prácticamente indocumentados y los últimos lo hacen con un pasaporte común y corriente. En nuestras fronteras se los recibe con un: “¡Adelante! ¡Son bienvenidos a Chile!”
¿Pero qué ocurre actualmente en las fronteras españolas con los chilenos y sudamericanos, en general, los llamados despectivamente “sudacas”, cuando presentan su documentación ante la policía de extranjería en algunos aeropuertos españoles?
La respuesta es tan simple como humillante: los tratan como delincuentes, les exigen mostrar el dinero que llevan y el pasaje de regreso, además de demostrar dónde estarán alojando, entre otros requisitos para permitirles el ingreso al país.Y no se lo piden muy educadamente, no.
Incluso, pueden terminar encerrados en una habitación custodiada, después de quitarles los cordones de los zapatos, el cinturón y la corbata. ¡A vista y paciencia de todas las personas que viajaron en el mismo avión o barco!
¿Sabrán esas autoridades policiales españolas que millares de compatriotas suyos han sido y son acogidos en nuestras fronteras sin ser discriminados?