En estas semanas en que los peces gordos se ufanan de pagar a 120 días a sus proveedores, me pongo a pensar en Adolfo Kirshbom, un chileno Ingeniero Civil, padre de mellizos y primer pyme en ir a tribunales contra uno de los colosos del negocio de los supermercados. Un pequeño empresario que solo, muy solo, constató hace años cómo su gremio traga la eucaristía funesta a 60, 90 y 120 días.
Para Adolfo, los despotismos unilaterales del retail al que vendía su producción sólo se solventaron en la ley de oro del modelo económico chileno y que versa: “No tú y yo, sino tú o yo”.(1)
Al igual que el señor K de la novela El Proceso de Kafka, Kirshbom no sabía de qué se le acusaba. Al parecer, fue castigado por vender demasiado.
Inesperadamente, la cadena le informó que los pagos acordados a 30 días se estimarían en adelante a 60 jornadas. Ese fue el inicio de una siniestra montaña rusa en la cual esa cadena se apropió de sus dineros a cuenta de emisiones de créditos no autorizados, le cobró por gastos de publicidad inexistentes, emitió facturas y guías de despacho fraudulentas y le obligó a absorber en su inventario todo lo que ellos no quisieron vender de su producción.
El carro vertiginoso se detuvo un día cuando le comunicaron la suspensión de las compras. Adolfo, no aceptó nunca la ruina a la que se le condenaba e inició una pelea en tribunales, donde sus rivales poseían santos en la corte como él afirmaba.Todos le advirtieron que no lo hiciera, pues caería en las listas negras del sistema.
En la novela de Kafka, el señor K sufre un curioso arresto. Se le conmina sólo a pernoctar en su habitación, pero debe sufrir la rutina del tribunal e ir además cada día a su trabajo. De idéntica manera, Adolfo Kirshbom dio lucha en la Corte de Apelaciones, a la vez que sobrevivía trabajando precariamente bajo el acoso de la Dicom, esa neo policía secreta.
Y aunque perdió empresa, casa y matrimonio, muy valiente pasó de ser un pequeño proveedor a constituirse en un activista. Visitó canales de TV, radios y diarios.Obligó a quienes representan a las pymes a denunciar los atropellos.
No obstante, siempre su protesta fue silenciada en los medios por obra y gracia de los “gentiles patrocinadores”.
Enérgico y para seguir combatiendo, Kirshbom ingresó a estudiar Derecho. En ello estaba, cuando un fallo del 5 de octubre de 2004 el Tribunal de la Libre Competencia condenó al grupo retail que él combatía por sus prácticas abusivas con los proveedores.
Los mismos fraudes, que arruinaron a Adolfo afectaban por años a los grandes proveedores del duopolio. En todo caso, tal avance fue precario, las perversiones del retail continúan y gracias a ellas siguen construyendo sus torres de Isengard en Providencia.
En la lucha estaba Adolfo, cuando se le diagnosticó un tumor cerebral, de complejidad y sobrevida escasa. Adolfo murió peleando, dando entrevistas hasta cuando salía de sus quimioterapias.
En el año de su partida el senador Nelson Ávila le hizo un homenaje en el hemiciclo, en presencia de sus familiares y ante la indiferencia de muchos honorables, pues muy pocos se quedaron a esa hora de incidentes.
El modelo chileno y la Paz de Augusto que la protege no desean trabajadores con empleos dignos, tampoco mercados justos, usa la vacía palabra emprendimiento para justificar nuestra vida laboral precaria. Quienes usando su creatividad y sudor alzan una pequeña y mediana empresa sólo pueden vender en un mercado sobre monopolizado, todo lo contrario a un círculo virtuoso.
Un amigo experto en innovación, con pos grado en USA, me dijo que al arribar en el 2004 lo primero que escuchó tras bajar del avión fue al presidente chileno decir: “Es lo que hay”. Esa expresión en el país que exportó la idea del emprendimiento es la más mediocre que se puede decir, una cadena de palabras grises opuesta a: “El cielo es el límite” o “Al infinito y más allá”.
Al culminar la novela “El Proceso”, el protagonista dice que la mentira se ha erigido en orden universal y la ley es un lenguaje ajeno a la verdad.
Sin embargo, Adolfo asumió con coraje los dolores espirituales y su épica nos empuja a creer lo contrario: Que la defensa de la verdad, sobre la falsedad, debe ser el espíritu de la ley.
Me gustaría que sus hijos, hoy adolescentes imagino, sepan que su padre, fue un valiente que no eludió el llamado de la justicia y nos enseñó que “cuando pasamos de la potencia al acto y de la posibilidad a la realización, participamos en el verdadero ser, nos hacemos un poco más semejantes a lo perfecto y a lo divino”, como apunta Hermann Hesse en su Narciso y Goldmundo.
(1)Karl Liebknecht, político alemán de principios del siglo XX.