La carrera a contrapelo propia de un fin de año cualquiera termina arrastrando, incluso, hasta el más sedado practicante de budismo zen.Balances, liquidaciones, remates, se apretujan en treinta días espeluznantes, la mitad de los cuales se pasan fatigando calles veraniegas, cansinos tacos y metros sudorosos; cuentas corrientes escuálidas e inoportunos sobres azules empresariales, amargarán aún estos días de calor seco pegado a la camisa, todo en medio del vocerío televisivo que anuncia la rebaja aquí, la venta de bodega allá, cotice esto, consuma lo otro, sólo con su tarjeta, que no es suya, ni nunca lo ha sido…
Como si ya la costumbre no le impusiera cargas dolosas (sic) a un pueblo que poco sonríe y que no sabe divertirse sin embriagarse y generar disturbios, los agoreros y lectores poco afortunados de códices dudosos, nos enrostran que el fin del mundo, ¡por fin! acecha ominoso a la vuelta de la esquina.
He hablado de esto antes, pero no deja de llamarme la atención nuestra capacidad de reinventarnos una y otra vez con la estupidez más supina, filón inagotable para embaucadores y despistados, (¿o sea, casi la totalidad de la raza humana?)
No contentos con paranoias de todas clases, formas y colores, gentileza de pixelados videos de youtube, se agrega ahora la nefasta profecía de cuatro días de insondable oscuridad, preludio macabro del aún más macabro apocalipsis maya.
Una clásica anciana-enigmática-de-oriente, expuesta como la princesa japonesa como se llame, anuncia estos días que nos privarán de toda tecnología y luminosidad.
Raro, porque cualquiera con mínimo interés en cultura nipona sabe que, con suerte, la nobleza de ese país se deja ver, pero bien de lejos, dado sus status divino, ni menos va a hablar alguna de sus representantes en un estudio de televisión que parece despacho de abogados de Monjitas con San Antonio.
Y raro también, porque tal es la profusión, vértigo y contaminación intelectual que genera el dique roto de (des)información desde la todopoderosa web, que, parece que una pausa como que se agradeciera.
Tranquilo buen hombre, podrá vivir sin su tablet, sus amigos imaginarios de twitter o su telefonito un par de días, no tiene que verse la saga completa de “A prueba de todo” o nuestros queridos y pirados “Preppers”. Por último, ese día cene en familia a la luz de las velas, juegue con sus niños al ludo y duérmase más temprano. Santo remedio.
En realidad el problema es otro, la agorera japonesa se quedó corta con los cuatro días. Veo con real preocupación que los días oscuros se han instalado hace mucho entre nosotros. Los escándalos develados recientemente estallan en medio de nuestra más escalofriante indiferencia.
Acreditaciones truchas, frutos de la labor de prestanombres y lavadores de activos reviven la indesmentible presencia del lucro en la enseñanza superior, que nuestro deportivo ministro trotamundos se había encargado, obstinadamente, de negar.
Las instituciones privadas involucradas podrían llegar a más de diez. Los estudiantes se preguntan, y por cierto nadie será capaz de responderles.
¿Mi universidad es confiable? ¿Estoy estudiando en un lugar que me da educación de calidad?
¿La carrera por la cual me endeudé de por vida vale la pena? Una manzana podrida no arruina el canasto, exclama un engolado defensor de un sistema que hace agua por todas partes, el canasto viene con todas las frutas podridas, aparentemente.
¿El mercado va a castigar acaso al que vende en tiempo récord y con grandes utilidades el canasto corrupto? ¿No lo premian sus colegas acaso?Si el mercado puede regularse sólo, yo soy una tostadora.
Pero los chilenos lo ignoran, olvidan las multitudinarias marchas de estudiantes, los carabineros que agreden, todavía, con inusitada violencia a quienes legítimamente se manifiestan y prefieren hoy por hoy asolearse (¿o autoflagelarse?) en las muchedumbres hastiadas de Meiggs o Patronato, perdida toda la fe pública, toda la fe en las instituciones que quizás cómo funcionan verdaderamente, señor Lagos.
Quizás a alguien le convenga nuestra falta de crédito, quizás haya alguien facturando con nuestro escepticismo en la educación, el estado, la democracia.
Sin embargo mi inquietud es mayor cuando, de un modo excesivamente tardío se desenmascara una red de prostitución infantil, fomentada por destacados actores culturales, políticos y económicos.
No me uno al escarnio público, medio falso, contra uno u otro proxeneta. La explotación sexual de niños es una de nuestras instituciones, contamina con su hedor a casi toda nuestra historia y todo género de abusos contra ellos, parece un derecho consuetudinario. El morbo del productor, del político, poco importa.
Decididamente una nube negra hace tiempo que nos cegó contra la infamia, el sufrimiento y la agresión permanente que los adultos insisten en ejercer contra los niños. Y que en pleno y ultrasofisticado siglo XXI siga habiendo cretinos que, pese a toda su cultura e influencia, continúen violando a menores de edad.
Enfermos, los llaman los políticamente correctos que, si vieran a sus propios hijos caer en manos de estos canallas, qué rápido desecharían el eufemismo al que son tan recurrentes.
Tapar el sol con un dedo, correr el tupido velo se le llama en Chile a la buena crianza. A fin de cuentas nadie quiere ver nada. Es otro fin de año más en el país de los ciegos, donde nadie es rey y para quienes cuatro días de oscuridad son apenas, una tonta redundancia.