Como cada año (sin elecciones) nos acercamos al mes en que todo Chile parece unirse en pos de una causa común que invita a personas, empresas y medios de comunicación a realizar un acto solidario por los niños/as con discapacidad. Sin embargo cada año también son más las voces críticas que van apareciendo en torno a esta forma de concebir la solidaridad.
Tanto es así que la “Encuesta solidaridad, capital social y equidad” (2012) recientemente publicada por la Universidad Diego Portales mostró que para la sociedad chilena la desigualdad social es un problema grave que requiere soluciones urgentes y que parece estar presente en diferentes esferas de la vida de un individuo.
En un año en que hemos sido testigos de un país que no dejó vivir a Daniel Zamudio o agredió brutalmente a Valeska Salazar, los cuestionamientos no parecen ser tan irracionales.
Porque sí, es cierto, es nuestro país el que le hizo eso a estas personas, es nuestro país en donde las familias expulsan a sus hijos por ser homosexuales, es Chile donde solo algunas personas tienen derechos civiles y otras no, son nuestras universidades las que permiten seminarios que incitan al odio contra la diversidad sexual, son nuestras empresas las que se niegan a contratar personas transgénero, son nuestras escuelas donde no se menciona el bullying homofóbico y son nuestros medios de comunicación los que promueven y fomentan la discriminación y la desigualdad.
Es nuestro Chile solidario y todos nosotros en el, los que le hicieron eso a Daniel y Valeska, y es el mismo que hoy se viste de fiesta para enaltecer que nada de eso importa si ese día voy al banco y escucho el clamor popular que me dice que no me puedo restar de tan noble misión nacional.
Con lo anterior no quiero decir que no debamos atender a la población con discapacidad que también debe lidiar a diario con una sociedad que excluye y que no integra a nadie que sea diferente a lo socialmente aceptable, solo quisiera recordarnos que ni por un momento, eso nos convierte en un país solidario.
El sufrimiento que experimentan a diario los y las jóvenes LGBT que deben vivir en silencio y sin el apoyo de sus familias, profesores ni amigos, puede llevarlos a abandonar la escuela, a vivir en la calle, a exponerse a situaciones de riesgo como el consumo de alcohol y/o drogas o puede llevarlos incluso a terminar con su vida.
En este sentido resulta urgente y prioritario comprender que el sentido ético que implica la solidaridad no permite exclusión alguna de ningún tipo, no se puede pretender la igualdad de derecho para un grupo, mientras a otro se les niegan éstos en forma sistemática, no se puede pretender construir una sociedad justa y democrática si alguno de sus ciudadanos son víctimas recurrente de la violencia homofóbica.
Los y las adolescentes LGBT que están creciendo en esta sociedad necesitan ver que tienen un lugar apropiado para existir, un familia protectora donde estar, una escuela segura a la que ir y una comunidad integradora en la que vivir, de lo contrario crecerán con miedos y desesperanza de un país que solo puede ofrecer a unos pocos, y solo un mes por año, comprensión, apoyo y solidaridad.