Como es de conocimiento público José Andrés Aguirre (el cura Tato), fue liberado de la pena asignada por el Tribunal a 12 años de privación de libertad. La semana pasada, pudo cumplir la condena gracias al beneficio de reducción de pena por excelente conducta.
Personalmente me tocó liderar las conversaciones en el Congreso Nacional, en la oportunidad que se debatieron estos temas. Fue la Iglesia Católica quien propuso en reiteradas ocasiones buscar los medios adecuados para que una persona condenada pudiera disminuir la sanción, que va matando lenta pero certeramente.
Las cárceles son extremadamente inhóspitas, deterioran y quebrantan la personalidad hasta el extremo. Es común ver desarrollar enfermedades de todo género al interior de estos recintos de muerte; probablemente por causa de la agonía y del sufrimiento que en ellos se viven.
En el caso particular de José Andrés Aguirre creo que actualmente su vida pende de un hilo debido a su grave enfermedad, que explosionó de un modo vertiginoso justamente por la privación de libertad. Gracias a Dios se benefició de esta reducción de pena, puesto que de lo contrario, no cabe duda, que habría salido antes de cumplir la sanción en un féretro mortuorio.
Los medios nos han informado que se han producido funas por parte de los vecinos en donde él reside. Este grupo de personas con actitudes violentas, agreden verbalmente y señalan sentirse expuestos por la presencia de quien en su momento cometió abusos.
¿Qué pasa con la pena ya cumplida, dejando secuelas de muerte, en su alma, cuerpo y mente?
¿Cuál es el objetivo de funar a la personas que lo único que desean es terminar lo poco que les queda de vida en paz, para lograr la reconciliación personal y social?
¿Será tal vez que quien funa, tiene en su corazón un torbellino tempestuoso, que no puede resolver y que pretende aplacar denostando, humillando y despreciando al otro que se encuentra derrotado, derrumbado y pisoteado?