Esa bandera chilena que los estudiantes universitarios del 2012 extendieron en un shopping en la última semana de junio, como protesta contra el modelo educacional de Pinochet, es también un manifiesto de estas nuevas generaciones contra el envejecimiento prematuro, que fue el ADN mayoritario de quienes estuvieron en las facultades estatales y privadas en los 90.
José Luis López Aranguren dijo, tras la transición española también pactada: “El poder envejece”.Contrario a lo que se piensa, éste antes de seducir con el tráfico de influencias, o la eternidad en los cargos, debe percolar los ideales y sueños para envejecer el alma de quien aceptará cogobernar con ex golpistas, blanqueados en lo político, sostiene el académico hispano.
El envejecimiento prematuro que estos negocios partidistas generan y demandan en las transiciones, contamina a través de los medios de comunicación. El discurso imperante de los años 90, transformó a los ciudadanos en consumidores.
Cuando entré a la universidad estatal en el 92 estaba mayoritariamente conformada por alumnos conservadores, que preguntaban por fono cómo iba la toma y no acudían a las asambleas.
Recuerdo cómo explotaban, cual legionarios, si alguien osaba decir que “tal vez” gays y lesbianas deberían tener el derecho a la maternidad o paternidad. Sólo deseaban su título pronto, para ir a vivir la vida que observaban en la serie “Friends”.
Por esos recuerdos nefastos respecto a esos noventeros, es que disfruté tanto esa bandera chilena gigante irrumpiendo en un centro comercial, alzada mientras los de los 90 estaban en el patio de comida, observando incrédulos y oxidados como vejetes.
Los estudiantes de la década del vitalicio fueron en su inmensa mayoría hijos del discurso concertacionista que abogaba por “hombres buenos”, “mesas de diálogo”, “comisiones de estudio”, “la medida de lo posible”, “la roja de todos”, o “el Presidente de todos los chilenos”.
Cuando a la mayoría de los universitarios de los 90 se les proponía algo que salía de esos lindes y sonaba, según ellos, a setentero o sesentero, estallaban en automáticos fatalismos, ante la mirada complaciente de sus profesores apernados vía amiguismo académico.
“Ustedes los de la toma son representantes de una izquierda derrotada”, le oímos muchos decir en Periodismo de la USACH a uno, que hoy parece ser el sabueso del azufre y exige un busto junto a Patricia Verdugo o Juan Pablo Cárdenas
Esa generación hoy es en su mayoría el tipo de treintón que la transición deseaba.Aspiracionales de propiedades abc1 en miniatura: con un guardia chiquitito de metro y medio, piscina de 2 por 2, gimnasio con madera de retail y quincho de propaganda de cerveza.
Es la generación a la que le dio igual, que en enero del 94, a espalda de los movimientos sociales, la Concertación aprobara junto a la derecha el Fondo Solidario.
Buscaban con esa ley abrir cancha al negocio de las privadas, debilitando a las estatales y lograr erradicar a esos estudiantes del tipo “navegado”, de eternas carreras inconclusas, que luchaban contra el modelo desde los campus.
Versus el estudiante romántico de los ochenta que viajó mochileando a Valdivia escuchando a Schwenke & Nilo y se quedó sin título porque arriesgó el pellejo contra la dictadura, se impuso el mayoritario, materialista, fatalista y dócil.
¿Cuál es la diferencia entre una universidad y una academia? En Chile según los expertos existen no más de diez que cumplen ese requisito por investigación, extensión y pos grados. Las demás deberían llamarse academias y a mucha honra, pero nuestra titulitis colonial las mete a todas en un mismo saco.
La universidad privada fue una estrategia comercial y política para debilitar al Estado.Hoy tenemos 9 profesionales por un técnico, lo contrario al mundo desarrollado.
Ahora para terminar, un llamado a esos treintones noventeros que se encaminan a los 40 y padecen envejecimiento prematuro, porque no sienten que el cobre debe renacionalizarse o que la educación debe ser gratuita y fiscal para todos: ¡Los años 80 no fue vuestra década!
Chile debe ser uno de los países más nostálgicos a corta edad y que presenta la mayor senectud precoz. Es cosa de ver cómo esos mismos noventeros conservadores compran hoy cualquier cosa que huela a Michael Jackson, manga, Madonna, Clásicos del Pop y Festival de la Una.
Basta ya: los ochentas fueron lo peor, ninguno de sus productos es superior a alguno de los 70, 60 o 50s. Fue una década para el olvido en todos los planos, atiborrada de dictadura, tortura, desaparecidos, pobreza, cesantía, hambre, allanamientos, exilio y Patricia Maldonado.
Gracias al Creador (el mismo creador de los hermanos Marx) hoy por las calles pululan en marchas jóvenes más parecidos a los de los 20, 30, 40, 50, 60 y 70. Lejanos al fatalismo de los treintones conservadores, que viven hoy en la medida de lo posible, obsesionados con la “familitis dominguera”, esperando el próximo Festival de Viña, en lugar de andar viajando por el mundo o la provincia.
Aprovecho de agradecer a los ochenteros de verdad, hoy cercanos a los 50 años, que se jugaron la ropa contra la dictadura, quedaron sin títulos profesionales, sobrevivieron en los 90 a duras penas cuando tenían a sus primeros hijos, mientras los oportunistas de siempre administraban felices el legado de Pinochet.
Gracias, porque su audacia contra el vitalicio, cuya ambición era gobernar hasta el 97, impidió que a mí y a varios cientos más nos metieran electricidad en los genitales.Fueron ellos los que nos salvaron y no los que envejecieron, fruto del negociado cotidiano del poder.
Los muchachos de hoy me caen mejor que mi generación, irrumpieron en el templo neoliberal llamado shopping y extendieron una gran bandera contra el fatalismo y el conservadurismo, saben que se perdió más que se ganó y en suma son más amigos de Austin Powers.