Desde la investigación hemos aprendido a analizar e interpretar información a partir de ciertas preguntas, supuestos o hipótesis, que permiten –razonablemente- concluir y avanzar respecto del tema o problema en cuestión.
Compartiendo el que hay buenas noticias en matemáticas de 4° y ciencias sociales en 8°, la invitación es hacer este ejercicio con algunos de los resultados del SIMCE del 2011, dado a conocer recientemente.
¿Los avances que se observan pueden ser sólo y directamente atribuibles a políticas acciones educativas recientes?
Al parecer no: la evidencia para Chile nos permite suponer que en este avance hay un efecto “familia” necesario de cuantificar y analizar. En efecto, los padres chilenos, de manera creciente, han aumentando significativamente su escolaridad promedio, variable que incide de manera relevante en el rendimiento de los estudiantes.
Por otra parte, la brutal desigualdad que nos atraviesa como sociedad, hace muy difícil que la escuela, por sí sola, logre revertir el determinismo de los resultados escolares. En otras palabras, el peso de la cuna sigue siendo muy fuerte, aspecto de acabamos de ratificar en un estudio que tenía como gran desafío estimar qué incide más sobre el rendimiento de los estudiantes de primaria en distintos países latinoamericanos.
Así entonces, es del todo probable que al descomponer este avance logrado (y la evaluación tienen las herramientas para hacerlo), el peso de estas variables socioculturales de los padres, sea importante y explicativo del salto en cuestión.
Esto no contradice en nada la presencia de factores propios de la escuela, de sus docentes y sus prácticas, como explicativos o asociados a tales resultados. Lo que estamos diciendo que es necesario identificar qué aspectos están haciendo el mayor aporte al aprendizaje en cuestión, de manera de fortalecer y ajustar las acciones y políticas educativas en consecuencia.
Disminuye la brecha entre el grupo socioeconómico Alto y Bajo.
La brecha entre lo que aprenden los estudiantes con mayores recursos económicos y socio culturales y quienes pertenecen a los segmentos más pobres y vulnerables, es un claro reflejo de la desigualdad o injusticia de nuestro sistema educativo.
Por ello importa y mucho, leer bien que nos dice la evidencia. No sólo importa que la brecha disminuya. No es lo mismo que se acorte la distancia entre lo que rinden los estudiantes más ricos y los más pobres, producto de un mayor aprendizaje del grupo más desfavorecido, a que ello ocurra debido a que los estudiantes del grupo socioeconómico más alto, bajaron en su rendimiento, como lo muestran las cifras del este SIMCE.
Para muestra un botón: en el SIMCE lectura para 4° básico, el GSE Alto baja de 304 en el 2010 a 299 en el 2011; y baja también el rendimiento de los estudiantes del GSE Bajo, de 250 en el 2010 a 249 en el 2011.
Por cierto, que “la brecha disminuye”, de 54 (2010), a 50 (2011); pero ¿podemos de verdad decir que estamos mejor?, ¿o que eso supone que hemos avanzado en mayor equidad en la distribución de la educación en el sistema? Francamente no.
Habrá que mirar cuidadosa y seriamente esta brecha en los distintos niveles y disciplinas evaluadas, para poder concluir y decidir al respecto.
Lo mismo ocurre respecto de la distancia o brecha que separa los establecimientos municipales de los pagados. La menor distancia se debe también a la disminución del rendimiento promedio de los establecimientos pagados. Lo que por otra parte, no hace sino ratificar la fuerte y grave segmentación de nuestras escuelas y sistema.
Para finalizar, dejar la inquietud respecto de la necesidad de tener un sistema y lógicas de evaluación que orienten respecto del tipo de educación que se necesitamos y requerimos para contribuir en la construcción de una sociedad más justa e igualitaria.
Necesitamos usar ese enorme potencial político y técnico que tiene la evaluación, para empujar y conseguir recuperar ese sentido más societal de la educación.
Ojalá dejemos de lado los rankings entre escuelas o la simple comparación de cifras para poner sobre la mesa la discusión en torno a los fines, sentido y rol de integración social y aporte esencial de una cultura política pública democrática que tiene la educación.
No es posible pensar el fin o sentido de la educación, de manera independiente de la sociedad que queremos y necesitamos. La evaluación y el uso que de ella hagamos, inevitablemente perfila y construye el espacio formativo en donde se han de educar nuestros ciudadanos.