Como todos los años la Fundación Paternitas celebró el triduo pascual, es decir, viernes, sábado y domingo Santo, en centros juveniles de privación libertad. Sin embargo, como nunca antes se notó un gran deseo por parte de la juventud y también de algunos profesores de trato directo de ser atendidos espiritualmente y en particular por el sacramento de la confesión.
Quedamos gratamente sorprendidos, por la disposición de adentrarse en el núcleo más íntimo y sagrado de cada uno, para ir en busca del pecado, manifestarlo y pedirle a Dios perdón por ellos.
Fueron momentos de intensa profundidad, de gran honestidad y de auténtico arrepentimiento. Se pudo palpar en toda su plenitud el paso del Espíritu Santo por sus vidas, el toque de su gracia, la fuerza del perdón.
De mayor relevancia, nos parece atender a estos jóvenes en privación de libertad, en aquellas dimensiones que les permitan proyectarse y mirar el futuro con esperanza y libertad, pero en particular con la confianza que hay un camino novedoso, atractivo y generoso que pueden alcanzar.
Llama la atención la cualidad de transparencia y la buena voluntad que estos jóvenes tienen para descender hasta lo más íntimo de sí mismos y plantear sin justificaciones hechos y circunstancias que reconocen con nitidez, muchas veces aterradoras y desconcertantes.
Para un confesor sacramental es la vía más expedita, para buscar la sanación del alma y el compromiso cierto de que lo mencionado, es sinónimo de reconocimiento del mal causado y “determinada determinación” que los actos señalados no se volverán a repetir.
Se puede decir, sin equívocos, que un periplo como el que se menciona conlleva a una de las vías, y quizás la única, más eficiente para confrontar el mal, aceptando que violaron todos los límites, reglas y normas que obligan a un ser humano, a un ciudadano, o cristiano.
No cabe duda que un trabajo personalizado, con profesionales del arte de escuchar, comprender, aconsejar y animar se logra mucho más que con las estructuras actuales que caracterizan a la mayoría de los centros juveniles, con personal impositivo, violento, agresivo y castigador.
Con todo se destaca la excelencia y la dedicación sacrificada que algunos de esos profesionales manifiestan.
El diálogo respetuoso, capaz de silencio en los momentos necesarios, la palabra oportuna y eficaz cuando así lo amerita, la mirada diáfana y amigable, el tono de voz sereno y sincero, siempre pueden más que aquello que podemos imaginar.
Es probable que los altos índices de victimización ciudadana que se evidencian experimenten un real retroceso cuando se cree, de una vez por todas, lo que podríamos llamar la escuela de humanidad; en donde cada sujeto, hombre o mujer, joven o adulto, que haya cometido un delito pueda sentirse persona tratada con respeto, acompañada en su proceso de cambio, proyectada al futuro, amada y valorada.