20 dic 2011

Lenguaje y Navidad

No resulta para nada extraño que, en muchas ocasiones y en nuestro lenguaje habitual, recurramos a las así llamadas “muletillas”. Son justamente eso, expresiones que empleamos como muletas para apoyarnos al hacer uso de la palabra.

Así, por ejemplo, la misma palabra “justamente” puede serlo, pero también tantas otras, como “¿No es cierto?”, “¿Entiende?” y las demás. Ésta última, excesivamente repetida, tiene el mérito de hacernos sentir no demasiado inteligentes.

Con todo, hay una expresión en la que, creo, vale la pena poner alguna atención, sobre todo si advertimos la peligrosa frecuencia con que está siendo utilizada, sea en medios que podríamos llamar culturales o en el ámbito de la política.

Se trata del decir “no cabe duda” o “no cabe ninguna duda”,lo que es todavía peor.Ni siquiera se usa la expresión:”A mí no me cabe duda”, la que introduce un matiz diferente. Diríamos más democrático, en cuanto abre el espacio para que al otro o a los demás pueda no caberles duda de un modo diferente.

Digo que me llama la atención la frecuencia del empleo de la fórmula indicada y advierto su peligrosidad porque, de alguna manera, el lenguaje es siempre un signo de lo que pensamos y de lo que queremos o sentimos.

Dicha fórmula cierra el espacio a cualquier diálogo posible y, por eso, resulta amenazante.

Cuando ese modo vuelve y vuelve a repetirse pareciera que estuviéramos ante grupos humanos que no tienen ningún interés en comunicarse y que, por lo mismo, van perdiendo el sentido de la comunicación humana y de la propia palabra que nos ha sido dada precisamente para la comunicación.

Además, -y como lo dice la misma palabra-, no se trata de una comunicación cualquiera sino de aquella que conduce a la comunión.

En estos días, en que nos acercamos a la Navidad, los que procuramos ser cristianos, celebramos el acontecimiento de que “El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros”.

Aquí la pregunta podría ser del siguiente tenor: ¿Para qué el Dios de nuestra fe se hizo carne en el Hijo, nacido de mujer, y vino a habitar entre nosotros?

¿Para qué se metió en una geografía determinada, en un preciso tiempo histórico, en una lengua, en una cultura?

¿Por qué al hablar de El hablamos del Verbo, de la Palabra?

Si Jesús no nació y creció como un niño y no vino a darle sentido más pleno a la palabra simplemente humana, ¿no vino acaso para alentar la comunicación en el intento o propósito de ayudarnos a construir una verdadera comunión, una real fraternidad en que todos, como hermanos, podamos reconocer juntos la paternidad universal de Dios?

Para eso, nos entregó su vida. Como dice el evangelista: “para que todos tuviésemos vida y la tuviésemos en abundancia” y para que desde esa abundancia pudiésemos compartirla y entregarla a los demás.

Ese es el gozo de la Navidad. Con alguna muletilla pareciera que nos estuviésemos alejando también de la misma finalidad de la palabra simplemente humana.

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