Quizá estas reflexiones compliquen la actual discusión sobre el asunto de la educación en Chile, pero me hago una pregunta que pretende partir de la realidad de la que todos somos testigos.
Se ha propuesto un 40% de aporte del Estado; se ha pedido el 60%. Se ha concedido. Ahora se pide el 70% y podrá estar muy bien.
Con todo, -y aunque se habla permanentemente de la “calidad”-, nadie sabe de qué calidad se trata.
Se me ocurre que la pregunta fundamental no debería ser otra que aquélla que se refiere a qué tipo de persona quisiéramos formar y, a la vez y desde luego, para qué tipo de sociedad. Lo que entra aquí inevitablemente es la discusión sobre temas de orden valórico.
Para tales efectos, podríamos tomar como referente la distinción que hace Adela Cortina entre una moral de los máximos y otra de los mínimos.
La de los máximos, la deja ella para las utopías o las que se ajustan a exigencias propias de algún compromiso religioso.
La de los mínimos, sería aquélla en que gruesamente un colectivo trasversal estaría de acuerdo.
En este último sentido, pienso que los valores de la verdad -y de su búsqueda-, de la justicia, de la paz, de la lealtad, de la fidelidad, del respeto, de la dignidad de cada persona, etc. podrían ser al menos parte de esa formación de la persona en vista de una sociedad más humana.
En este mismo sentido, creo que el humanismo, como un elemento esencial en la reflexión sobre el ser humano, no podría dejarle todo o gran parte del espacio a las ciencias exactas o al desarrollo tecnológico. En este terreno -y en último término-de lo que se trata es hacer una ciencia con conciencia, con humanidad.
También para un científico, el humanismo es substantivo. Acumular más fondos sin saber bien para qué parece un tanto absurdo.
Esto no quita que haya que avanzar en la gratuidad de la educación y enfrentar los terribles endeudamientos de tantas familias, pero ello no debería ocurrir si no hubiese paralelamente (aunque tome más tiempo ponerse de acuerdo) pensadores de la educación que estuviesen trabajando ardua y respetuosamente en lo que he llamado la moral de los mínimos y en el tipo de humanismo trascendental que necesitamos.
Hoy, en una sociedad en que campean el individualismo y el materialismo, necesitamos de suma urgencia un proyecto que nos abra a una sociedad en que el bien común de verdad dirija nuestros pasos.