Escuchar las declaraciones, en los medios masivos de comunicación, desde diversos sectores, respecto a la situación de violencia, aumento de la delincuencia y porte de armas en nuestro país, permite ver que el problema está -igual que en otros temas- en la categoría de la observación que alcanza el que observa, el que pretende comprender la situación.
Es decir, se ve a un ministro del Interior descolocado, y a otros, insistiendo en un plano de observación parcial e insuficiente. Se sigue alimentando la idea de los buenos y los malos, los culpables y los inocentes.
No se deja entrever ni una esperanza, en su discurso, de incluirse a sí mismo como parte de lo observado, de incluir una observación crítica y amplia de nuestro modo de organizarnos en sociedad, y de cómo estos hechos, obedecen pues, a tal modo de organización y articulación.
Nuestra sociedad -y esto ya ha sido dicho en las columnas anteriores-, ha descuidado elementos esenciales del funcionamiento humano, ha reducido a lo meramente material su interés, y eso va en contra incluso de las declaraciones fundamentales de nuestra Constitución, lugar en que se hace un reconocimiento explícito al bienestar espiritual de los chilenos, como uno de los ejes bajo el cuidado del Estado.
La segregación que se consolida bajo el actual modelo educativo, va recogiendo sus frutos.
Uno de éstos es la errada percepción de que unos y otros estamos separados, que competimos, que es necesario “ganarle al enemigo” o “protegerse” de él.
La violencia que hoy enfrentamos en nuestra cultura, no es exclusiva de aquellos que dañan la materia, que roban, que destrozan o que matan, también es violento tener que soportar el absurdo de un “crecimiento económico sostenido”, que no se refleja en absoluto en la posibilidad de acceder a tales bonanzas para las mayorías, y qué decir de los engaños tipo “la polar”, la colusión de las farmacias, en fin…
En las culturas ancestrales, la vida en comunidad, contaba con espacios definidos para el cultivo de la integración entre sus miembros, para ello emplean diversas herramientas, ritos, prácticas en común, que les acercan, que les permiten experimentar un nivel de amplitud y profundidad de sus percepciones, que garantiza una observación de integración suficiente como para constatar la Unión entre todos y con el Todo. Desde allí no se hace posible dañar a otro sin saber que me daño también y a todos.
Las respuestas desde el paradigma de la separación, de la exacerbación de la riqueza material como objetivo, se basan en intentar castigar, segregar -aún más-, a aquellos que son vistos como el enemigo, el problema, o como un potencial daño; y controlar toda circunstancia que pudiese favorecer la aparición de conductas que “nos” dañen. Surge la idea de que nos deben proteger, salvar, de todo aquello que nos ponga en riesgo.
Es desde esa lógica, desde la que se ha desprendido la criminalización del consumo de sustancias psicoactivas, por ejemplo. En circunstancias que dicho tipo de sustancias han sido consideradas sagradas por otras culturas, han sido consideradas como puentes entre el plano material de la existencia y el plano sutil/espiritual.
En aquellas culturas, existe el rol del Chamán, la Machi, el Anciano Sabio, quienes están a cargo de administrar tales herramientas para favorecer el funcionamiento integrado de los miembros de sus comunidades.
Cuando alguien se enferma, o cuando alguien presenta manifestaciones de desequilibrio en su comportamiento, se le acompaña, se le ayuda a recuperar dicho equilibrio. Y se emplean sustancias, que por su poder de abrir la percepción a más y distinto, permiten re-ordenar la observación que el sujeto realiza de su situación y la de todos. Es un gesto de promoción de salud a nivel individual y del colectivo.
Hoy, cuando el uso de sustancias psicoactivas se ha masificado -pues están y siempre han estado presentes-, pero hoy sin un responsable de su administración, se pone el énfasis en la sustancia, y se le prohíbe, se le sataniza.
No se incorpora una visión global, amplia y profunda, que permita colocar en su justo lugar dicha sustancia -con sus riesgos y beneficios posibles- y favorecer el desarrollo y la habilitación de las personas que la ocupan, y que básicamente la usan a raíz de la necesidad de llenar vacíos bastante profundos en su existencia.
Hay mucho por decir al respecto, una columna de opinión no da para ello…
Todo está vinculado, la educación que segrega, es factor y cómplice de lo que hoy acontece con la juventud marginal y violenta, con el inadecuado consumo y adicción a sustancias lícitas e ilícitas -según la regulación actual-, con otras manifestaciones de adicciones al poder, al sexo, a la pareja, a comprar y consumir, por ejemplo, con las conductas violentas y de indignación…
Cuando los estudiantes reclaman por una educación que favorezca la integración social, -y que para que esto se garantice debe ser gratuita y de responsabilidad del Estado- están dando cuenta del fondo de los problemas que enfrentamos. No es posible seguir sosteniendo un modelo que nos conduce a más y más separación, y que emplea malamente argumentos como la libertad para justificarse.
La libertad en el ser humano, no se trata de la libertad del simplismo de elegir en el plano material e ideológico, se trata de la libertad del alma, de liberarnos de la estrechez en la mirada, de trascender el plano material, y constatar, la presencia de lo esencial y sutil, de la Totalidad de la Existencia, de la Unión que nos alberga, aquella que nos permitirá organizar nuestra convivencia desde otro punto de vista, que no podrá tolerar más segregación y estupidez, como ocurre hoy día.
Esa es la madre de todas las violencias, la violencia fundamental, aquella que se experimenta, que todos sentimos, cuando se pretende colocar a la parte (la visión parcial de la realidad, el mapa usado, la lectura) como el Todo, como lo Real.
Y es posible, intervenir en ese plano, en el de Desarrollar la cualidad de la percepción, la integración en la mirada, de favorecer el desarrollo de la Capacidad de Instalarse en un lugar de otra jerarquía de Observación, más amplia y profunda, incluyéndose a sí mismo como parte de lo observado, re-crear la identidad y la capacidad de establecer contacto con lo real.
Y esto cuando se realiza con grupos, con comunidades, con los que habitan un mismo territorio, es una respuesta de integración efectiva entre sus miembros.
Sí, es posible, y hay experiencias con resultados muy interesantes ya desarrolladas, en nuestro país, por ejemplo, entre los años 87 al 94, bajo la conducción del Dr. Milton Flores, se desplegó una intervención comunitaria con asiento en Villa La Reina, en la comuna del mismo nombre.
Durante este período se llevó a cabo un proceso que pretendía como objetivo conductor prevenir el consumo y la dependencia de drogas, la intervención se realizó bajo este paradigma, generando espacios para el desarrollo y la integración de sus miembros, a través de promover el desarrollo de la cualidad de sus percepciones.
Se generaron respuestas armoniosas, carnavales…, organizados con la participación integrada de todos los sectores y sus organizaciones e instituciones, locales, de salud, educación… Se chocó en su momento con los límites de la institucionalidad, y no se pudo seguir, pero es ya una experiencia lograda y documentada.
Hoy hay otros procesos en gesta, hay algo que ya se está haciendo hoy día, desde el equipo de profesionales al que pertenezco y otros, que aún de manera poco visible, realizamos esfuerzos sistemáticos en esta línea. Ya se abrirán más oportunidades para presentarlas en espacios donde puedan ejercer una influencia más significativa.
Es posible, la esperanza está viva.