La discriminación que los dirigentes de Universidad Católica ejercieron contra los barristas de Colo Colo al negarles entradas para el clásico en San Carlos de Apoquindo, ratifica en el terreno del fútbol lo que ha ocurrido por siglos en nuestra cultura clasista y que tiene su correlato en la arena política.
La detención de más de 130 hinchas que intentaron llegar hasta la sede cruzada avanzando por las calles de Las Condes, no sólo hace dudar que se haya erradicado efectivamente la detención por sospecha derogada por ley.
También viene a servir de ejemplo, como si la caminata graficara la intención del pueblo de acceder a espacios tradicionalmente reservados para los dominantes, de los diversos recursos institucionales y también informales que usan las elites para restringir la participación e injerencia del “equipo contrario” (los dominados).
Históricamente en Chile, las elites han definido las reglas del juego y suelen “ganar los partidos” (coincidentemente, el 4-0 a favor de la UC bien podría ejemplificarlo).
Las elites mantienen su posición privilegiada en la sociedad, generando un cierre social que distingue a quienes pertenecen a ella y quiénes son los excluidos.
En Chile se cumple la Ley de Hierro de la Oligarquía, en que las elites dirigentes se reproducen a partir del parentesco entre pocas familias, que a su vez se vinculan a través de los negocios y la clase social.
Durante la primera mitad del siglo XX, la derecha chilena mantuvo las “riendas del poder” -en lenguaje de la historiadora Sofía Correa-, desplegando diversas estrategias para contrarrestar la influencia de partidos reformistas y revolucionarios de izquierda, a través de la negociación y cooptación. Luego, su participación en la dictadura es ampliamente conocida.
En el siglo XXI, buena parte de la derecha pos dictadura sigue teniendo presencia en los poderes fácticos, como derecha económica concentradora de la riqueza en los más variados rubros de la economía y con su veta religiosa y moral, con la derecha conservadora.
Institucionalmente se expresa en una UDI que responde al disciplinamiento católico y que cuenta con una considerable homogeneidad cultural como fuente de cohesión.
Y en Renovación Nacional, que vendría a representar al sector liberal de la derecha. Sin embargo, su actual directiva encabezada por Carlos Larraín de liberal no tiene nada; pero sí responde a la figura del dueño de fundo, propia del viejo orden de la hacienda.
La derecha no es la única detentadora de la riqueza, el prestigio y el poder en la sociedad chilena, claro está; la propia Concertación puede dar fe de ello.
Pero las elites encuentran en Carlos Larraín -baste enfatizar su apellido- una clara personificación del cierre social de estos grupos privilegiados, por medio del dinero, la educación y la moral.
Es a través del capital económico, social y simbólico que estos grupos se constituyen y logran mantenerse a través del tiempo.
Por ello no es de extrañar que Carlos Larraín reaccione con molestia a la disidencia liberal que se está fraguando en su contra al interior de RN (al parecer visada por el segundo piso de la propia Moneda).
No puede permitir que otros actores con menos recursos económicos, sociales y culturales osen cuestionar el orden oligarca.
Tampoco que la clase política a la que pertenece se vea expuesta a grados importantes de incertidumbre, que incluso puedan poner en duda su propia conformación, si se cambian las reglas del juego del sistema electoral.
Con el argumento de que el sistema binominal genera gobernabilidad y que modificarlo provocaría un “big bang” o un “Transantiago político”, Larraín se resiste a perder los privilegios mantenidos por los dos bloques que se mantienen empatados.
En momentos en que los estudiantes universitarios y secundarios se mantienen movilizados y que una mayoría ciudadana aspira a modificar la institucionalidad y orden económico vigentes, la pregunta que cabe hacerse es qué impide y ha impedido esos cambios en el Chile reciente.
El porqué históricamente la mayoría se deja dominar por una minoría que mantiene el stablishment, lo encontramos en la concentración de riqueza, poder y vínculos de la elite tradicional chilena.
La misma que en pleno siglo XXI sigue segregando, incluso geográficamente, a quienes no pertenecen a ese pequeño grupo dominante que desde siempre ha logrado la obediencia de la gran mayoría dominada.