Las mujeres, especialmente las jóvenes, que en los últimos cuarenta años pudieron desconectar la práctica del sexo y el embarazo con los inventores de la “píldora”. El jueves pasado falleció a los 91 años el químico Carl Djerassi quien descubrió una sustancia similar a la hormona progesterona (nor-etindrona) utilizada para prevenir la ovulación.
La invención de la etindrona fue en 1951 con los mexicanos Luis Miramontes y George Rosenkranz. Este análogo de la progesterona se mantuvo eficaz por vía oral y era mucho más fuerte que la hormona natural. Se administró por primera vez como anti-conceptivo oral en animales por Gregory Pincus y Ming Chuen Chang. Después el médico católico John Rock la administró con éxito en mujeres de Puerto Rico.
En nuestro país su inclusión en programas de regulación de la fertilidad los inició en 1960 el doctor Benjamín Viel y colegas en los Servicios de Ginecología y Obstetricia en el área sur de Santiago.Este año 2015 se cumplieron cincuenta y cinco años desde que en los Servicios de Medicina Pública de Chile las mujeres en edad fértil pueden disponer de la píldora anti-ovulatoria.
Su acogida no fue sencilla: la oposición a su uso por oposición científica y/o religiosa se manifestó en prensa escrita y en círculos médicos. Hasta hoy día, la iglesia Católica no ha aprobado su uso. Fue suprimida como opción de parejas católicas que deseen regular el número de hijos.
En el estudio inicial en Chile, su incorporación fue ofrecida para prevenir abortos a mujeres multíparas en edad fértil. En el área sur de Santiago la población a estudiar fueron mujeres voluntarias con más de cuatro partos.
La investigación de una píldora que inhibiera la ovulación en la mujer fue diseñada por los Drs. Gregory Pincus, Ming Chue Chang y John Ford en la Worcester Foundation for Experimental Biology en Shrewsbury, Massachusetts, EE.UU. Los estudios comenzaron en 1954 en mujeres estériles, pacientes del católico Dr. Rock en Brookline, Massachusetts. El apoyo a la anti-concepción estaba prohibido en el estado y considerado un delito: en 1955 Puerto Rico fue seleccionado como sitio de pruebas. En la isla había 67 clínicas de control de natalidad en mujeres de bajos ingresos. El estudio con ENOVID lo hizo el Dr. Edris Rice-Wray.
Este acceso al medicamento tuvo un efecto destacado en la población femenina. Ha sido el impacto más positivo de la tecnología del siglo XX en la vida laboral, familiar y cultural de las mujeres. Así desde la década de los 60s las mujeres jóvenes tuvieron la posibilidad de acceder a universidades y constituir un valioso conjunto profesional que ha sido creciente. A la par, las mujeres casadas pudieron regular el número de hijos.
Simultáneamente la iglesia Católica en Chile se opuso al uso de los anovulatorios, en especial el sacerdote Miguel Ibáñez Langlois a través de los medios. Notable fue un titular en el diario Clarín en 1964: “El Papa Paulo VI indica que las mujeres que usen la píldora se irán al Infierno.”
Los efectos anticonceptivos fueron claros: hubo una protección cercana al 100 por ciento contra el embarazo. Sin embargo en algunas pacientes hubo efectos secundarios que hicieron modificar las dosis de estradiol y de progesterona en la píldora. Los estudios se expandieron a otros países. La FDA (Federal Drug Administration) de los EE.UU. aprobó en 1960 las indicaciones de Enovid en la anti-concepción.
Actualmente cuando se debate la interrupción del embarazo, ocurre que éste se puede prevenir con los anovulatorios (la píldora) cuando se toman por 21 días en el ciclo menstrual y si la mujer lo olvida o no los ha usado existe “la píldora del día después” de gran eficacia. Esta última se ha incorporado en los planes y ofertas del ministerio de Salud. También ha sido un grupo de estudio de chilenos, el Dr. Horacio Croxatto y la Dra. Soledad Díaz, quienes demostraron ante la comunidad científica del planeta los mecanismos de acción de las píldoras del “día después” y su validez.
Nuestras abuelas usaron los pesarios intra-vaginales (para impedir la fecundación) y los abuelos usaron el condón. Los hallazgos en la fisiología sexual femenina descritos en los últimos 60 años sugieren pensar y han insinuado cómo la ciencia podría determinar nuestros valores morales ampliando nuestro horizonte de seres humanos que pueden incorporar el conocimiento como algo útil en nuestra vida.