Dos hermanas de mi madre hicieron votos religiosos en la Congregación del Amor Misericordioso. Las madres Mercedes y Elena Chain dedicaron sus vidas a las Misericordias del Señor, sufrieron con alegría su entrega a ellas, sin otro afán que demostrar con humildad y sencillez compasión por su prójimo, algo que les nacía espontáneamente del corazón.
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia, nos dice el Señor, para quien la misericordia constituía el centro de la virtud la que necesariamente termina en el Reino de Dios. Si queremos que el Reino venga a nosotros tenemos que ser misericordiosos.
Cristo al encarnarse nos vino a mostrar la misericordia de Dios, Jesús nos quiso traer y mostrar la paternidad de Dios, en su bondad y en su misericordia. Frente a normas legalistas y muchas veces hipócritas de los fariseos y maestros de la ley, Jesús levanta la bandera de la misericordia.
En el mundo de hoy siguen habiendo tantas normas y conductas hipócritas, dentro y fuera de la Iglesia, que resultan ser contrarias a la misericordia. La reflexión honesta acerca de nuestras propias faltas constituye el primer paso para que reconociéndolas, miremos el rostro del Señor implorando su misericordia.
Jesús nos dijo: “Os digo que hay más alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia“. Podrían interpretarse las palabras de Jesús como que Dios prefiere a un pecador que a noventa y nueve justos.
Sin embargo, la verdadera respuesta a lo expresado por Jesús es que todos tenemos necesidad de penitencia y de misericordia. El propio Papa Francisco, en su encuentro con seminaristas, novicios y novicias de todas partes del mundo les dijo: “Querría saber una cosa: aquí en el aula, ¿hay alguien que no es pecador? ¡Alce la mano! ¡Alce la mano!” nadie la levantó. No hay, en ninguna parte del mundo, noventa y nueve justos que no tengan necesidad de pedir perdón y hacer penitencia.
No hay ni un solo justo que no tenga esa necesidad. Los que se creen justos y piensan que no tienen necesidad de perdón y misericordia son los peores pecadores. Son los soberbios de corazón, los que se creen poseedores de la verdad, los que no son capaces de mirar la viga que hay en sus ojos pero que están permanentemente juzgando y observando la paja en el ojo ajeno para criticar, excluir y condenar poniendo como aval para ello la jerarquía de los cargos que ostentan.
Si no existe arrepentimiento, no puede haber misericordia. Son los soberbios, los que no tienen ni siquiera lucidez y honestidad para verse a sí mismos. En el mundo sólo hay dos categorías de personas: pecadores que se arrepienten y luchan por llegar a ser justos y pecadores que no se arrepienten. Los que se creen ya justos son la última y más peligrosa especie de estos pecadores no arrepentidos.
Por eso es lógico y evidente que Dios prefiera a un pecador que se arrepiente y deja de serlo que a noventa y nueve” justos” que no son capaces de reconocer sus faltas y que nunca dejarán de ser pecadores, puesto que no sienten ni creen tener ninguna necesidad de penitencia.
Es Dios, nuestro querido y amado Dios de la misericordia,quien dejando su grandeza, toda su omnipotencia y su infinitud quiere llegar a nosotros, quiere redimirnos, quiere perdonarnos, quiere escucharnos y al confesarle nuestras faltas con humildad, el Señor de la Misericordia, como nos recuerda el Papa Francisco, “te tapa la boca, es Él quien te la tapa”, puesto que Dios con su misericordia infinita, te perdona una y otra vez y cada vez que ello ocurre entonces se produce alegría en el cielo.
Si cada uno de nosotros quiere alegrar a Dios, tan sólo tenemos que llegar a Él implorando su perdón y Él, con júbilo, te regalará su misericordia.