Desde hace algo más de una semana se celebra en el Vaticano el Sínodo sobre la Familia del cual los católicos del mundo esperan novedades. Novedades que para algunos son importantes y que pueden significar que hay renovación doctrinaria en la Iglesia o para otros, novedades que solo signifiquen cambios, lo que no es renovación.
Hay que leer y escuchar con atención al Papa Francisco y al cardenal Kasper, cuando habla de los temas de la familia. Como cuando Pablo VI consiguió que aprobaran el Concilio Vaticano II lo que se refería a la familia católica, hoy estos dos, siempre dejan claro que son solo pequeñas adaptaciones, que la doctrina no será tocada.
Por eso me parece que es importante conocer algunas de las aseveraciones que hizo el relator del Sínodo de la Familia, el cardenal y arzobispo de Budapest, Peter Erdö, que además es presidente del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, lo que nos permitirá avizorar cual puede ser el camino de este Sínodo tan esperado por muchos católicos.
Frente a unos trecientos obispos de todo el mundo, un importante número de especialistas y decenas de concurrentes el cardenal dijo –entre otras cosas- en el primer lunes.
Refiriéndose al “naufragio del primer matrimonio,” planteó que no es ese naufragio lo que impide que los divorciados puedan comulgar, lo que hace que no lo puedan hacer es “la convivencia en segunda relación”. El cardenal centroeuropeo defiende la indisolubilidad del matrimonio y deja claramente establecido en que el acceso al sacramento de la eucaristía no es posible para los divorciados vueltos a casar.
En de la Relatio introductoria del Sínodo dijo que las parejas separadas y divorciadas, pero que no se han vuelto a casar “deben ser ayudadas por la Iglesia en la vía de la reconciliación”.
En otras palabras podríamos leer que dijo si eres obediente y cumples con nuestras leyes, nos podemos reconciliar contigo. Un cambio en la actitud de la Iglesia y no una renovación.
A leer esa enunciación del Cardenal relator del Sínodo, se vienen a mi memoria juicios, razonamientos y criterios del sacerdote jesuita Juan Masiá que trabaja en una comisión del Comité Social de los obispos en la Conferencia Episcopal de Japón.
Sostiene que el problema no es el acceso a la comunión de los divorciados vueltos casar, muchos lo hacen de todas maneras y los más se fueron de la Iglesia, el problema es la indisolubilidad del matrimonio sostenida por varios. De partida él cree que debe haber renovación doctrinal. “…Lo que se debería de hacer, pero claro esto nos llevaría muy lejos, es precisamente el tema que hemos estado tratando ahora en los seminarios, el tema de casarse en la Iglesia y en la sociedad: la boda dura una hora, el matrimonio es un proceso y tarda una vida y muchas veces a mitad de eso se interrumpe y no sigue. El matrimonio es una promesa, es un contrato y es un símbolo. La promesa es de los dos cónyuges, o una pareja de hecho, yo me comprometo contigo y tú conmigo, siendo responsables ante el cónyuge y, si se dan las circunstancias por lo que se rompen, somos responsables, esto se ha roto ¿Qué hacemos? A lo mejor hay que recomponerlo, a lo mejor no se puede recomponer pues nos tenemos que separar”.
La pareja se casa, nos los casa el sacerdote o el oficial del Registros civil, ellos solo dan fe que se han casado. Entonces solamente ellos son los responsables de ese matrimonio. El jesuita dice que lo que hacen frente al sacerdote “…es una promesa, es un acuerdo, y es también un símbolo, entonces la Iglesia no dice como en los telefilmes, que te reproducen las palabras del cura diciendo: ” Os declaro marido y mujer” ,”lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”, o “ya puedes besar a la novia”; estas tres frases pertenecen al ritual y yo por ejemplo no las digo de esa manera, sino de otra manera cuando celebro una boda.”
Sostiene que la indisolubilidad “…no es una característica estática del matrimonio, es una meta, un ideal: yo declaro, soy testigo de que os habéis comprometido entre vosotros a convertir vuestra unión en indisoluble, viviendo juntos y a lo largo de toda la vida, os vais a querer, vais a formar una familia”…
Cuando en una entrevista para le revista Religión digital, le preguntaron ¿Pero por qué este entendimiento dinámico de la doctrina da tanto miedo? respondió, porque no hemos hecho el cambio ni en filosofía, ni en antropología ni en doctrina.Porque tenemos una mala teología una mala antropología y una mala filosofía.
Está convencido que hay que repensar toda la moral matrimonial y sexual.
“El ser humano es capaz de prometer –dice al respecto-, pero ¿tú puedes demostrarle a alguien que vas a cumplir una promesa? Si a ti te preguntan antes de casarte, ¿tú estás seguro de que es la mujer de tu vida? Demuéstramelo. La única manera de demostrarlo, de testimoniarlo, pues te lo demuestro viviendo con ella, lo de hasta que la muerte nos separe no debería ser así, debería ser hasta que la vida nos una, esa vida que vais a vivir juntos logrando convertir esta unión en indisoluble”.
“En vez de decir que el matrimonio es indisoluble, deberíamos decir que es non solvendum, que no se ha de disolver. No separen los humanos la unión de los cónyuges que Dios desea”, dice Jesús, Mt 19, 6,- es decir, la unión que van a construir los cónyuges a lo largo de la vida; convierten así su unión en inseparable cuando, al envejecer juntos, se logra por fin la indisolubilidad, que no es una propiedad del matrimonio grabada como divisa el día de la boda, sino una meta a lograr mediante el cumplimiento de la promesa”.
“Pero decir del matrimonio que es non solvendum, que no se debe o no se ha de disolver, no quiere decir que sea irrompible, como ni siquiera lo es un reloj “water-proof” o “bomb-proof”a prueba de inundaciones o a prueba de bombas. Por tanto, la afirmación y defensa de la indisolubilidad como “meta, don y tarea” -de que hablaban los padres sinodales el año pasado es compatible con el reconocimiento de que, “lamentablemente, no es irrompible”,como decían en el 2000 los obispos japoneses y venía proponiendo desde el Sínodo de 1980 el arzobispo de Tokio, monseñor Shirayanagi Seiichi, entre otros”.
El Sínodo puede ser no lo que muchos esperan, el cardenal francés André Vingt-Trois, presidente delegado del Sínodo de los Obispos, ha precisado “no es un Sínodo doctrinal, sino pastoral como lo fue el Concilio Vaticano II. Si estáis esperando un cambio espectacular en la doctrina de la Iglesia, os vais a desilusionar“.
Por lo demás esta Iglesia que bajo la conducción de Francisco, que la está cambiando y cambiara más, nos ha demostrado que en aspectos doctrinales no se ha renovado pero se puede renovar.
¿Acaso esa Iglesia tonta de Osorno, en Chile, es una muestra?
En realidad no creo que lo sea. Francisco ha mostrado, así lo atestiguan sus actos, que en su nueva función como Papa se ha acercado a los postulados del destituido General de la Compañía de Jesús padre Pedro Arrupe.
Cuando era Provincial de los jesuitas en Argentina se instaló en la oposición al Padre General que había promovido que su congregación se dedicara a la lucha por la justicia social resituando el evangelio como centro de esa acción y muy cercana a la teología de la Liberación. Esa desencuentro con su superior hizo que Juan Pablo II y Ratzinger lo hicieran obispo, arzobispo y cardenal. Pero las cosas cambiaron.
Es tan manifiesto este acercamiento que el biógrafo de Pedro Arrupe, Pedro Miguel Lamet declaró “creo que con el acceso al pontificado del papa Francisco ha llegado definitivamente la hora de Pedro Arrupe”.
Por ello pienso que debemos mirar el Sínodo con esperanzas de que producirá renovaciones doctrinarias y el tema de Osorno debe quedar como un lamentable traspié que volvió a Francisco a sus antiguas posiciones, lo que quiere decir que la Iglesia de Osorno, Iglesia es el pueblo católico, debe seguir luchando por ser escuchada.