He tenido conocimiento de los pasos que usted ha realizado después de la pública sanción que se le hizo al querido padre Julio Dutilh. Deseo expresarle mi gratitud por la forma en que usted ha querido reivindicar una equivocación que a todas luces generó dolor , sufrimiento y estupor en sus fieles y en muchos sacerdotes.
También he sabido de su preocupación por el estado de ánimo del padre Julio y la larga reunión que usted sostuvo con sacerdotes de la zona oriente, a la cual también asistió el padre Julio. Sus decisiones posteriores y las tareas que usted le ha encomendado, ha tenido como consecuencia que su estado de ánimo y su servicio sacerdotal estén retornando a la normalidad después de tanto sufrimiento.
Al igual como le he manifestado con franqueza y honestidad mis puntos de vista acerca de algunas de sus actuaciones, también deseo expresarle en esta ocasión, mi gratitud por la forma en que usted ha querido enmendar el error cometido con el padre Julio.
El domingo 26 de julio lo vi en la misa de las nueve y media de la mañana en la iglesia Santa María de las Condes, pero no pude hablar con él, puesto que se retiró rápidamente sin despedirse de sus fieles, como era habitual. Ayer domingo sí que pude conversar con él, pudiendo constatar que la profunda herida que se le había causado ya se encuentra en pleno proceso de sanación.
Yo sé que usted también ha sufrido por lo acontecido y también sé que la forma pública en que se le sancionó fue decidida por un subalterno suyo. Sin embargo, el Señor siempre nos pone en el camino la posibilidad de reconocer con humildad nuestras equivocaciones y así intentar enmendar el dolor causado. Usted don Ricardo, en este caso, así lo ha hecho.
Hace un tiempo atrás le escribí relatándole mis dolores personales que usted muy bien conoce.Yo se los ofrezco al Señor como penitencia por las tantas veces que le he fallado y aun cuando siento su perdón, nunca dejaré de seguir implorándoselo con humildad. Lo mismo deseo hacer con usted.
Mi carta abierta fue una necesidad del alma en la que deseaba expresarle mis sentimientos, que por lo demás usted los conoce perfectamente, puesto que cada vez que hemos tenido la oportunidad de tratar de algunos temas usted ha podido constatar que siempre he intentado expresarle mis pensamientos con honestidad, franqueza y sin cálculos .
La carta que le dejé en marzo del 2011 constituye prueba palpable de aquello. He sabido que usted se ha sentido herido por mi carta pública. Le imploro nuevamente, que no lo tome así, puesto que mi propósito ha sido expresar públicamente lo que muchos piensan en privado, pero que no se atreven a decirle lo que piensan, frente a decisiones suyas que se han hecho públicas y que al igual que yo han estimado que han sido equivocadas.
Yo se lo he dicho de ambas formas y se lo he manifestado con respeto y cariño, aunque otros piensen lo contrario. No sabe cuánto me gustaría que a mí también se me dijera que he podido equivocarme en mis decisiones y expresiones y que me lo digan con altura de mira y sin dobles intenciones.
Yo le vuelvo a reiterar que no deseo ver dañada su imagen ni la de la Iglesia. Siempre hay tiempo para reflexionar y rectificar.