Me trataste de INFAME en la reunión privada a la que me invitaste el viernes 3 de julio en tu casa. Me dijiste que la carta abierta que le envié al cardenal Ezzati días atrás, constituía una infamia y por cierto el que escribe infamias es un INFAME. No puedo aceptar un trato tan poco cristiano de un sacerdote, razón por la cual he decidido presentar mi renuncia indeclinable como director de la Fundación cardenal Raúl Silva Henríquez que tu presides.
Inicialmente pensé que tendríamos una conversación fraterna y constructiva.Pensé que podríamos iniciar nuestra reunión entregándote detalles acerca del proyecto ya iniciado por la Corporación Cardenal del Pueblo, que yo presido, para llevar a cabo cuatro documentales de gran nivel audiovisual acerca de la vida y acción pastoral de mi querido y recordado amigo el cardenal Raúl Silva Henríquez.
También pensé, obviamente, que intercambiaríamos opiniones acerca de la carta abierta que yo le había enviado al cardenal Ezzati, en donde reflexionaba acerca de algunos hechos de su gestión como pastor, carta escrita con un corazón herido como consecuencia que algunas de sus decisiones yo no las puedo compartir y que las califiqué como equivocadas.
Sin embargo, tu solo deseabas manifestarme tu profundo disgusto por mi carta, acusándome de traicionar al obispo Ezzati y también al cardenal Silva, expresándome que don Raúl jamás habría aceptado que se le dijera a un obispo que se equivocaba, de la manera abierta y franca con la que yo manifestaba mi desacuerdo con él.
Don Raúl siempre fue franco y directo. A la dictadura militar nunca le aceptó sus imposiciones autoritarias y sus múltiples equivocaciones que tanto dolor generaron en los chilenos. Por ello fue que don Raúl se ganó el corazón del pueblo que no cesaba en gritarle, voz en cuello, “Raúl, amigo, el pueblo está contigo”. Pienso que al cardenal Ezzati nunca le dirán lo mismo.
No fuiste capaz, a pesar de mis explicaciones, de entender el profundo sentido cristiano de mi carta. Yo deseaba y deseo con ansias, una Iglesia y un pastor cercano a sus ovejas, que las escuche y las ame y que no actúe con autoritarismo queriendo imponer sus puntos de vista, causando confusión y dolor en el pueblo católico y en los sacerdotes.
No quiero eso para mí Iglesia ni para mi Arzobispo.
Te leí calmadamente mi carta dirigida a monseñor Ezzati en marzo de 2011, cuando le señalaba, en esa época, a inicios de su gestión como arzobispo de Santiago, lo que un católico observante y comprometido como lo soy, esperaba de él, en relación a los escándalos que comprometían a destacados miembros del clero y en especial al sacerdote salesiano Audín Araya, quien había sido director de nuestra Fundación, acusado de abusar sexualmente de niños del colegio salesiano de Concepción, niños que se iniciaban en su vocación religiosa salesiana y en momentos que monseñor Ezzati era arzobispo de Concepción y presidente de la Fundación que hoy tu presides y Audín Araya era rector de ese establecimiento.
Esa carta la terminaba expresando: “Le ruego que me excuse por transmitirle estas reflexiones, pero lo menos que deseo es que su imagen y el de la Iglesia se vean perjudicados por estos hechos”.
Audín Araya fue finalmente condenado a dos años de presidio.
De nada sirvieron mis explicaciones expuestas con sinceridad y con amor a nuestra Iglesia.Estabas ofuscado y muy molesto por la carta abierta al cardenal Ezzati, hasta tal punto que con rabia indisimulada me señalaste que yo había cometido una INFAMIA, o sea, que había actuado como una persona “muy mala y vil” según la definición de la Real Academia de la Lengua.
Terminaste la reunión señalándome que solicitarías al directorio de la Fundación que tú presides, un pronunciamiento para excluirme como director de ella. No te molestes en hacerlo, esta carta es mi renuncia. Ahora, todos mis esfuerzos para mantener viva en la memoria de los chilenos el hermoso testimonio de vida del cardenal Silva los volcaré en la Corporación “Cardenal del Pueblo”, la Corporación del Cardenal Raúl Silva Henríquez.
En todos los evangelios sinópticos, Jesús muchas veces utilizó el término de hipócritas y hombres de dos caras para referirse a los fariseos y maestros de la ley, pero nunca trató a sus enemigos con un vocablo tan fuerte y descalificador como el de infames.