21 feb 2015

La política y la santidad

De las tres formas de organización del Estado que distingue Aristóteles, a saber, monarquía, aristocracia y democracia, es esta última su preferida. La caracteriza por una sana titularidad del poder entre todos los miembros de la sociedad, en donde el ejercicio del mismo por los representantes responde directamente a la voluntad de los representados.

Aristóteles, no obstante, prevenía acerca de que todo sistema político es susceptible de corrupción en caso de que quienes lo ejerzan no busquen fines nobles. Para la democracia, expresó, la antítesis propia es la demagogia, y para que una democracia torne en demagogia únicamente se requieren dos requisitos: falta de virtud moral de los gobernantes y una consecuente vulneración a la confianza primigeniaque fue depositada en ellos por parte de los gobernados.

La crisis de la representación actual que aqueja no sólo a nuestro país, sino que al resto del orbe, tiene como fuente precisamente una profunda y soterrada crisis de confianza.

En un mundo globalizado, en el que las tecnologías de la información han hecho posible una híper-comunicación, las personas se han vuelto cada vez más conscientes de la desgracia ajena y ello, muy lejos de humanizarlas, las ha volcado hacia sí mismas, potenciando un individualismo fundado en el temor que ha despersonalizado las relaciones cotidianas. Ya nadie es de fiar y menos lo son nuestros políticos.

Pues claro, muchos de ellos dan razones para desconfiar. La elevada exposición pública inherente a su labor entrega un veredicto objetivo y transparente; quienes obran mal tienen en la sociedad una vitrina ávida por sindicar responsables. El problema es que, de un tiempo a esta parte, todo se ha teñido de escándalo.

Ciertamente, un cambio es imperativo y el Papa Francisco no se cansa de repetirlo: “es deber del cristiano involucrarse en la política”, “la política es una de las formas más altas de caridad”.

El católico que desee cambiar el mundo –como debiera– debe saber que la única forma de hacerlo es consiguiendo que Cristo reine en la sociedad y en cada una de las estructuras temporales; previo a lo cuál debe permitir que Él reine primero en su corazón.

Por lo anterior, un católico que decide servir en política debe tener como único objetivo el dar testimonio de Cristo a través de su liderazgo. Debe constituirse en instrumento para que el Espíritu Santo encamine el destino del pueblo y lo proteja, para que más personas se conviertan y para que se construya un país santo sobre el cimiento de innumerables vocaciones individuales a la santidad.

En efecto, tal como María Reina, que contribuyó a la salvación del mundo con su humilde Fiat, los políticos católicos tienen el deber de entregar el suyo a través de la política misma.

Esta es la única forma de transformarla: reconstruir, desde los cimientos de una demagogia funesta, las estructuras sociales de una democracia santa.  Estamos llamados a entender el gobierno de otra forma y a recuperar el amor trascendente para la política.

No hay mejor político que un político mártir, que es capaz de dar la vida por quienes sirve y que comprende que el camino escogido para ganarse el pan es tan útil como cualquier otro para recorrer una senda que lo lleve al cielo.Debemos verla como un camino de santidad y aceptar alegres el martirio como herramienta próspera desde el cuál encontrar justicia y convertir corazones.

Y para todo lo anterior, debemos estar a la altura del desafío. Urgen políticos de sólida conciencia y de intachable fibra moral, que den un combate recio por el prójimo doliente, respetando con una oposición sincera a quienes les intenten doblegar. Chile debe ser la cuna de estos jóvenes irreverentes y renovados, que se atrevan a poner en entredicho los anti-modelos que nos lega una cultura de la muerte encarnizada en la sociedad.

Los chilenos necesitan volver asoñar con ideales trascendentes y ver cómo sus dirigentes lideran por medio de su testimonio la vanguardia de esta revolución cristiana por mejores leyes y nuevas formas de gobernar.

La cosecha es abundante y los operarios pocos, envía Señor operarios a tus mies” (Mt, 37-38).

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  • http://patoace.wordpress.com Peregion

    Estando de acuerdo con esta columna, creo que evita la pregunta difícil en el tema de los cristianos y la política: ¿Cómo?

    Hoy no hay partidos que puedan acoger a un católico coherente, pues ninguno refleja una visión cristiana de la sociedad, a la vez en lo cultural (vida, familia) y en lo socio económico (rol social del Estado). Tampoco existe la masa crítica para fundar uno nuevo, como lo demuestran los terribles resultados electorales de los pocos candidatos que opinan positivamente en esos temas.

    Entonces, la pregunta es ¿Cómo puede un católico participar en política, más allá del voto?

    • Henry Christopher Boys Loeb

      En mi humilde opinión, basta con que desarrolle un liderazgo coherente de la mano de los “mínimos intransables” del Papa Emérito Bendedicto XVI:

      Benedicto XVI indicó esos valores no negociables en su exhortación apostólica post-sinodal Sacramentum Caritatis. El punto 83 reza así:

      Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana. Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.

      Saludos,
      HBL

  • Pedro Pagliai

    Es meritorio y comúnmente noble pretender cambiar el mundo. De hecho, este mundo ilusorio cambia, permanentemente. De ahí su dualidad fundamental.
    Quizás ahí podamos deducir la ineficiencia de cualquier intento por cambiar el mundo. No es necesario actuar sobre su propio cambio, que al parecer nos negamos sin darnos cuenta.

    ¿No será un velo retórico del artículo que cubre el deseo que el mundo sea como “yo” o “unos pocos” quieren que sea?

    Se afirma que como cristiano es recomendable estar implicado en la política.

    Luego,

    ¿Será la política un ámbito proclive al corazón?

    Ya diciendo que “como católico” no corresponde al ámbito del corazón, sino del intelecto, del ego, el que separa, hace distinciones. Yo soy distinto a un “laico”.

    Esa es una confusión ineludible que se pasa por alto.

    No es del corazón políticos mártires. Es del intelecto que cree que servir al corazón con acciones insensatas y sacrificios. Incluso, nuestro amado Jesús, trasciende el cuerpo, como demostración de su naturaleza ilusoria, a través del amor. Es necesario dejar en evidencia ese Jesús ocupado por la “realidad” donde Dios ES y todos SOMOS UNO, más que como chivo expiatorio y consejero de asuntos ilusorio-terrenales, cosas del ego.

    Es el ego que dice: “mírenme, doy la vida por la política” Eso no es el corazón. Eso es muestra de egoísmo típica del protestantismo. Por favor, no se afanen, sólo confíen. Esa es una lección del corazón, no del intelecto. Pero percibimos un mundo que no es tan así.

    Invocar el amor requiere aclaraciones.

    El amor del ego implica odio. Su eufemismo es “tolerancia”

    El amor no dual, es todo, no tiene opuestos. No es de este mundo.

    El corazón acepta, lo que Es, porque “sabe” que tras ese velo ilusorio, está la realidad. No hace un esfuerzo por cambiar nada, solo es receptivo. Ama.

    La política es del ego, del control, de la planificación, del debate, de la dualidad y su efecto en el mundo es notorio.

    Saludos!

  • Jose

    Ossandón es lo más cercano al Humanismo Social Cristiano, respeto por la vida, que lo tiene la UDI y RN .. al menos en sus fundamentos, y tiene el respeto y la preocupación por el bien material y la justicia social, que no los tienen UDI y RN. Al final, lo peor son los PRI y EVOPOLIS, que son lo contrario, tienen valores antifamilia y siguen agarrados al poder económico. Tienen lo peor de la derecha y de la izquierda.
    La política debiese ser bidimencional .. derecha e ezquierda no basta, pues la derecha tiene un egoísmo tan grande que no piensa que con un poco que comparta de manera justa, tendría a un 80% de Chile votando por ellos. La prueba está en que por Bachelet votó como un 25% de Chile… es una minoría trasnformada en mayoría relativa.
    Farmacias, pollos, Penta, pesqueras, y cuántos otros casos demuestran el por qué los ciudadanos no quieran a la derecha, no es porque les guste la izquierda, sino porque se sienten abusados.

  • Sergio Terán

    ¿Qué ha ocurrido en la historia cuando alguna religión ha gobernado? ¿Qué ocurre hoy con las teocracias en el mundo?
    ¿Por qué los estados se han hecho laicos?
    ¿Qué ha pasado con los que pensaban distinto en esos regímenes regidos por principios religiosos?
    Que las democracias laicas no sean buenas, ¿garantizan que las religiosas lo serán?