El mundo de hoy se ve aquejado por un fenómeno complejo. Por una parte, somos testigos de nuevas y desgarradoras formas de dolor como el asesinato del niño que está por nacer (también conocido como “aborto”), la discriminación en todas sus formas, el odio que prima en las relaciones humanas, la injusticia, la pobreza, entre tantos otros factores que hacen al hombre cada día un poco más miserable, privándole de su dignidad trascendental y convirtiendo a la persona en un ser omnipotente que lo es todo, menos humano.
Pero junto a aquella “Cultura de la Muerte”, concepto acuñado por el Santo Papa Juan Pablo II, debemos agregar la constatación de que en nuestra sociedad también se nos enseña a huir del dolor.
En tiempos en que predominan el individualismo y el consumismo –culto al dios hombre y culto al dios dinero, respectivamente–, no es de extrañar que todo aquello que atente contra uno de estos dos ídolos se considere pernicioso.
El dolor y los sacrificios, consecuentemente, son considerados enemigos de la humanidad, mientras que el ego se ensalza hasta niveles en donde resulta casi imposible subyugarlo al servicio de los demás.
Dijo alguna vez un líder ejemplar: No se puede ser mensajero vivo de Dios, sin ser también víctima. Grande y sobrecogedor misterio, que sólo se penetra con los ojos de la fe. Habiendo Cristo escogido la cruz como camino para redimir a la humanidad, ninguna obra redentora puede hacerse sin el dolor de la cruz.
Y mientras más alta es la tarea que Dios pide a algunos de sus hijos, mayor ha de ser su sufrimiento que, en palabras de San Pablo, contribuya a completar lo que le falta a la Pasión de Cristo.No se puede ser mensajero predilecto del cielo sin ser víctima expiatoria en esta tierra.
¿Cuál es la explicación para esto que, a primeras luces, pareciera contradictorio?
¿Cómo es que al Amor, sinónimo de la felicidad, sólo es posible encontrarle mediante el dolor, parámetro de la tristeza?
Esta resulta ser una de las interrogantes más profundas y a la vez más hermosas de la vida cristiana. Y la explicación al sentido del dolor podemos descubrirla, precisamente, en la comprensión del sentido del amor.
El Amor, en su significación íntegra, se aleja del amor “comercial” o “sensible” que nos entrega el mundo. En la concepción mundana, pareciera que el amor es únicamente la experiencia sensorial que tenemos de la realidad.
Por ejemplo,el calificar la profundidad y solidez de una relación amorosa por la calidad y cantidad de experiencia sexual asociada vendría a sugerir, entonces, que el amor es lo mismo que el sexo, una experiencia sensible, la cual olvida lo más importante: el amor es esencialmente una elección.
Los sentidos del hombre (gusto, tacto, olfato, etc.) por estar asociados a nuestra materia (carne y huesos) poseen un crucial defecto: se agotan.
Aunque quisiéramos, no podemos exigir a nuestro cuerpo más allá de lo que este puede entregar, razón por la cual, al estar nuestros sentidos íntimamente ligados a el (ya que dependen, para su ejercicio, de los órganos corporales asociados), tampoco nos es posible exigirles por sobre lo que la naturaleza permite.
Cosa muy distinta pasa con el Amor. Nadie en su sano juicio podría señalar que, por amar a su padre y a su madre, no puede amar íntegra, cabal y fidedignamente a su mujer.
Asimismo, en cuanto a su profundidad y extensión, no podemos afirmar que a alguien le amemos “por parte”; nuestro amor, en este sentido, no tiene límites y ello resulta de que, a diferencia de nuestros sentidos, no se encuentra ligado a un órgano corporal sino que a un órgano espiritual, como es nuestra alma.
Por eso también es que, más allá de nuestra vida física, terrena o material, la verdadera vida, exenta de toda limitación, es la vida trascendente, que no se acaba sino que comienza en plenitud con la muerte.
De esta forma, cuando el dolor es para y por un otro, no desgarra, sino que genera vida.El dolor y el sacrificio puestos al servicio de los demás enaltecen el alma humana y convierten al individuo en persona, delineando y robusteciendo las características de su dignidad.
Este es el verdadero sentido del dolor, cuando producto de una elección voluntaria y libre de toda coacción, el hombre se entrega a sí mismo con el fin de procurar a un otro aquello de que carece.
La elección del dolor es, sin duda, la más genuina elección de Amor y un mundo en donde reina el Amor es un mundo que da testimonio de la “Cultura de la Vida”; aquella que viene a desterrar el sufrimiento infértil que surge de la exaltación exacerbada del “yo”.