Ha proseguido el debate en el seno de la Nueva Mayoría relativo a la fisonomía y el perfilamiento de las diferentes fuerzas y su relación con el gobierno, del cual participan y son parte constitutiva. La carta de 26 adherentes del PDC generó otro momento en este intercambio de opiniones, lógico por lo demás en un bloque pluralista, y más entendible aún, si se trata de un régimen tan presidencialista como el de Chile.
Hay una queja en dicha carta, esta se refiere a que en el gobierno, que no es encabezado por una figura de la DC, el protagonismo de este Partido no sería tan firme o de tanto “perfil”, como desearían sus firmantes.
Hubo una etapa que fue al revés, los dos primeros periodos presidenciales luego de la dictadura.En tan decisivo ciclo, en su carácter muy distinto del actual pues se trataba de reponer y afirmar la democracia, las fuerzas de izquierda de la Concertación, sin perder su identidad, no regatearon o titubearon en su compromiso y apoyo a los Presidentes democráticos provenientes de la DC.
Había quienes en su interior también esperaban o pedían más “perfil”, másprotagonismo, se usaba la denominación PS-PPD para referirse a la izquierda participante del gobierno, ya entonces se podían notar ciertos afanes de lucimiento sólo personal. No obstante, la lealtad democrática hacia los Presidentes, en su origen DC, hizo prevalecer el objetivo común y se mantuvo dentro de criterios claramente constructivos, que siempre evitaron llevar agua al molino de la regresión pinochetista.
Como es natural, hubo situaciones difíciles. Recuerdo en particular, las diferencias que hubo por el impacto generado con el desacato de Manuel Contreras, gracias a la activa complicidad de Pinochet, al fallo de la Corte Suprema por el crimen de Orlando Letelier. En esa etapa, se cruzaron dos temas sumamente delicados, la estabilidad institucional y la necesidad de verdad y justicia en materia de Derechos Humanos y se logró que ambos prevalecieran.
Ahora bien, en tan complejas horas al tratar las diferencias, el entonces Presidente Frei y el PS, entendieron la lealtad al proyecto común como lo esencial. También ocurrió en el gobierno del Presidente Aylwin. Hubo divergencias pero no se rompió la unidad.
En ello, hay que decirlo, hubo una voluntad, un espíritu, que se volcó en una decisiónpolítica de sacar adelante la reinstalación de la democracia, desde esa perspectiva brotó la generosidad necesaria y la destreza política para superar los obstáculos mirando el país y no el interés limitado de cada fuerza o liderazgo por separado.
La DC logró que sus líderes entregaran la tarea realizada y, la izquierda desde la Concertación ganó en apoyo y respaldo social por su permanente responsabilidad política, que pasó a ser un factor clave de la gobernabilidad democrática. Este proceso fue público, conocido ampliamente por el país, y nada de lo que ocurrió fue oculto o bajo cuerda. Las divergencias se trataron con altura y sin descalificaciones. Quienes no concuerdan con ese periodo, insisten en que las políticas se resolvieron entre cuatro paredes, debieran revisar la prensa de entonces y saldrían del error.
El pinochetismo que apostaba a la inestabilidad y al miedo generado por un clima de desgobierno, que en sus cálculos sería creado desde la izquierda que mantendría una conducta anarquizante, empujada por demandas sin control, fue quedando en el vacío, cediendo terreno, hasta ser definitivamente derrotado. La fuerza democrática de la estabilidad institucional términó de sellar la derrota política del ex dictador y de su base de apoyo en la derecha.
De modo que la consolidación de la gobernabilidad bajo el liderazgo civil, echó por tierra la pretensión dictatorial de imponer el esquema institucional de la democracia protegida, bajo tutela militar. En tales circunstancias, no artificiosa ni arbitrariamente, fue que se comenzó a hablar del eje DC-PS, por su capacidad de responder a los retos centrales y a largo plazo, tanto de lo que fuera la Concertación, como de la estabilidad democrática del país.
El nuevo contexto, obligó a adaptarse a los actores políticos de la derecha, su largo matrimonio con la dictadura tuvo que ser concluido, para sobrevivir sus Partidos requerían votos y debían competir en elecciones populares, libres y competitivas, así se dieron a la tarea de “aggionarse”. A disgusto, la derecha hubo de abandonar sus sombríos vaticinios de que la democracia traía la anarquía.
La realidad fue tan indesmentible que la UDI y RN, debieron reconocer o resignarse a ello, que la estabilidad institucional del país estuviese asegurada por el entendimiento estratégico entre el centro y la izquierda, aquel mismo que habían descalificado como antesala del caos y el desorden. Hay algunos de ellos que ahora, después de tantas descalificaciones, con buena o mala intención, señalan que “echan de menos” a la Concertación.
Sólo cenáculos ideologizados, el lumpen al que sólo lo mueve el saqueo callejero, o el subjetivismo refundacional, desconocen lo esencial que fue para Chile transitar por esa etapa, de evitar un choque violento y estéril cuando más le convenía al dictador, de asentamiento paulatino de la realidad democrática y de progresivo desarme de la ultraderecha y de los grupos militaristas que se agrupaban bajo el paraguas del legado de la dictadura.
Ahora bien, la renaciente democracia entregó al país un avance estable, no espectacular pero consistente, para muchos inesperado, que trajo nuevas exigencias y, al mismo tiempo, en un país más maduro, puso en el centro de la atención ciudadana el tema de la desigualdad. Como sucede a escala global el progreso en la sociedad chilena fue enormemente desigual. Ello modificó la actitud hacia las fuerzas políticas, fenómeno acentúado por la condena a las malas prácticas y los hechos de corrupción o faltas a la probidad.
A lo largo de esta etapa, con su coherencia y responsabilidad política, la izquierda chilena que formó parte de la Concertación, se ganó un lugar de respetabilidad y legitimidad democrática, que le permitieron que sus liderazgos llegasen a encabezar la alianza de gobierno y el país, y luego, liderar la Nueva Mayoría y el actual periodo presidencial. Los hechos no ocurrieron de manera casual o fruto del azar, hubo una estrategia política de largo aliento que nutrió a la izquierda en el gobierno, como centro de una confluencia mayoritaria de fuerzas que le dio a Chile un nuevo horizonte.
Se trata de liderazgos surgidos de la diversidad y del carácter esencial que tiene cada fuerza por separado para llegar a ser mayoría nacional en conjunto. Nadie sobra y cada uno tiene un rol fundamental. Si alguno falta la tarea no se puede cumplir. Esa es la singularidad y “dialéctica” de este entendimiento que tan clave y primordial ha sido para Chile.
El perfil se gana, se construye, no se inventa arbitrariamente, surge y se modela de las luchas democráticas, de la comprensión de la realidad y de las respuestas programáticas a los nuevos desafíos.
El rol de cada fuerza no sale de un decreto, es una labor ardua de creación política y, esencialmente, de responsabilidad con el país. Si no se cuenta con ese patrimonio no hay reclamo, por airado que sea, que pueda resolver las grandes exigencias a las que hoy se enfrentan las fuerzas políticas.