A casi dos años del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, que se propuso reformas como son la tributaria, educación, laboral, sistema binominal y constitucional, se ha visto con más dificultades de las que se pudieron visualizar a principios de su mandato.
En un análisis de las razones de esta situación no se puede perder de vista que, en los períodos de la Concertación, los gobiernos de esa tendencia en general se dedicaron a administrar y profundizar el sistema económico imperante. Por tanto, no se puede criticar a la derecha por defender este sistema que le es propio.
A nadie se le pasa por la mente en el Chile actual una revolución, no está en duda la legitimidad del emprendimiento privado.
Respecto a las nuevas generaciones, hay que tener presente que ellos conocen del proceso político del siglo pasado, el que se interrumpe con la dictadura, por el relato de sus mayores. Es la juventud sin miedo, lo de sus padres y abuelos es historia.
En ella coexisten, los que participan dentro del actual esquema de la política, los que piensan que los partidos políticos tradicionales no dan el ancho, los que no ven con urgencia cambiar el fondo de las cosas, sino más bien la búsqueda de una rápida movilidad social y es posible que la mayoría sea indiferente a los sucesos.Sólo basta decir que en las elecciones universitarias no vota más del 40 % del alumnado.
Los trabajadores recién están despertando de un letargo que, en gran medida, responde a lo observado con la juventud, con la diferencia que aquí aparecen los temores de los empresarios frente a un futuro que ven incierto, porque suponen que el crecimiento de la organización de los trabajadores pondría en peligro sus empresas.
La debilidad, que por más de 40 años acusa el movimiento sindical, se dio al mismo tiempo debido a que los empresarios desconocían el trato con trabajadores organizados, en particular con las medianas y pequeñas empresas. No está todavía en su imaginario que empresarios y trabajadores puedan planificar conjuntamente la marcha de la empresa y trabajar por el aumento de la productividad como factor de crecimiento, desarrollo y de bienestar.
Los pobladores, que en su mayoría están alienados por la televisión, estos temas casi no los toman en cuenta.A ello, se suma la crisis de credibilidad que atraviesa la sociedad chilena, producto del deterioro de las relaciones humanas en el país.
El cumplimiento de un programa de Gobierno como el que presentó la Presidenta Michelle Bachelet, que busca cambios políticos, económicos y sociales, inevitablemente iba a encontrar resistencia en diferentes sectores,más allá de la natural de los partidos de la oposición. Pretender disminuir las desigualdades, es sinónimo de empezar a reconocer derechos como son la educación, la salud y el trabajo. Cuando los padres dicen que no quieren educación gratis, porque es mala y que pagarla les asegura una mejor, están rechazando el derecho con que debieran nacer sus hijos, que no es otra cosa que la obligación del Estado de entregarles una, no sólo gratis, sino también de calidad.
Es decir, vivimos en una sociedad que desconoce los derechos humanos básicos, impregnada de un individualismo exacerbado, sello de la dictadura,que se expresa- entre otros factores- en un consumismo,que ha llevado a las familias a acumular fatigantes deudas impidiendo reflexionar más allá del día a día.
Un gobierno, que quiere recuperar parte de esos derechos en su batalla contra la desigualdad, necesita que sus funcionarios de confianza y los integrantes de los partidos que lo apoyen entiendan a cabalidad este objetivo. Algo que, al parecer, no está meridianamente claro, por lo tanto, no es extraño que dentro de la Nueva Mayoría se levanten voces opositoras a su propio gobierno.
Hay una carencia de cuadros políticos, responsabilidad que tienen los partidos de la Concertación, que no los formaron, ya que como sólo administraban y mejoraban lo que había, no los necesitaban.Les bastaba con técnicos de excelencia para gobernar, pero cuando se trata de un gobierno que busca cambiar este estado de cosas, en su camino por disminuir la desigualdad, ello conlleva cambios políticos. Y, el no tener cuadros políticos o contar con un número menor, se convierte en una pesada carga para el logro de sus objetivos.
La presidenta Bachelet, cuando postuló a su segundo mandato fue políticamente audaz, pudo haber pensado que las movilizaciones eran expresiones de mayorías conscientes de los cambios que reclamaban. El pueblo, o la gente como se dice ahora, tiende a idealizar y simplificar sus aspiraciones, y no ve la complejidad de los procesos sociales, en medio de los cuales se cometen errores y no pocas veces hay que rectificar lo andado.
En la medida que se superen las dificultades, la población, que empieza a ser educada cívicamente, tendrá que ir comprendiendo lo que significa este gobierno, que no es revolucionario, pero que está comprometido a iniciar la reconstrucción humana de Chile.
Podemos visualizar en el tiempo un país distinto, con la misma gente, pero distinto.