12 abr 2015

Lo que Caval no nos debe arrancar: terminar con la desigualdad

El gobierno de la Presidenta Bachelet asumió, en medio de las esperanzas de que se empezarían a reducir las brechas de desigualdad existentes, las que se habían generado producto de la forma en que habíamos ido construyendo el país y de la cual no éramos ajenos: la inacción y el dejar hacer.

Nos cobró la cuenta el no jugarnos frente al poder y los poderosos y no darnos cuenta de que el crecimiento económico se producía, dejando fuera principios éticos y valores. El éxito, en base a la acumulación de la riqueza, era el factor que anulaba cualquier crítica e- incluso- algunos “estudios”  nos decían que este era un país feliz.

La farándula televisiva, radial y escrita nos adormeció; sus escándalos eran los temas de los trabajadores, de las dueñas de casa y de los jóvenes. La especulación comercial y financiera se celebraban, la población se endeudaba, el ingreso per cápita se disparaba, el carnaval se eternizaba y si en medio aparecía una crisis, la calle disfrazaba la cesantía, la cual empezó a cobrar importancia y pasó a jugar un rol no menor.

El régimen social y económico, heredado de la dictadura, fue aceptado y profundizado por la democracia. La frase de Pinochet “hay que cuidar a los ricos” se transformó en oración de culto y, en medio de la fiesta, los grandes empresarios empezaron a amar a los presidentes… y ojo que nunca sus amores han sido desinteresados. Allí no tiene lugar el amor cristiano.

De pronto, los estudiantes –y no era la primera vez en nuestra historia- sin aviso previo levantaron sus voces contra tanta falsa perfección y empezaron a demostrar que “el rey iba desnudo”; la población se sacudió de su adormecimiento y empezó a pensar, incómodo ejercicio, que las cosas no estaban tan bien y que existía  desigualdad. La gente se empezó a sentir abusada y se percató de que estábamos viviendo en una burbuja, con una mala educación, una precaria salud, con más trabajos precarios que decentes. Una sociedad en la que la drogadicción iba de la mano con el aumento de la delincuencia. Un cambio verdadero era necesario.

La Presidenta Michelle Bachelet representó la posibilidad de revertir esta situación y la mayoría ciudadana apoyó su programa de gobierno. Ello, a pesar de que la mayoría de la población era y es desconfiada de la política. Aunque, seamos sinceros, el principal objetivo del sistema que nos gobierna es justamente ése, que no exista cultura política, que las masas ciudadanas estén ausentes del debate y que dejen sus destinos en manos de los iluminados, los mismos de siempre, ya que supuestamente sólo ellos saben lo que es bueno para el país.

Los desafortunados hechos  recientes, en especial el que más nos duele, el caso Caval, y que afecta la figura de la Presidenta, nos ha hecho pensar cuán peligroso es que la familia no comparta valores comunes y que, cuando alguno de ellos falla, el resto tenga que pagar un alto precio. Pero, lo más peligroso, es que esta situación está sirviendo para que los partidarios de mantener este tipo de sociedad, con todas las injusticias mencionadas, estén poniendo como condición, para la estabilidad política del país, el que se renuncie a las reformas, indispensables para el verdadero crecimiento de Chile.

La Presidenta superará este mal momento, su calidad humana y experiencia política nos conducirá a buen puerto haciendo caso omiso a los cantos de sirena de volver a reinsertar en el poder, precisamente, a los que nos condujeron a este deterioro nacional. Sus jóvenes colaboradores hanaprendido una dura lección y la recuperación de las confianzas sólo podrán lograrla insertándose en el pueblo, siendo parte de el, ya que al final de cuentas el verdadero poder reside en su soberanía.

Las instituciones deben funcionar, es la base de la democracia, y frente a cualquier situación es necesario tener presente que el compromiso con el presente y el futuro descansa en el cumplimiento del programa de gobierno, que algunos quisieran olvidar.

La Presidenta está frente a una coyuntura histórica, que la deja con el desafío de salir de esta circunstancia colocando su sello personal o ser una gobernante más.  Y no fue eso lo que el pueblo expresó,cuando la eligió como la conductora del país.

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  • Pame.

    Buena reflexión, solo que se escapa un síntoma no menor de este fenómeno manifiesto del descontento social, el hecho de que un 58,21% se abstuvo de votar en la última elección presidencial. Es decir, la legitimidad de esa “mayoría” ciudadana que “apoyó” el programa del Gobierno es bastante cuestionable.