Voté conscientemente y decididamente por Michelle Bachelet. Al igual que más del 99% de los chilenos no leí completamente el programa de gobierno propuesto a los chilenos por la Nueva Mayoría. Sin embargo estaba y estoy de acuerdo con sus lineamientos en muchos de los puntos planteados, pero no en todos.
Chile necesita de una mejor distribución del ingreso y la riqueza, tiene la obligación moral y ética que los frutos que hemos alcanzado en nuestro desarrollo económico sean mejor compartidos. ¿Quién podría levantar su voz para defender los evidentes privilegios que han exacerbado la inequidad?
Necesitamos de una mejor educación, la que tiene que nacer principalmente de la base misma de la familia y los profesores, educadores insustituibles de nuestros niños y de su futuro. Nadie que ostente algún cargo de poder no recibió en algún momento el apoyo cariñoso y generoso de sus padres y el de muchos profesores que contribuyeron eficazmente en sus conocimientos y valores. Profesores abnegados que más les importaba su amor a la educación que el justo pago que les correspondía por los servicios prestados.
¿Quién puede negarse a una reforma educativa destinada a generar igualdad de oportunidades y una calidad mejor?
Y así, podríamos revisar todo el programa de gobierno y hacernos en cada postulado preguntas las cuales casi todas ellas tendrían, al menos por mi parte plena aceptación.
Obviamente que mi voto consciente y sin dudarlo ningún instante le pertenecía a Michelle Bachelet. Además, estaba el aval de su presidencia anterior que contó con el apoyo mayoritario de los chilenos, los que nos sentimos orgullosos de nuestra primera mujer presidenta.
Hoy Chile está decepcionado por la forma en que el gobierno ha querido implementar las reformas planteadas a la ciudadanía, principalmente por la soberbia de algunos que han interpretado que el voto popular obtenido en las urnas constituye un cheque en blanco que les da derecho a llevar a cabo los cambios como lo estiman conveniente, atribuyéndose poderes que nunca se les ha entregado, aduciendo que el programa fue votado por la ciudadanía lo que les permite efectuar los cambios a su libre arbitrio, a sabiendas que más del 99% no lo leyó.No es este el Chile que todos queremos.
El Chile de posiciones ideológicas irreconciliables destruyó la democracia y permitió el acceso al poder de una dictadura implacable. No se puede volver al pasado, tenemos la obligación de construir unidos, mediante la democracia de los acuerdos nuestro futuro común, el cual por naturaleza es incierto, pero la democracia nos permite la posibilidad de enfrentar nuevos cambios una y otra vez.
Me han llamado la atención las palabras del ministro vocero de Gobierno, Marcelo Díaz, quien expresó a la salida del último comité político que “tenemos que hacer un esfuerzo de hacer mayor pedagogía social y política para explicar los alcances de lo que estamos haciendo. Tenemos que ser capaces de explicar”.
Si lo que se está haciendo no está bien hecho, el esfuerzo del ministro y del comité político será estéril. El problema radica precisamente en que no se están haciendo bien las tareas de gobierno y mientras la ciudadanía no perciba una conducción ordenada, coordinada, eficiente, sabia y prudente que interprete a las grandes mayorías, las explicaciones, aunque estén sustentadas en una pedagogía social y política, no servirán de nada .
No es tan necesario que la población conozca a cabalidad el alcance detallado de las tareas que se llevan a cabo para cumplir el programa del gobierno. Las tareas hay que hacerlas bien y si se hacen bien no son necesarias tantas explicaciones. El ministro Eyzaguirre ya lo explicó.