16 ago 2015

Que nadie se caiga ni se hunda

A propósito del debate en el bloque de la Nueva Mayoría, en torno a la gradualidad de las reformas en curso, y cuanto de ello depende para que alguna de las fuerzas políticas siga o no siga formando parte del gobierno, se usó la metáfora de un bote o barco para indicar que aquel que se va se hunde.

Es mi convicción que nadie se tendría que ir ni debiera caer. La Nueva Mayoría hoy cumple una tarea esencial y, en una perspectiva más amplia, su permanencia es decisiva para la gobernabilidad democrática. De las mismas dificultades que se viven surge esa conclusión: no hay ninguna posibilidad de resolver la crisis del sistema político acentuando la dispersión y los roces internos que devienen en una imagen política de incapacidad y deterioro del bloque de gobierno.

Hay que reconocer de una buena vez la crisis y el descrédito que afecta al sistema político, lo que nos lleva a una sola gran conclusión: que romper o fracturar el bloque de gobierno, no hará más que acentuar los conflictos, profundizándose la distancia y el juicio crítico de las personas hacia los actores políticos.

No se trata de impedir las reformas ni tampoco de hacerlas todas de una sola vez. No es el todo o nada la disyuntiva. Se trata de encontrar el ritmo propicio, que permita alcanzar las mayorías requeridas y jerarquizar lo urgente e impostergable de aquello que no lo es. En tal sentido, el campo de convergencias es amplísimo y una coherente responsabilidad política debe apoyarse en ellas para superarlas constructivamente.

Los daños de todo quiebre, son en sí mismos inevitables, pero en este caso se potenciarían por los debates posteriores que se teñirán de recriminaciones, ya que no podrían eludir poner en tela de juicio la responsabilidad ejercida por cada cual en el curso de la experiencia de gobierno. Las descalificaciones quedarían fuera de control, con ello no se haría más que ahondar la desaprobación que reflejan diversas encuestas de opinión.

Además, las divergencias que se han conocido son tratables. El realismo no es claudicar. De lo que se trata es que el proceso reformador es una perspectiva de largo aliento, en que la simultaneidad de las reformas es inviable, no porque se renuncie a ellas, sino a que se deben sostener tanto política como materialmente, de lo contrario se desploman, no hay cambio que pueda soportar la prueba del tiempo si no cuenta con la fortaleza suficiente y la mayoría necesaria. Esa es la clave de la situación. De modo que no cabe exacerbar las diferencias.

El camino para retomar la confianza ciudadana  exige firmeza frente a las malas prácticas. Este aspecto debió ser abordado con más energía por los partidos de la Nueva Mayoría; no puede imperar la sensación de que no pasara nada ante conductas totalmente inaceptables. Con mayor razón cuando se acercan nuevas elecciones. Frente a ellas, el criterio no puede ser otro que excluir de las candidaturas a quienes incurrieron en los ilícitos que han destrozado la legitimidad del sistema de partidos políticos. El que metió la pata o las manos se queda sin cupo.

No debe olvidarse que el origen de la crisis de representación política arranca de las prácticas ilegales e irregulares de financiamiento de las campañas electorales y no de la voluntad nacional de respaldar cambios que enfrentarán la desigualdad imperante en el país.

Hoy el diálogo político es la clave; no existe una opinión que sola sea tan perfecta que pueda constituirse en depositaria exclusiva de la verdad. Cada opinión es valiosa, pero no hay que antagonizar esos puntos de vista. Dividirse es condenarse a ser minoría por tiempo indefinido.

Incluso más, la mejor manera de que las reformas sean revertidas por aquellas fuerzas conservadoras o contestatarias que las han obstaculizado es, precisamente, sumiendo el bloque de gobierno en conflictos hasta hacer inviable la comunidad de propósitos en una alternativa común.

Alcanzar el cambio, siendo minoría, puede ser posible sólo a través de un gran esfuerzo de persuasión social que revierta la situación y construya las mayorías necesarias; obviamente, esa tarea no podrá ser exitosa si esta oscurecida por las disputas de los mismos que forman la base de apoyo de las reformas, que se ven sumidos en pugnas que para la ciudadanía están definitivamente fuera de lugar,

De modo que revalorar la unidad es fundamental. Ante la crisis de confianza crece el populismo en todo el escenario nacional. Las próximas elecciones estarán marcadas por ese fenómeno; si llegara a imponerse, la demagogia correría a raudales y el país sería empujado a una crisis de expectativas cuyas consecuencias son definitivamente inimaginables.

Por eso, ante un fuerte oleaje, es mejor abrazarse y colaborar el uno con el otro, para que no haya gente que caiga al agua y se hunda sin remedio. Nadie sobra, el conjunto de los protagonistas es necesario. Cada uno aporta una singularidad irrepetible. Nada de malo tiene “agarrarse” de las manos para resistir y llevar adelante el desafío que está en desarrollo. Es un gesto realista en que ninguno renuncia a nada.

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  • Patricio Valenzuela Ormeno

    El que salta del barco, se hunde… pero si es el barco entero el que se hunde, los que saltan están buscando la opción de salvarse ellos antes que ayudar a salvar el barco.

    El apoyo al gobierno y a la gobernante están debajo del 50%, así que el barco está navegando bajo la línea de flotación, y más encima en un mar crispado.