La coyuntura de las dos últimas semanas ha estado dominada por el punto de inflexión al cual llegó el “programa de la igualdad” y las “reformas estructurales”. Luego de un año complejo, de un mes de enero esperanzador, de la aparición del caso CAVAL y de una cirugía mayor del equipo político del gobierno, se ha llegado al momento actual en el que el gobierno da un giro en la forma en que se han estado impulsando las reformas. Mientras, por un lado, se han encendido las alarmas en algunos sectores de la Nueva Mayoría, por otro, hay cierta satisfacción en sectores más conservadores y más emparentados con la antigua Concertación.
A la fecha, se habla de formas y no de contendidos. “Hay un compromiso” se ha dicho y ellos, están para “cumplirse”. En consecuencia, no se trata de una regresión “neoliberal” o de una ofensiva contra-reformista; al contrario, manifiestan la intención de seguir con las “necesarias y urgentes” reformas por la igualdad por medio de la tesis política de que las reformas –debido, al delicado contexto económico y político- deben aprobarse con prudencia, gradualidad y responsabilidad fiscal: todo, no se puede hacer en un período de cuatro años.
De hecho, se habla frecuentemente de que hay reformas y “cosas” que van a quedar para otro período. Es más, el tiempo y los espacios políticos no dan para que en este gobierno se apruebe la Nueva Constitución, una de las reformas estructurales “prometidas”. A lo más, se pondrá en marcha el proceso constituyente que avanzará de manera muy lenta debido a los dos años electorales que se vienen.
La situación de conflictividad a la que se ha llegado en el campo de la política no sólo se debe a un programa ambicioso de “reformas estructurales” que atacan aspectos neurálgicos del neoliberalismo criollo, sino también a una deficiente conducción política del gobierno que era el actor llamado a dirigir ese proceso de transformación.
Los cambios son de tal magnitud que han generado oposición y distancia desde todos los sectores. Aquí, sin duda, radica el hecho esencial que explica el momento político que se estructura por un lado, en torno a la disputa por los contenidos y formas de las reformas, y por otro, en torno a los ritmos de las mismas: más reformas, menos reformas, estabilización de las reformas, más rápido, más lento.
Digo esto, porque el principal error político del bacheletismo, de la de Nueva Mayoría, de los electores y de la Opinión Pública es haber pensado y creído que el poder estaba en las instituciones de la democracia, principalmente, en el ejecutivo y en el parlamento.El giro táctico, en consecuencia, es resultado de que se ha constatado que el poder no está donde pensaron que estaba.
En efecto, pensaron de manera ingenua y carente de una compresión política, sociológica y filosófica del poder, que era suficiente con un apoyo electoral masivo y “arrollador” de Bachelet y con un parlamento que asegurara quórum para el programa de la inclusión. Los números son elocuentes y los objetivos electorales se lograron. Tenemos un mandato claro y contundente decía el vocero de manera insistente. Por cierto, tenía razón.
Lo que no entendieron es que era necesario, pero insuficiente; menos aún, cuando se trata de “reformas estructurales”: fin al lucro, a la selección y al copago; reforma tributaria, fin binominal, votos chilenos en el extranjero, reforma laboral, nueva constitución, AFP estatal, ambicioso programa de hospitales, Unión Civil, aborto terapéutico, gratuidad educación superior, matrimonio igualitario, etc.
A lo que hay que agregar por efecto de la profundización de la crisis de credibilidad: nuevo sistema de financiamiento de la política, ley de partidos políticos y agenda de probidad. No hay duda, un programa ambicioso que cuesta plata y que pone en tensión un conjunto de intereses.
No entendieron, que la soberanía, como tradición de pensamiento político, no está en las instituciones ni en el pueblo.
No comprendieron, que la soberanía sólo esconde un hecho macizo y contunden: la dominación.
No entendieron, que la soberanía y la voluntad general es sólo una entelequia que esconde a los verdaderos portadores del poder.
No entendieron, que la política esta vaciada de poder frente a la empresa y sus aparato ideológico, la publicidad. No comprendieron, que los políticos no tienen poder real, concreto ni transformador.
Pensaron y creyeron, al contrario, que sólo con votos y quórum legislativos y con el capital político de Bachelet era suficiente para llevar adelante cambios de tal magnitud.
Una de las razones de la debilidad y el desprestigio de la política y sus instituciones, partidos y parlamento es, justamente, su incapacidad para ser el espacio de la construcción colectiva de la sociedad. La mercantilización de la vida social instalada por el neoliberalismo ha debilitado la política y el Estado. Cuando los políticos recuperen su capacidad para convertirse en constructores de nuevos mundos, van a recuperar su credibilidad y prestigio.
Cuando recuperen la capacidad para liderar y conducir proyectos de sociedad-país van a rescatar su esencia y su fortaleza política.
Mientras tanto, será la empresa, el capital y la publicidad los que van a seguir definiendo los destinos del mundo, de las sociedades y de las personas. Mientras tanto, serán los medios y los centros ideológicos de producción de saber y verdad los que van a seguir generado efectos de poder y dominación de unos por sobre otros.
En el Chile de hoy, el poder y la capacidad de creación se encuentra en la empresa, en los medios, en los think tank, en los movimientos sociales, en los grupos de presión, en las armas, en la ideología y en la cultura. Es evidente, que los políticos profesionales, sus partidos y sus electores son débiles y muy débiles frente a los otros poderes del campo de la política. No hay, por tanto, soberanía general, sino una intricada red de relaciones de poder en la que cada actor y sujeto busca instalar sus particulares visiones de mundo o de país. El poder, por tanto, no está en las instituciones de la democracia actual, sino en los actores y en los sujetos de la política real y no de la política que trata de encauzar por instituciones sus intereses y pasiones.
Son estos, sin duda, los intereses y las pasiones que han conducido al punto de inflexión de las reformas. Es el poder real y no institucional el que han debilitado el proyecto de la inclusión. Es el poder real y no institucional el que ha debilitado las reformas y erosionado el capital político de la presidenta.
En este contexto y con esta voluntad política no sólo se busca recuperar los bajos y malos niveles de aprobación, confianza y credibilidad de la presidenta, del gobierno y de las reformas, sino también generar condiciones políticas favorables para la intensa competencia electoral que se viene. La Nueva Mayoría y su gobierno buscan y apuestan por la continuidad olvidándose del poder real y siendo seducidos por la apariencia del poder y por el botín del Estado.
Luego de un año y medio de gestión y conducción política ha aterrizado de una pesadilla que ellos mismos incubaron por no entender que el poder no está donde pensaron que estaba.