Mónica Madariaga ya descansa en paz, ello después de un tránsito por esta tierra lleno de episodios fuertes, donde puso toda su inteligencia y lado oscuro al servicio de un poder aún más oscuro: la dictadura militar encabezada por Pinochet.
Ella en algún momento abjuró del poder al que con eficiencia sirvió; llegó a decir, para justificar su silencio ante las violaciones a los derechos humanos, que ella vivía “en una burbuja”.
¿Comprensible en un tiempo en que sólo existía la versión oficial? No. Simplemente no. Las denuncias existían, las demandas por justicia también. Ella, como el resto de los funcionarios de Pinochet que diseñaron este Chile injusto en el que vivimos (y que la Concertación perfeccionó con eficiencia) sabían, pero era más fuerte el proyecto político neoliberal y avanzar-ellos sí-, sin tranzar.
Por lo tanto esa burbuja de la que habló Madariaga, resultó más bien la excusa para salvar su responsabilidad. Pero la burbuja, nombre de una película protagonizada por Steve McQueen transformada en “de culto”, sigue instalada en el inconsciente de los políticos nacionales. Sólo así puede entenderse el accionar de estos últimos, especialmente los parlamentarios, quienes en las últimas semanas se propusieron poner varias guindas a una torta añeja y recargada de abalorios.
Por ejemplo, la propuesta parlamentaria en torno a crear la figura de reversa de hipoteca a los jubilados, para aumentar las magras pensiones que dan las AFP después de una vida de trabajo entregando su ahorro forzado a los multimillonarios; la “chispeza” parlamentaria que les permitió recibir un doble viático –nacional e internacional- en sus frecuentes viajes; el arriendo a sus propios familiares de inmuebles –con sobreprecio- para oficinas parlamentarias (casos Bianchi y Errázuriz, además de los que todavía no conocemos); pasar boletas de gastos personales como consecuencia de su trabajo político; enviar miles de miles de cartas de campaña interna, pagadas por el congreso; comenzar legislando en comisiones, luego en sala, para que luego se definan las leyes en alguna cocina extraña, aunque de sello gourmet; recibir pago de mineras siendo presidente de comisión ad hoc, sin que se vea en ello algún conflicto de interés; recibir durante años una mesada millonaria, sumada a la ya millonaria dieta.
En fin… tantos ejemplos, miles de ejemplos que quizás no serían tan bullados si al menos las leyes salieran sin pifias, sin necesidad de circulares aclaratorias, modificaciones y otros y, si además, están beneficiaran a la mayoría, a los millones de chilenos que sobreviven con un promedio de $ 400.000 mensuales.
Pero no. Las normas tienden a proteger a los grandes, a los conglomerados económicos y si no es así, éstos amenazan con la caída de la inversión, con los despidos.
En fin, un Chile real, desnudo, que enfrenta el frío, la contaminación, el calor, el traslado en un sistema público de movilización que es humillante, el endeudamiento para comer, así, a la intemperie, mientras los honorables y la élite viven en la burbuja, esa maldita burbuja que cuando estalla deja la tendalada. Y por esa esa tendalada pagan los justos y los inocentes. Los responsables: una palmada y muy bien, gracias.