Hemos escuchado en estos días la reflexión de que la Nueva Mayoría “ha dejado de ser mayoría”. Esto puede tener dos lecturas básicas y eso requiere que especifiquemos de qué estamos hablando.
Por una parte, puede entenderse que se ha dejado de representar al sector más amplio de la población, en beneficio de otro actor político. Por otra parte, puede significar que se ha dejado de representar a muchos en un ambiente de particular desconfianza respecto del conjunto de actores políticos.
La diferencia entre ambas lecturas es apreciable. Si la constatación a la que se hace referencia implica a un sector, y nada más que a un sector, entonces nos encontramos ante una experiencia política agotada y, por lo tanto, enfrentados a la necesidad de pasar pronto a otra cosa. Sin embargo, no es esta una buena descripción del escenario en el que nos ubicamos hoy.
Si nos encontramos ante una fuente desconfianza de la ciudadana generalizada, entonces la situación es totalmente distinta. En este caso, se trataría de conseguir la más pronta recuperación de un sector político, que ya ha probado que puede llegar a representar al sector más amplio de la población. Nadie tiene una ventaja preconcebida respecto de los demás, y ningún otro lo ha sabido ganar después de presentada la crisis. Por lo cual lo que importa más al optar es la decisión previa de lo que cada cual considera el tipo de alianza preferible para Chile.
Lo que no se puede hacer es confundir un diagnóstico con lo que es una opción política de fondo. Si se va a hacer un análisis del escenario político completo, se ha de incluir en el a todos los actores, y sus posibilidades comparativas de recuperación.
Lo cierto es que la crisis de las instituciones de la democracia es más preocupante porque, hasta el momento, es un juego de suma cero. No estamos ante la típica situación en que el conglomerado de gobierno se debilita y la oposición es vista como una alternativa más creíble.
Muy por el contrario, la derecha no parece moverse con nada. Al gobierno le puede ir mal, muy mal o pésimo. Pero la oposición tiene el biorritmo de una momia. No se altera ni ante grandes acontecimientos ni ante pequeños incidentes. Esto puede querer decir que las dificultades que afronta la derecha son todavía mayores a las del oficialismo. De otro modo actuaría como un receptáculo de apoyo, antes que como una muralla en la que rebotan las solicitudes ciudadanas.
Lo que sí se puede hipotetizar es que la centroizquierda tiene una dificultad mayor al momento de preparar su recuperación como sector: ocurre que su electorado puede tolerar menos y recordar más las fallas a la probidad y a la transparencia. No parece que ocurra otro tanto en la derecha; regularmente se la asocia más al realismo político y a una mayor permisividad en la relación entre negocios y política.
Por lo mismo, bien puede suceder que la próxima elección presidencial se resuelva, no porque simplemente sean menos los que decidan ir a votar. Lo determinante puede ser que, dentro de los que vayan a votar sean todos los que se identifican con la derecha pero que (desilusionado o no), igual se presenten en las urnas, mientras quienes potencialmente pudieran virar por la centroizquierda decidan (en parte decisiva) no ir a votar.
Si se desea que esto no ocurra el tiempo debe jugar a favor de la centroizquierda. Así que lo que importa es iniciar el camino de recuperación en breve. Como siempre, lo que importa es la tendencia, más que los resultados iniciales. Es poco probable que la elección municipal encuentre a la Nueva Mayoría completamente recuperada. Pero ya sabremos para entonces su va o no por el buen camino.
De allí que cabe preguntarse si un partido en particular puede iniciar el camino de la recuperación en solitario, simplemente marcando su identidad y diferenciándose del resto, a pesar de que su conglomerado pierda cohesión y deje de presentar un frente común.
Diferenciarse en la disgregación del conjunto no parecer ser la estrategia más adecuada a seguir. Lo que derrota a la derecha es la centroizquierda unida, y no un subconjunto de ella. Si no se busca esa unidad, se está fallando en el punto donde se hace la diferencia, y justo en la medida electoral donde se define el triunfo o la derrota.
Distinto es que, dentro de la Nueva Mayoría, diversa y pluralista, un actor aumente su influencia y tenga un papel protagónico al momento de definir prioridades programáticas y estilos de gestión.
Lo que no se puede olvidar es que, en la centroizquierda, el todo es superior a las partes. Su influencia electoral se proyecta decisivamente hacia los independientes de partido, pero que adhieren a un conglomerado porque, al menos, se ha mostrado la voluntad política de mantenerlo vigente.
Se dice que hasta ahora se han cometido muchos errores y que ellos no dejan de tener consecuencias, las que hay que pagar. Pero eso de poco importa cuando lo que se empieza a definir es el liderazgo de los próximos años. Se puede actuar mejor o peor, pero lo decisivo es saber si se quiere seguir teniendo un proyecto en común. Aislado nadie da el ancho, en esta afirmación todos los líderes responsables coinciden.
Volvamos al inicio, a la afirmación de que la Nueva Mayoría ha perdido su nombre. Si es así, ¿se trata de un fracaso o de un grave desafío a superar?
Probablemente el fracaso del que sí podemos hablar es el de quienes han intentado ofrecerse como una alternativa viable. Lo que hemos encontrado son ídolos con pies de barro. Hay quien no ha soportado el escrutinio público, o no ha sido coherente con la imagen que quiere proyectar, o ha permanecido en cómodas y seguras posiciones sin arriesgar demasiado. Tal parece que la Nueva Mayoría es mucho más fácil de ser criticada que de ser reemplazada.
Por lo visto, no se ha encontrado aun el reemplazo a la centroizquierda unida. Eso sí, hay modos y modos de plantearse el trabajo colaborativo entre partidos. La mejor forma consiste en el respeto por la diversidad, la búsqueda de equilibrios internos mediante consensos, la presentación de programas a la vez visionarios y responsables, el acento puesto en el trabajo bien hecho.
Todo esto hay que practicarlo desde ya. Porque no se puede olvidar que al gobierno de Michelle Bachelet le vaya bien en el presente, es condición necesaria para revalidar confianza ciudadana en un mejor futuro posible.